El creador y principal ideólogo del desarrollismo, Rogelio Frigerio, solía referirse al “método de análisis” como aquello que, en última instancia, le otorgaba fundamento teórico a sus principales tesis y orientaba en cada circunstancia su acción política.
En términos sintéticos, la producción ideológica del desarrollismo integraba en una visión de conjunto basada en el análisis de la dinámica de las contradicciones que, con distintos niveles y jerarquías, determinaban (no de un modo lineal y mucho menos aún mecanicista) el curso de los acontecimientos:
- Una interpretación del mundo nacido de la postguerra en el que la paridad nuclear obligaba a la coexistencia entre los dos grandes bloques ideológicos, imposibilitando el estallido de una Tercera Guerra Mundial al mismo tiempo que desplazaba la disputa, cada vez más, al terreno de la competencia económica, sin excluir por ello la irrupción de conflictos armados en “zonas calientes” más o menos delimitadas. Se trataba de la contradicción este-oeste.
- Una interpretación de la historia económica mundial caracterizada por el desarrollo desigual y combinado que caracterizó la marcha del capitalismo como sistema internacional, produciendo en un mismo movimiento tanto el “desarrollo” como el “subdesarrollo” y que determino una creciente polarización a escala mundial. Se trataba de la contradicción norte-sur.
- El reconocimiento explícito de la vigencia de la lucha de clases como un factor objetivo que interviene en la dinámica social, tanto de las naciones desarrolladas como de los países subdesarrollados. Se trataba de la contradicción capital-trabajo.
- En el contexto del proceso de descolonización, la vigencia de la categoría de Nación como herramienta de liberación de los pueblos subdesarrollados y su contradicción con las tendencias transnacionales que presionan para disolverla. Se identificaba en la lucha por la independencia nacional el único camino posible para resolver positivamente la superación de los límites impuestos por la estructura del subdesarrollo, objetivo ineludible para desenvolver positivamente la tensión entre el capital y el trabajo de un modo favorable a los intereses del pueblo y las mayorías.
- En ese marco, el diagnóstico específico del subdesarrollo argentino, la identificación de los obstáculos que debían salvarse para superarlo y la elaboración de un programa, centrado esencialmente en la diversificación del proceso de industrialización y la integración de nuestro mercado interno, para transformar la estructura heredada de la inserción de la Argentina en la vieja división internacional del trabajo. Lo que implicaba una respuesta original a la pregunta de si el capital extranjero podía ser utilizado como un recurso al servicio de la transformación de la estructura económica, necesaria para romper los vínculos de dependencia que asfixiaban el desarrollo de las fuerzas productivas a escala nacional.
- La propuesta a favor de la formación de un Frente Nacional que incluyera a las principales clases y sectores sociales que, manteniendo entre sí disputas legítimas y conflictos de intereses, podían encontrar un amplio horizonte de realización con la transformación del país, la superación del atraso y la liberación del potencial productivo en una nación extraordinariamente dotada para emprender el desarrollo. Ese proceso de transformación del subdesarrollo al desarrollo implicaba que la contradicción entre el capital y el trabajo, sin dejar de actuar como un factor importante en el juego de la dinámica social, no sea identificada como la “contradicción principal”.
- Una lectura renovada de la historia política y social de la argentina, identificando en cada etapa, la contradicción entre las fuerzas que promovieron la unidad y la integración nacional en línea con la transformación de la vieja estructura, en contraposición con las que actuaron como factores disolventes, ya sea por razones ideológicas, intereses de clase o grupos de poder que lucraban con la status quo.
- La superación del antagonismo peronismo-antiperonismo, históricamente alentada por las fuerzas disolventes, y el reconocimiento del papel histórico que tuvo el movimiento creado por Juan Perón en el proceso de integración de la clase trabajadora a la política nacional, un paso decisivo desde la perspectiva transformadora que le propuso el desarrollismo al país.
Sobre ese cuadro, derivado de una lógica basada en el análisis de lo que se describía como “las principales contradicciones”, se desagregaban definiciones y propuestas más específicas, llegando en no pocos casos hasta las cuestiones de detalle, pero siempre guardando una relación coherente con su planteamiento general.
Invocación y límites
Salvo en el ámbito de un círculo muy reducido, la reiterada mención por parte de Frigerio al “método de análisis” no tenía el correlato de un despliegue teórico que expusiera de manera sistemática la concepción filosófica, de cuño universal, en la cual abrevaba su pensamiento, aunque era habitual que mencionara en forma genérica (y no pocas veces, tal vez, deliberadamente confusa) a “los clásicos”.
Bajo esa denominación, públicamente, solía referirse a Adam Smith, David Ricardo y, raras veces, a Carlos Marx, aunque al mencionar la teoría del valor-trabajo como el fundamento último de sus análisis sobre la morfología del subdesarrollo utilizaba los conceptos, la terminología y los esquemas analíticos expuestos por Marx en El Capital. Era común que en sus conferencias, por ejemplo, hablara del “tiempo de trabajo socialmente necesario” o de la “composición orgánica del capital” para reflexionar sobre la naturaleza del intercambio desigual que penaliza a los países subdesarrollados; o que, analizando la inflación, utilizara las categorías dialécticas de “apariencia” y “esencia”, para significar que aquella no puede explicarse sólo como un fenómeno monetario sino que existen “causas ocultas” que la determinan.
Era común que Frigerio, en sus análisis económicos, sociales y políticos, repitiera aquello de que “la apariencia siempre esconde la esencia”, dando a entender, elípticamente, que estaba en un todo de acuerdo con Marx cuando éste señaló que “si la apariencia fenoménica y la esencia de las cosas coincidieran totalmente, la ciencia y la filosofía serían superfluas”. También Frigerio utilizaba en sus razonamientos todo el arsenal de categorías analíticas propias de lo que algunos autores, como el caso de Jindrich Zeleny en su obra La Estructura Lógica de El Capital de Marx, definió como un “nuevo concepto de la racionalidad científica” aludiendo, en contraposición al empirismo y al positivismo lógico, al método seguido por Marx -que denominó “genético-estructural”- y en relación al cual Frigerio se manejaba “como pez en el agua”.
En casos contados con los dedos de una mano, públicamente, citó a Hegel, aunque quienes tenía acceso a la intimidad de Frigerio sabían que los dos tomos de la Ciencia de la Lógica del gran filósofo alemán eran para Rogelio una obra de relectura y consulta permanente, tal vez uno de sus principales libros de cabecera que lo acompañó durante buena parte de su vida. Siguiendo quizás, en este sentido, el consejo de Lenin (a quién Frigerio también había estudiado con rigor) cuando señaló que no era posible comprender El Capital de Marx sin haber estudiado a fondo la Lógica de Hegel, razón por la cual, concluiría Lenin, justo dos años antes de la Revolución de Octubre: “¡Por consiguiente, hace medio siglo ninguno de los marxistas entendió a Marx!”
Lo que le otorga aún más valor al camino intelectual seguido por Frigerio es que la ruptura con su temprana ligazón al Partido Comunista no se produjo en aras de un alejamiento de la cosmovisión inspirada en Hegel y Marx, sino exactamente lo contrario. Fue un proceso de reafirmación de su concepción general y de rechazo a lo que significó la transformación del marxismo en ideología de estado, es decir, en un instrumento al servicio de los intereses del sistema político bajo el régimen impuesto por Stalin, y de la Unión Soviética en el juego del tablero internacional. Un proceso que trajo consigo la esclerotización completa del pensamiento de Marx, teñido ahora de dogmatismo, apologética y de una cuota no menor de propaganda, nada más ajeno al espíritu crítico de aquel formidable filósofo y revolucionario.
Al encuentro de lo nacional
Cuando Frigerio y su grupo originario se plantearon estudiar los problemas de la Argentina, con todas sus particularidades, desde una óptica completamente nueva, lo hicieron con absoluta libertad de conciencia, sin ataduras que condicionaran su capacidad de interpretación pero aplicando a la menuda tarea, en forma sistemática, todo el caudal de su potente “metodología analítica” elaborada en sus años de formación a través del estudio de sus fuentes originales, es decir, el “método de análisis” inspirado en quién fue la figura culminante de la filosofía clásica alemana, Hegel, y que Marx reelaboró en clave materialista. Los resultados fueron, como sabemos, extraordinariamente valiosos: no solo porque dejaron en evidencia la inconsistencia y el carácter retrógrado de las fórmulas y lugares comunes propuestos, tanto por la izquierda (salvo contadas excepciones) como por la derecha liberal, sino porque delinearon, casi de un modo quirúrgico, la estrategia para lograr en forma acelerada la transformación del país y de la sociedad argentina.
El hecho que Frigerio y su grupo llegaran a conclusiones, en la mayoría de los casos, diametralmente opuestas a las posiciones adoptadas por los partidos que actuaban como satélites de Moscú o a los qué, en el juego de la guerra fría, fomentaron la vía insurreccional para instaurar el socialismo en los países subdesarrollados de la región, llevó a que desde ciertos sectores se viera al desarrollismo como la expresión de una corriente claudicante y servil a los “intereses de la burguesía”, incluso aún más, funcional a los monopolios. Una visión que caló muy profundo en el espectro de la izquierda, incluyendo a la izquierda peronista, influida por las conrrientes ideológicas internacionales que marcaron los 60 y los 70. Aunque no fue así en todos los casos, como por ejemplo, el de José Aricó, quién junto a Juan Carlos Portantiero, tradujeron los Cuadernos de la Carcel de Antonio Gramsci. Aricó fue uno de los que consideró la producción ideológica original del desarrollismo, particularmente a través de la revista Qué, como una expresión demostrativa, por sus resultados y creatividad, de la riqueza del pensamiento gramsciano aplicado a la realidad de la Argentina de la época.
Ya prácticamente retirado de la vida política, con no pocas derrotas a cuestas aunque con su fuerza de espíritu intacta, Frigerio debió responder a un Julio Bárbaro que en su condición de entrevistador le preguntó:
JB: “Frigerio, ¿Usted es un autodidacta?, ¿Cuál es su formación?”
RF: “Mi formación es fundamentalmente filosófica…creo que no hay otra forma de encarar aspectos de la vida, de la ciencia y de la propia sociedad sin una concepción general…no concibo el análisis de los problemas económicos o socioeconómicos sin un fundamento filosófico”
JB: “¿Usted era hegeliano?”
RF: “Soy bastante hegeliano, soy de los que creen en la contradicción como momentos de afirmación y de antítesis que si no encuentran una síntesis se esterilizan en su devenir inmediato. Creo que la sociedad es, y la vida misma, una expresión del movimiento, que es lo que intenta (exponer) Hegel genialmente, creo que es el sistema filosófico mayor”. Y agrega: “es la observación de la vida no como algo estático, no como algo específico ni demasiado concreto en el sentido de su localización, sino como un conjunto universal de movimientos y contradicciones que para examinarlas aún en sus aspectos más concretos y específicos se requiere esa concepción a la que usted aludía”
Una inspiración no abiertamente confesa
Si bien es verdad que en la abundante literatura producida por el desarrollismo existen sobradas pistas que permiten concluir que el mencionado “método de análisis” al que aludía Frigerio no era otro que el método dialéctico en su versión hegeliano-marxista, lo cierto es que nunca se hizo explícito el reconocimiento de esa fuente de origen y, mucho menos aún, que en las tareas de formación -muy importantes en la vida política del desarrollismo- se incluyera (salvando contadas excepciones) el estudio sistemático del “método” en el nivel teórico-filosófico que se hubiera requerido para que aquello que se encarnaba en la persona de Frigerio como una cualidad personal, se transformara en una capacidad desarrollada por un núcleo ideológico colectivo, es decir, por una organización.
La ausencia de ese salto de calidad es, en última instancia, la causa del debilitamiento de una corriente ideológica y política extraordinariamente fértil, que con su lectura original supo anticiparse, en no pocos casos, a las tendencias que dominaron la geopolítica mundial y el curso del proceso de declinación que marcó a la Argentina durante décadas. Y que además nutrió de iniciativas al gobierno de Arturo Frondizi que, a pesar de los fuertes condicionamientos políticos que derivaron en el golpe de Estado de 1962 tuvo, en sus escasos cuatro años, iniciativas que no solo alcanzaron importantísimos logros sino que de haber persistido en su orientación, sin lugar a dudas, habrían transformado al país en una Nación desarrollada e integrada social y territorialmente, cambiando la calidad de los problemas que desde hace décadas, obstinadamente, nos agobian en un círculo vicioso que se repite cíclicamente en niveles cada vez más degradados.
Esa circunstancia, explicable por la conjunción de diversas causas derivadas de las condiciones políticas y, probablemente, de la propia psicología de los protagonistas, explica la razón del porque el desarrollismo como corriente ideológica se extinguió con la prolongada declinación y posterior desaparición física del propio Frigerio, precedida décadas atrás por la disolución de la “usina” con la que confrontaba sus ideas y elaboraba la estrategia y la táctica política del Movimiento. No puede afirmarse que los integrantes de la usina alcanzaran el vuelo filosófico de Frigerio y manejaran las categorías analíticas del método dialéctico con el nivel de abstracción con el que sí él lo hacía, pero no cabe duda que todos sus miembros contaban con una amplia formación teórica, política y cultural, combinadas, en la mayoría de los casos, con intensas experiencias y luchas políticas con las que alimentaban sus propias reflexiones.
En la intimidad de su grupo todos, sin excepción, reconocían en Frigerio a un ideólogo dotado de capacidades excepcionales, además de su condición de “hombre de acción”. Pero todos ellos tenían su propia personalidad y no dudaban en confrontar de igual a igual con Frigerio cuando sus puntos de vista eran divergentes, estableciéndose de ese modo una dinámica que sin duda enriquecía el proceso de elaboración. Esa condición del grupo que acompañó la etapa más fértil de la producción ideológica y política de Frigerio fue perdiéndose con la sucesiva desaparición física de sus integrantes.
Aquello que significaba el elemento diferenciador, cualitativamente distinto, que representaba un hecho ideológico y político completamente novedoso no solo en la política argentina sino que, en cierto sentido, en el contexto internacional; y que, como decíamos, estaba personificado fundamentalmente en Frigerio, dejó existir sin que se hubiera previsto y mucho menos aún resuelto su reemplazo.
Esencialmente, esta es la causa que explica la razón de la (casi completa) desaparición del desarrollismo como corriente de pensamiento. Fue perdiendo fuerza y originalidad, es decir, dejó de estar impulsada por la sustancia y el espíritu que le daba vida, su peculiar “método de análisis”, para transformarse en una versión diluida de aquello que alguna vez existió, más allá del carácter engañoso de las “apariencias”.
Desafíos de un presente complejo
Muchos se reconocen desarrollistas que desde posiciones políticas e ideológicas contrapuestas y mezclan su adhesión al desarrollismo con definiciones completamente antagónicas sobre la actualidad e, incluso, adhiriendo a corrientes que sostienen posiciones, por ejemplo, en el campo la economía o de la propia política, que se encuentran en las antípodas del pensamiento de Frigerio y a las él combatió durante toda su vida. Se sostienen en pie las tesis y propuestas elaboradas hace más de medio siglo, muchas de las cuales mantienen su vigencia. Pero no expresan una actualización del pensamiento original capaz de captar los cambios del presente, sino que, en cierto sentido, son la reiteración lineal de lo que Frigerio y su grupo produjeron hace 40, 50, 60 o 70 años, cuando existen un sinnúmero de nuevos problemas y complejidades, tanto en el orden mundial como nacional, que deberían ser interpretados a partir de los enfoques teóricos originales.
Hoy difícilmente pueda ocultarse la trabazón e influencias mutuas que guardan entre sí los procesos económicos, sociales, políticos y comunicacionales. Tampoco el hecho de que en el terreno de las ciencias, incluidas las ciencias sociales, asistimos a un aceleradísimo proceso de hiper-especialización que refuerza la necesidad de consolidad, dialécticamente, una visión general de conjunto para evitar aquello que sucede con frecuencia y que conduce, inevitablemente, al error: crear una cosmovisión desde un fragmento parcial y sesgado de la realidad. Cualquier visión unilateral de las cosas está, como no puede ser de otra manera, destinada al fracaso por más sólido que sea el fundamento que la sostiene.
El debate ideológico actual, si es que merece el nombre de tal, está plagado de ese “tipo” de unilateralidades y reduccionismos, un denominador común presente en las corrientes que representan signos contrapuestos. Desde hace mucho tiempo se perdió la capacidad de desarrollar una visión de conjunto, hoy más necesaria que nunca, para trazar un camino que permita “superar”, en un sentido dialéctico, como diría Frigerio, la multiplicidad de contradicciones que esterilizan las energías sociales y políticas, y nos condenan al estancamiento. Un fenómeno que está en la base de la generalizada crisis de la política.
¿Puede renacer el desarrollismo como opción de superación de los bloqueos políticos e ideológicos actualmente existentes? Claro que puede, pero solo recuperando como condición su esencia, es decir, su espíritu creador que está indisolublemente asociado a su concepción general, a su “método de análisis”, aquello que verdaderamente le dio vida. Y esta es, más que cualquier otra, la tarea más difícil, aunque volver a los orígenes, inspirándose en el recorrido que hizo el viejo Frigerio, ya representaría un gran paso adelante. Porque, parafraseando a Hegel, siempre “el avanzar es un retroceder al fundamento”.