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Ramón Prieto Bernier

Entre nuestros inspiradores, como desarrollistas, destacamos hoy a Ramón Prieto, quien con su impulso y pasión marcó una época. Integró la mítica usina desarrollista luego de muchas experiencias de las que cada una de ellas bastaría para inspirar extraordinarias novelas de aventura y política. Toda su vida, en cualquiera de los múltiples escenarios en los que le tocó actuar (la organización política, el periodismo, la guerra española, la docencia práctica), fue un militante comprometido con la causa más grande: la promoción de los seres humanos a una existencia digna, alcanzando la verdadera libertad socialmente responsable, que nada tiene de individualismo egoísta porque sólo se logra en el seno de una cultura y una comunidad que construye y alcanza altas virtudes de convivencia.

Ramón Prieto Bernier nació en España (Ciudad Rodrigo), en 1902 y murió en Buenos Aires en 1985, como una leyenda viviente que trasmitía su larga experiencia a sus jóvenes amigos de la militancia desarrollista siempre con un toque de frescura y humor ejerciendo una verdadera docencia.

Su infancia y primera juventud transcurrió en Asunción porque su padre fue destinado como agregado militar de la Embajada de España en Paraguay. Allí inició muy joven su militancia política en el anarquismo, siguiendo la estela que había dejado el escritor y periodista Rafael Barrett, obligado a emigrar para eludir la represión que se desataba con frecuencia en el país guaraní, refugiándose en Buenos Aires en una residencia de curas jesuitas donde vino recomendado por sus maestros del colegio secundario. Se destacó también en el deporte, siendo conocido como crack del fútbol paraguayo con el apodo de Pituco. Su vocación, sin embargo, estuvo siempre en la política y adhirió entonces, luego de su anarquismo juvenil, a las propuestas internacionalistas del comunismo.

La Columna Prestes y la Guerra Civil Española
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Ramón Prieto Bernier

Incorporado como dirigente del Partido Comunista brasileño, participó de la columna de Luís Carlos Prestes (1925-1927) y de la Alianza Liberal creada por el tenentismo en los años 30, que desembocaría, tras muchos intentos de democratizar la vida política, en el gobierno de Getulio Vargas del Estado Novo, cuando Prieto comprometido en otras luchas ya no regresaría a Brasil, porque su vocación y condición de cuadro militante del internacionalismo lo llevó a España, donde combatió por la República.

Muchos años después, al recordar aquellos tiempos, solía decir, no sin amarga ironía, sobre la Columna Prestes: “Llegábamos a un pueblito, cambiábamos nuestros caballos reventados por los de los pobladores, comíamos su comida y atendíamos a sus mujeres, y luego nos extrañábamos de que no se plegaran a la revolución”, y también, en una perspectiva más larga en el tiempo y de su fértil paso por el peronismo, señalaba burlón: “Me expulsó el Partido Comunista Argentino, del que nunca fui afiliado”.

Al precipitarse la Guerra Civil Española, fue asignado para acompañar a un grupo de oficiales (cinco capitanes del ejército brasileño que adherían secretamente al comunismo) que desertaron para ir sumarse al ejército republicano, que carecía en gran medida de militares profesionales para enfrentar en el campo bélico la sublevación que encabezó Francisco Franco. Prieto combatió con el grado de coronel en el arma de Artillería y fue gravemente herido en la Batalla del Ebro, por lo que debió ser evacuado a Cataluña. Años después, el estado español le reconoció su grado militar, destinándole la pensión correspondiente.

Con la derrota de la República Española, como otros miles de combatientes, Prieto pasó a Francia donde fueron recluidos en campos de concentración, en condiciones duras de supervivencia entre otras razones porque la vigilancia estaba a cargo de tropas coloniales francesas que no practicaban precisamente un trato suave con los confinados.

Pablo Neruda, que se desempeñaba en Francia en un cargo diplomático para atender refugiados, rescató a Ramón del campo Argelès-sur-mer, y lo ayudó a embarcarse hacia América del Sur. En la paz de sus años adultos, Prieto solía contar con interesantes detalles ese momento: “Los miembros de la conducción política del campo habíamos cambiado nuestros nombres y lugares para evitar represalias y ensañamientos contra la dirigencia comunista, razón por la cual, aunque se me llamaba por altoparlantes, yo no me presentaba, hasta que pasé delante de unas de las puertas donde el propio Neruda me reconoció y me llamó, diciéndome que salía de Burdeos un vapor con destino a Valparaíso y que me tenía un lugar reservado en ese buque…”.

Argentina y el peronismo

Desembarcó en Buenos Aires cuando el barco llegó a puerto por una gestión en la que intervino el propio director de Crítica, Natalio Botana, quien le hizo prometer que no organizaría huelgas en el diario….  Integró así la redacción de Crítica y se ganó la vida como periodista y escritor, oficio que dominaba no sólo con habilidad profesional sino también con el fogueo de una vida que ya para entonces tenía componentes míticos.

El desempeño de Ramón Prieto en el periodismo tuvo un complemento de libros que escribió también aprovechando sus experiencias políticas, sus viajes y reflexiones en ellos inspiradas. En esa etapa fue el traductor al castellano de las obras del escritor brasileño Monteiro Lobato y publicó diversos libros: La ciudad del hierro verde, Los misterios del Amazonas, Stford Cripp (sobre el embajador británico en la URSS durante la II Guerra Mundial), e Historia de la Industria.

En ese proceso personal, los años de la II Guerra Mundial Prieto los pasó en la Argentina, con seguridad revisando su adhesión incondicional al internacionalismo que había sufrido un durísimo golpe en 1939 no sólo con la derrota en la península, sino sobre todo con el pacto Molotov-Ribbentrop, firmado por el ministro de relaciones exteriores soviético con su par alemán. Esta crisis la empezó a vivir antes de salir de Francia, cuando él y sus camaradas se enteraron que toda la cúpula del Partido Comunista Francés había viajado a refugiarse a Moscú, abandonando a su suerte a miles de compañeros que luego murieron en la tortura de la Gestapo o en las luchas implacables de la Resistencia antinazi.

La asimilación de toda esa experiencia, que no era sólo teórica porque militantes como Ramón se jugaban la vida día a día, lo llevó a una profunda reflexión sobre su militancia política que sin duda lo preparó para entender al peronismo y sumarse a él pocos años después. Por haber sido un cuadro importante del comunismo internacional sin renunciar jamás a pensar, Ramón Prieto pudo revisar críticamente su experiencia militante y se reconstruyó en la acción como un referente  del proceso de liberación nacional que necesitaba afianzarse en  la Argentina.

Así, Prieto se sumó al peronismo. Fue colaborador y confidente de Eva Perón e integró el equipo de la secretaría de Prensa y Difusión dirigido por Raúl Apold. Allí se desempeñó en  la tarea de coordinar las líneas editoriales y conoció a María Granata, quien también tenía asumido un compromiso político muy fuerte, lo que no le impidió generar una valiosa obra literaria como poeta y novelista. Entre las múltiples relaciones que Prieto cultivó puede destacarse la amistad personal con Ramón Carrillo, que cuando las circunstancias lo requerían, visitaba como médico la casa de Ramón en Olivos al concluir por las tardes sus labores diarias en el ministerio de Salud. La grandeza de esas personalidades ejemplares, como la de Carrillo, suelen  expresarse con llaneza y humildad sorprendentes en gestos de la vida cotidiana.

Con algunos puntos diferentes con esta semblanza, recomendamos la lectura de una ponencia que el arquitecto René Longoni dedicó a Ramón Prieto, muy rica en información histórica.

Prieto fue entonces un cuadro intelectual clave en el primer peronismo, donde siempre se manejó con independencia intelectual y aportes sólidos en la construcción de acuerdos que permitieran consolidar el progreso social que empeñosamente se produjo en esos años.

La experiencia editando la revista De Frente en 1953, es una prueba de ese objetivo de construcción política con mirada estratégica de largo plazo, y pone al desnudo, también, cómo lograba trabajar con alguien que tenía tanta audacia como falta de brújula nacional, como John William Cooke. (Dicho al pasar: que en los 70 y después que algunos de los dirigentes montoneros consideraran a Cooke “un gran teórico” demuestra no sólo su carencia de conocimientos históricos sino básicamente la ignorancia de lo que significa la teoría, que es clave en toda acción revolucionaria).

Tras el derrocamiento de Perón, sin abandonar el país pero viajando frecuentemente, Prieto participó de los inicios de la Resistencia Peronista, cuando por su apoyo a María Granata, quien fue directora de la publicación clandestina Línea Dura, y otras acciones organizativas que nunca se privó de hacer, fue encarcelado en Esquel. Proscripto el peronismo, fue designado junto a John William Cooke delegado de Perón en la Argentina. Allí se profundizarían las diferencias entre ambos, hasta ser irreconciliables cuando Cooke optó por la Revolución Cubana como modelo de acción antiimperialista. Se abrió entonces, para una visión desarrollista integradora de la historia del siglo XX, la fecunda etapa en la que Prieto sería el artífice del pacto con Perón que ayudó al amplio triunfo de Arturo Frondizi en 1958 llevándolo a ocupar la presidencia de la Nación.

El Pacto Perón-Frondizi

En otra nota de VD analizamos largamente el significado de El Pacto y por lo tanto remitimos a ella. Digamos aquí, a modo de síntesis que Prieto participó de modo decisivo en el acuerdo de Rogelio Frigerio con el líder exiliado, en Caracas, y luego lo visitó asiduamente en Santo Domingo, antes que Perón se radicara en Madrid, donde también lo visitó.

Ese proceso, y sus consecuencias políticas lo relató luego en El Pacto, libro clave de la literatura política argentina.

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Ramón Prieto Bernier

Más tarde, a partir de esa enorme contribución al entendimiento transformador con pocos y decisivos antecedentes en el proceso de construcción nacional en la Argentina, Prieto  se integró hasta su muerte a la “usina” desarrollista. Allí se desempeñó en múltiples tareas, considerándoselo uno de los integrantes de la conducción, desenvolviendo contactos políticos, formación de cuadros, redacción de notas en la prensa partidaria, (recuérdase en particular su Fraternalmente a “Militancia”, publicado en el semanario Reconstrucción, donde responde a la apología de la violencia que Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde desplegaban en su publicación), y escribió aportes valiosos a la bibliografía desarrollista como De Perón a Perón (1955-1973) y Correspondencia Perón-Frigerio, ambos editados el sello Macacha Güemes. En 1976 ganó el Premio Clarín-Sudamericana Treinta años de vida argentina, que es la culminación de una trayectoria extraordinaria, difícil de abarcar en todas sus dimensiones, pero que ilumina y sigue brindando elementos para la comprensión de los grandes desafíos que plantea la necesaria transformación de la Argentina en una nación que garantice la existencia digna de sus habitantes.

Colofón: En 1981, es preciso recordarlo, Prieto aconsejó a los dramaturgos Carlos Gorostiza y Roberto Cossa llevar a Clarín una iniciativa que ambos le habían expuesto en las tertulias de amigos que frecuentaban con María Granata, donde también concurrían Amalia y Sigfrido Radaelli, Marco Denevi, y Oscar Hermes Villordo, entre otros. Tal iniciativa se trataba de Teatro Abierto, nada menos, que con el apoyo del diario, entendían sus inspiradores, sería posible realizar esquivando la censura del gobierno de facto. El diario brindó su auspicio y el festival fue un enorme éxito de público en las numerosas salas en que se brindaban varias obras breves en cada jornada, aunque ello no impidió que una bomba anónima volara la sala Picadero. Se lo señala en las crónicas como uno de los indicios de que la dictadura militar tocaba a su fin, aunque todavía faltaba pasar por la tragedia de Malvinas, frente a la que Prieto, como toda la dirigencia del MID, tuvo una posición sumamente crítica. Este consejo de Ramón a los que querían organizar aquel festival de teatro no está registrado en la historia oficial del regreso de la democracia en la Argentina, aunque se lo cite con frecuencia y acierto como un hito político-cultural trascendente. Justo es, pues, consignarlo.