China
Vadimir Putin y Xi Jinping, reunidos en Pekín el 4 de febrero de 2022. / Presidencia de Rusia (Wikimedia Commons)

La violencia y la devastación ocupan hace una semana las pantallas de todo el mundo. Las redes sociales se llenaron de imágenes dramáticas, con familias que huyen de la guerra: más de 500.000 ucranianos ya se refugiaron en Polonia. El mundo entero vio en tiempo real los bombardeos incesantes sobre Járkov, que convirtieron en ruinas la segunda ciudad más grande del país. Centenares de civiles murieron desde el comienzo de la invasión. En el sur, la ciudad portuaria de Mariúpol resiste, sin electricidad, el embate del ejército ruso. No corrió la misma suerte Jersón, que cayó en manos enemigas. Kiev, la capital, todavía soporta el asedio de las tropas invasoras. Las potencias occidentales reaccionaron con rapidez y aprobaron una batería de medidas que incluyeron sanciones económicas para Moscú, el cierre del espacio aéreo a los aviones rusos y el envío de armamento a Ucrania. En este complejo e impredecible escenario geopolítico, llama la atención la ambigüedad de un actor clave: ¿qué papel juega China?

Desde el inició de la invasión, el régimen de Xi Jinping intentó mantener un equilibrio difícil. Evitó condenar el ataque ordenado por el presidente ruso, Vladímir Putin, pero tampoco respaldó abiertamente a su aliado. El embajador chino ante Naciones Unidas, Zhang Jun, manifestó en el Consejo de Seguridad que «la puerta para una solución pacífica todavía no se había cerrado», y subrayó que su Gobierno defendía «la soberanía y la integridad territorial de los estados». En la misma sintonía se pronunció el ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi.

Pekín cuestionó también el papel de EEUU en la escalada del conflicto y consideró legítimo el reclamo de Putin, que veía como una amenaza la expansión de la OTAN sobre los países que formaban el Pacto de Varsovia. China señaló que EEUU había decidido en forma unilateral y sin ningún sustento legal ni autorización de la ONU los ataques a Afganistán e Irak. El gobierno de Xi Jinping repudió además las sanciones económicas impuestas contra Rusia.

En la votación de este miércoles en la Asamblea General de las Naciones Unidas, una mayoría aplastante aprobó la resolución que exige a Rusia la retirada de sus tropas de Ucrania y «deplora» la agresión infligida. China se abstuvo.

Presionar a un aliado 

Las relaciones entre Pekín y Moscú pasan por su mejor momento en 70 años. Rusia fue un apoyo incondicional ante el boicot de los Juegos Olímpicos de Invierno celebrados este año en la capital china. El presidente Xi Jinping llamó a Vladimir Putin «mi mejor amigo» en la inauguración de los juegos. Incluso, según un artículo publicado en el New York Times que cita a fuentes de inteligencia de EEUU, el mandatario chino pidió expresamente a su par ruso que pospusiera cualquier acción bélica hasta después del evento deportivo.

Una vez iniciada la invasión, Xi volvió a interceder y persuadió a Putin para que iniciara negociaciones para distender la crisis. A partir de entonces Putin se mostró abierto al diálogo; el resultado son las negociaciones que comenzaron este lunes en Bielorrusia, cerca de la frontera con Polonia. Rusia exige la desmilitarización y el fin del gobierno de Ucrania, al que califica de neonazi. Estas demandas chocan ante la dureza del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, que condena la invasión como un atentado contra la identidad de Ucrania. Las conversaciones se encaminan hacia un punto muerto, como manifestaron las delegaciones de ambos bandos.

El conflicto de Ucrania genera tensiones en la política interna del gigante asiático. China enfrenta sus propios desafíos separatistas en Xinjiang, Hong Kong, en el Turquestán y en el Tíbet. Todas las manifestaciones rebeldes fueron reprimidas con dureza por el Gobierno de Xi, que se apoya en los principios de integridad territorial de los estados. Justamente, el principio que viola la invasión de Rusia.

Pero la guerra también es una oportunidad para Pekín. El aislamiento internacional tras la invasión deja a Rusia en una situación de dependencia con China. Xi tiene en sus manos un gran poder de presión para forzar a Putin a negociar. Esta jugada podría coronar a China como una potencia global de primer orden, frente a la incapacidad que mostraron Europa y EEUU para frenar la ofensiva. China mantiene por ahora la ambigüedad, pero puede convertirse en el garante de la paz y poner fin a esta crisis.