El mundo ingresó en enero de este año en una nueva fase, según Federico Poli. «Llegó para quedarse y va a traer cambios en los patrones de consumo, en los modos de producción y en el mundo del trabajo», sostiene en la charla virtual organizada por la Usina Desarrollista. Es lo contrario que sostuvo el exembajador Diego Guelar en este mismo ámbito, donde minimizó los impactos de la pandemia en el mediano y largo plazo. La crisis del COVID-19 encontró a la economía argentina en una situación de extrema fragilidad, señala el economista desarrollista. «Argentina puede tener una caída del PBI parecida a la de 2002, que fue del 11%, pero la economía ahora está mucho peor», advierte y subraya que el país lleva una década sin crecimiento ni inversión.
La crisis comenzó como un shock de la oferta, explica Poli. Por eso, las políticas keynesianas clásicas no son efectivas. «Los objetivos de la política económica tienen que ser dos: que la gente coma y evitar que las empresas quiebren», apunta. Las políticas adecuadas para asistir a las empresas, considera, son los diferimientos en el cobro de los impuestos y los créditos para afrontar los costos fijos. Esto se traduce en aumento de gasto público y caída de la recaudación. Es decir, en mayor déficit fiscal. Los países con las cuentas ordenadas, explica, pueden recurrir a la emisión de deuda y la emisión monetaria para financiar el déficit. Ese no es el caso de Argentina.
El COVID encontró a Argentina con una economía muy frágil, sin un programa económico, explica el exdirector por Argentina del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). «El régimen cambiario en Argentina es un mamarracho, no tiene acceso al crédito externo y está luchando por no caer en default. Va a tener que enfrentar un déficit fiscal de entre el 5% y el 6% del PBI, todo financiado con emisión monetaria», describe el economista.
Como consecuencia del parate de la economía, señala Poli, la crisis tiene una segunda etapa en la que se retrae el consumo y hay un shock en la demanda. En ese momento sí son efectivas las políticas keynesianas, explica. «Pero no hay que confundir los dos momentos de la crisis porque los recursos fiscales son escasos y hay que implementar medidas con mucho foco, transitorias», precisa.
La charla La crisis del Gran Confinamiento es la cuarta del ciclo de videoconferencias que organiza en 2020 la Usina Desarrollista, un proyecto impulsado por Visión Desarrollista, el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), la Fundación Frondizi y la Fundación para el Desarrollo Entrerriano (FUNDER).
Distancia, reconversión y control
El mundo estará condicionado los próximos años por el impacto de la pandemia, prevé Poli. A las medidas de confinamiento total que implementaron varios países, entre ellos Argentina, le seguirá una etapa de aperturas parciales, anticipa el exdirector del BID. «Va a haber regresiones, idas y venidas, porque puede volver a aparecer la enfermedad. Esta situación puede durar todo 2021 y parte de 2022», analiza. Recién entonces comenzará la «nueva normalidad pospandemia», que según Poli estará definida por tres palabras: distancia, reconversión y control.
Thomas Friedman decía que el mundo se había vuelto plano porque habían desaparecido las distancias con Internet, la aeronavegación y el turismo de masas, recuerda Poli. El mundo del futuro ya no será así, proyecta. La distancia volverá de la mano del aislamiento en las viviendas, la menor movilidad dentro de las ciudades y la reducción de los viajes entre los países. Esto vendrá acompañado de la economía del «no contacto»: el teletrabajo, el comercio electrónico, la robotización y la automatización. «Van a venir cambios en las fábricas, en los restaurantes, en las oficinas. Se va a extender la telemedicina. Esto impacta en las cadenas de valor, porque se privilegian los comercios de cercanía. Y castiga sobre todo el turismo», plantea Poli.
La segunda palabra clave es la reconversión. Poli anticipa que se producirán importantes cambios dentro de las fábricas, los comercios, los restaurantes y las oficinas. El grado de transformación dependerá de cuánto dependa de la presencia física el proceso de producción, las ventas de que se pueda reunir un gran número de personas, la posibilidad de implementar el teletrabajo y la vinculación con las cadenas globales de valor.
En el mundo pospandemia, plantea Poli, habrá un mayor control por parte del Estado, pero también de las compañías, que querrán hacer un seguimiento de la productividad de los empleados que teletrabajan. Poli considera que la sociedad civil hará, a su vez, un escrutinio más riguroso sobre el sector privado y será más exigente con la trazabilidad de los productos, el impacto de la huella de carbono y el cumplimiento de los derechos laborales de las compañías. «Esta pandemia muestra que lo que hacen unos impacta sobre los otros. Las sociedades y los países se van a poner más estrictos», concluye.
La globalización ya estaba en discusión y eso se va a agudizar, según Poli. El reshoring, la propuesta de volver localizar las empresas en EEUU, no es una idea que nació con Donald Trump y el America First, sino durante el gobierno de Barack Obama, destaca. La crisis actual reforzó a los sectores partidarios de esta posición. «La imagen de la llegada de los containers chinos con equipamientos médicos, mascarillas y respiradores es tremenda para Occidente. Pone en primer lugar la seguridad del abastecimiento del equipamiento médico y genera cuestionamientos sobre los cambios en las cadenas globales de valor», explica el economista.
La revolución 4.0, de algún modo, había facilitado estas redefiniciones. La digitalización, la robotización y la personalización de la producción había llevado a algunas industrias a buscar proveedores cercanos para cadenas geográficamente más cortas, explica Poli. La pandemia evidenció los riesgos de la dependencia de las cadenas globales de valor, lo que llevó a priorizar la seguridad de abastecimiento. «En vez del just in time, se vuelve a valorar la posibilidad de tener stock», apunta.
El subdesarrollo argentino
La cuarta revolución industrial es percibida en Argentina como una oportunidad para retomar el tren del desarrollo. «Es evidente que tenemos todo para pegar el gran salto, pero eso está latente desde hace 40 años y nunca pudimos conseguirlo», matiza Poli. Para el economista, la raíz del conflicto está en la incapacidad de resolver la puja distributiva y plantear un modelo de desarrollo sostenible.
A mediados de la década del 70, explica Poli, Argentina abandonó el modelo desarrollista planteado en los 60 y no volvió a encontrar un patrón de acumulación viable. «Entonces empezó a endeudarse sin destino», cuestiona y destaca que desde aquel momento el país acumuló tres defaults: el de los petrodólares a principios de los 80, el de 2001 y el actual, que el país está intentando evitar.
La puja distributiva se refleja en el valor del dólar y en la presión tributaria. Argentina no encuentra los drivers del crecimiento, explica Poli, para conciliar el comercio exterior, que provee las divisas, y las expectativas de calidad de vida de la sociedad, que es incompatible con el nivel de productividad de la economía. «Tenemos un nivel de gasto público y de impuestos que el sector privado no puede sostener», afirma y detalla que esto genera un círculo vicioso de mayor informalidad, falta de inversiones y mayor endeudamiento externo. El ingreso de dólares vía deuda genera atraso cambiario y pérdida de competitividad de la industria. Lo que significa menos exportaciones y, finalmente, la imposibilidad de pagar la deuda.
Los problemas del país, plantea Poli, son únicos en la región: ningún otro tiene el nivel de inflación, ni está peleando por evitar el default, ni acumula una década de estancamiento ni fugó al exterior tantos dólares como Argentina. A pesar del diagnóstico pesimista, Poli destaca que los problemas del país se pueden resolver con un acuerdo nacional detrás de un programa de desarrollo que integre a las distintas clases sociales y sectores del país. Parece algo inalcanzable, pero Poli lo considera imprescindible: «El presidente [Alberto Fernández] tiene que entender que lo más probable es que le vaya mal, si no hace algo extraordinario. La inercia es esa».