En noviembre del año pasado, un nuevo virus apareció en Wuhan, China. Rápidamente generó contagios masivos por toda la provincia de Hubei, donde viven nada menos que 60 millones de personas. Unos meses después era un tsunami infeccioso contra toda la población mundial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el 11 de marzo la pandemia de COVID-19 y, recién en ese momento, países que hasta entonces no le habían prestado atención decidieron reaccionar. Al momento de esta publicación, hay más de un millón de casos confirmados de COVID-19 y la cifra de decesos supera los 50.000. Y el contador sube cada hora.
Los gobiernos de todo el mundo tomaron decisiones extraordinarias. Impensable hace apenas unas semanas. Cierres de fronteras, cuarentenas masivas, restricciones severas a la circulación. En algunos países, como Argentina, se llegó al extremo de imponer penas al incumplimiento de la cuarentena obligatoria. Cambió la vida diaria de todos. Al no haber una vacuna para combatir el virus, el distanciamiento social es el único antídoto. El mundo está en guerra contra un enemigo invisible.
Las medidas para la contención del virus provocarán —ya están provocando— un terremoto económico. La economía está paralizada. La OCDE publicó el 2 de marzo una revisión de las proyecciones de crecimiento mundial. En ese estudio preveía que en el que consideraba el peor escenario, la economía mundial crecería solo un 1,5%, la mitad de lo que había calculado solo cuatro meses antes. Es un número muy bajo para el crecimiento global: el mundo creció a una tasa promedio del 3,5% anual desde 1960. Pero la situación empeora día a día y lo que el 2 de marzo parecía el peor escenario posible, se quedó corto. “La pandemia trae consigo la tercera y la mayor crisis económica, financiera y social del siglo XXI tras el 11-S y la crisis financiera mundial de 2008”, escribió el Secretario General de la OCDE, Ángel Gurría, en un documento publicado el 21 de marzo. En el texto, admite que el impacto económico de la pandemia va a ser mayor que el mismo organismo consideraba como el más pesimista apenas 20 días antes. «Necesitamos liderazgo, conocimiento y un nivel de ambición similar al del Plan Marshall», sostiene Gurría. La OCDE, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, fue creada, justamente, por aquel plan.
El Plan Marshall es como los Pactos de la Mocloa: cada cierto tiempo alguien pide uno. Henry Kissinger, ex Secretario de Estado de EEUU, pedía en 1985 «un Plan Marshall para América Latina«. El presidente del Partido Popular de España, Pablo Casado, propuso en 2018 un «Plan Marshal para África», que tenía como objetivo frenar la oleada inmigratoria hacia Europa. En 2010, el FMI pidió «un Plan Marshall» para reconstruir Haití después del terremoto. Con una mirada más amplia, el debate en torno a la Alianza para el Progreso, que planteó John Kennedy en 1961, giraba en torno al reclamo de que fuera más parecido al Plan Marshall y no solo centrado en asistencia social —se centraba en educación, salud y vivienda—. El mismo espíritu tenía la propuesta de la Operación Panamericana, formulada en 1958 por el presidente de Brasil Juscelino Kubitschek
Quizás la pandemia del COVID-19 sea la comparación que más se ajusta al contexto del Plan Marshall. Al fin y al cabo, la canciller alemana Angela Merkel señaló que la pandemia es «el mayor desafío después de la Segunda Guerra».
Qué fue el Plan Marshall
El 2 de mayo de 1945, el diezmado ejército alemán se rindió ante las tropas del ejército rojo soviético. Seis días después, se firmó la rendición incondicional de la Wehrmacht. La Segunda Guerra Mundial, el mayor conflicto de la humanidad, que dejó un saldo de más 70 millones de muertos y miles de heridos, había terminado.
Las armas y las bombas fueron silenciadas, pero el mundo ingresaba en la posguerra un periodo que se esperaba sombrío. Europa, el mayor teatro de operaciones del conflicto, había quedado devastada: ciudades destruidas, hambruna, pobreza y caos. La posguerra, sin embargo, estuvo lejos de ser una etapa oscura. Europa inició un ciclo de fuerte crecimiento económico que fue conocido como los treinta gloriosos, o la edad dorada del capitalismo, que se extendió desde 1945 hasta 1973. La crisis del petróleo le puso fin. El Plan Marshall fue el comienzo.
«Es lógico que EE UU haga lo que sea capaz de hacer para ayudar a la recuperación de la normal salud económica en el mundo, sin la cual no puede haber estabilidad política ni paz asegurada. Nuestra política no se dirige contra ningún país, pero sí contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Cualquier gobierno que esté deseando ayudar a la recuperación encontrará total cooperación por parte de los Estados Unidos de América», declaró el 5 de junio de 1947, en la Universidad Harvard, el Secretario de Estado de EE UU, George Marshall. Estaba anunciando los lineamientos políticos de un plan de ayuda económica a gran escala, lo que permitó la rápida recuperación de los países europeos y el comienzo de la fase de crecimiento acelerado.
La puesta en marcha del plan exigió arduas negociaciones dentro de EEUU y entre la superpotencia emergente y los países beneficiarios. El Plan Marshall se basó el la integración económica y la promoción del librecomercio como un muro de contación para el comunismo. Washington dio a los europeos libertad suficiente para que pudieran estructurar el plan según sus necesidades.
El éxito del Plan Marshall es incontestable. Durante los cuatro años de su implementación, entre 1948 y 1952, Europa experimentó el mayor crecimiento económico de su historia. La producción industrial se expandió un 35% y la agropecuaria no solo se recuperó, sino que sobrepasó los niveles que había registrado antes de la guerra.
En este contexto se dio el puntapié inicial de la integración europea, con la creación en 1951 de la Comunidad del Carbón y del Acero, entre Alemania Occidental, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Países bajos. Ese día se plantó la semilla de la Unión Europea. El Tratado de París, en el que se constituyó la Comunidad del Carbón y del Acero, buscaba generar lazos económicos estrechos entre Alemania y Francia para, así, evitar una nueva guerra entre las potencias continentales. Los 75 años de paz demuestran que fue una decisión acertada.
Cuando pasa la pandemia, empieza la reconstrucción
Los Gobiernos de los distintos países del mundo están implementando políticas contundentes para mitigar el impacto económico de la crisis. El caso más espectacular es el de EEUU, que implementó un rescate económico de dos billones de dólares, el mayor de la historia. El plan contempla medidas tan heterodoxas como el envío masivo de cheques a la mayor parte de los ciudadanos estadounidenses.
El temor es, sin embargo, que las acciones descoordinadas de los gobiernos no eviten una recesión profunda. Por eso cada vez hay más voces que reclaman acciones de escala supranacional. Es el caso de Pedro Sánchez, el presidente español, que pidió a la Unión Europea un Plan Marshall para lanzar un gran programa de inversiones públicas en toda la Unión Europea. Una propuesta que no fue recibida con entusiasmo por Alemania y Holanda.
“En nuestro mundo globalizado, los problemas ya no pueden abordarse desde el interior de las fronteras nacionales, ya sea un virus, el comercio, las migraciones, los daños medioambientales o el terrorismo», planteó el secretario general de la OCDE en el documento publicado el 21 de marzo, «ha llegado el momento de las respuestas eficaces y a gran escala. Estas respuestas han de llevarse a cabo a todos los niveles, subnacional, nacional e internacional”.
La pandemia va a pasar, aunque todavía no se ve la luz al final del túnel. Cuando llegue ese momento veremos si los gobiernos son capaces de concertar una acción conjunta para reconstruir la economía, un programa ambicioso como fue el Plan Marshall.
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