
Las elecciones legislativas del 26 de octubre de 2025 se estructuraron menos como una competencia entre múltiples proyectos de país y más dentro de la lógica binaria de «Milei o Kircherismo». Tres grandes hitos a remarcar: Primero el triunfo rotundo del oficialismo (con PBA incluida) al que ni siquiera los escándalos de corrupción, el caso Espert, y la evidente crisis en el empleo y producción industrial pudieron prevalecer en el electorado independiente (el normal, el no fanático) sobre el miedo a volver al pasado. Sin embargo esto no lo debemos tomar como un apoyo incondicional al gobierno sino como un “voto al menos malo” o en el mejor de los casos “renuevo la confianza a pesar de que hay muchas cosas que no me gustan”. Gran error es que crean que los votaron por entusiasmo y no por miedo.
Segunda la muy baja performance de las propuestas del medio, sobre todo aquellas promovida por los gobernadores bajo el sello Provincias Unidas. Tercero la muy baja participación (68%).
Se consolidó así, nuevamente, una polarización que absorbió la totalidad del espectro político, solidificando un duopolio de poder y dejando a las alternativas en una posición de irrelevancia testimonial.
Los datos electorales confirman esta dinámica de manera contundente. Tanto La Libertad Avanza y Fuerza Patria (FP) con sus aliados peronistas, concentraron en conjunto más del 72% del electorado a nivel nacional. El oficialismo obtuvo una clara victoria con el 40.66% de los votos, mientras que la principal coalición opositora alcanzó el 31.70%.2 Esta concentración de poder dibujó un mapa político dominado por dos polos. Tal como lo describió el consultor Cristian Buttié, el escenario se asemejó al boxeo: «al ring solo suben dos».1 La nacionalización de la contienda generó una fuerza gravitacional que aplastó las propuestas intermedias que buscaban ofrecer un camino de moderación y federalismo.
Este resultado no es meramente una instantánea electoral, sino el síntoma de una patología política más profunda. Desde una perspectiva desarrollista, la incapacidad del sistema para generar consensos amplios y multisectoriales es la principal barrera para sustentar un programa de estabilización y desarrollo a largo plazo. Al mismo tiempo es lógico comprender que una fuerza de centro es más capaz de generar consensos que una de extremos. No solo porque evita la polarización sino porque atrae a los pragmáticos de ambos extremos y repele a los fanáticos.
Generar acuerdos será precisamente el desafío de un triunfante oficialismo que siempre es mas proclive a acordar y negociar cuando esta necesitado. El riesgo es que, ensoberbecido, el debate sobre el proyecto de nación sea reemplazado por la imposición de una adhesión incondicional típica de las fuerzas que caracterizan los extremos de la política.
¿Terceros en discordia?
El intento por construir una alternativa moderada a la polarización se tradujo, nuevamente, en un fracaso cuantitativo rotundo. El punto evidente es que si bien el gran problema que tuvo fue la polarización en gobierno o kirchnerismo, Provincias Unidas fue además percibida como la defensa de intereses políticos particulares de los gobernadores por sobre Milei (ni siquiera de las provincias por sobre la Nación) algo incapaz de mover el amperímetro electoral en una elección nacional. Un análisis detallado de los datos electorales, tanto a nivel nacional como en los distritos estratégicos, revela no solo la debilidad estructural del centro político, sino su práctica inexistencia en el imaginario del votante al momento de la definición.
A nivel nacional, la principal apuesta centrista, la coalición de gobernadores Provincias Unidas (PU), obtuvo un magro 6.95% de los votos, ubicándose a casi 34 puntos porcentuales del oficialismo.1 El revés fue aún más estrepitoso en los territorios donde estas fuerzas contaban con poder institucional y figuras de renombre:
- Córdoba: En la provincia gobernada por uno de los principales impulsores de PU, la alianza quedó en un lejano segundo lugar con un 28.32%, aplastada por el 42.35% de LLA. Este resultado demuestra que, incluso en un distrito con un fuerte sentimiento anti-kirchnerista (FP obtuvo un testimonial 5.08%), el voto de oposición se concentró masivamente en la opción más radical y no en la alternativa moderada.1
- Santa Fe: Bajo el liderazgo del gobernador Maximiliano Pullaro, PU fue relegada a un humillante tercer puesto con un 18.32%, superada no solo por LLA (40.67%) sino también por FP (28.70%), destrozando las expectativas de competir en uno de los distritos productivos más importantes del país.1
- Provincia de Buenos Aires: En el distrito electoralmente decisivo, la polarización fue casi perfecta. LLA (41.46%) y FP (40.90%) se repartieron más del 82% de los votos. La lista de PU se hundió con un 2.44%, perdiendo la representación parlamentaria de figuras como Florencio Randazzo, Margarita Stolbizer y Emilio Monzó.1
- Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA): La expresión porteña de PU, liderada por Martín Lousteau, finalizó en un lejano cuarto lugar con un 6.01%, detrás de LLA (47.41%), FP (26.90%) e incluso del Frente de Izquierda (9.09%).8
- Chubut: Los candidatos del gobernador “Nacho Torres” salieron tercero (20%) detrás de la LLA (28)y el FP (27).
El caso de Ricardo López Murphy de Republicanos Unidos en CABA es un microcosmos de este fenómeno. Cercano al PRO y referente histórico del liberalismo, parecía un tercero en discordia ideal para aquellos que no votarían peronismo pero no estaban contentos con el gobierno. Sin embargo, su candidatura se volvió testimonial quedando fuera del Congreso, cuando estos optaron masivamente por la lista de LLA, percibiéndola como la herramienta más eficaz para derrotar a Fuerza Patria. En tanto su aliada en PBA, María Eugenia Talerico no llegó al punto porcentual a pesar de la esforzada campaña y las expectativas que había generado incluso en mucho de los desarrollistas que la acompañaron.
En el desolador panorama electoral para las fuerzas de centro, Corrientes fue la única excepción donde Provincias Unidas logró imponerse, aunque de manera pírrica. La victoria del oficialismo provincial fue por un ajustado 33,84%, superando por apenas un punto a La Libertad Avanza (32,63%) en una contienda tan reñida que las tres bancas en juego se repartieron equitativamente entre las principales fuerzas. Este caso paradigmático demuestra que, incluso con el poder territorial a su favor, la «tercera vía» fue incapaz de contener la ola de polarización nacional.
Árbitro en el Congreso pero…
Paradójicamente, a pesar de su contundente fracaso en las urnas, la coalición Provincias Unidas emerge de las elecciones con un poder parlamentario inesperado y crucial para la gobernabilidad. El triunfo del oficialismo no se tradujo en una mayoría propia en el Congreso. La Libertad Avanza, incluso sumando a sus aliados del PRO, alcanza 107 escaños en la Cámara de Diputados, quedando a 22 votos del quórum de 129 necesario para sesionar y aprobar leyes.
En este escenario fragmentado, el bloque de 17 diputados que responderá a los gobernadores de Provincias Unidas se convierte en una pieza clave, capaz de inclinar la balanza en cada votación. Esto crea una desconexión fundamental entre el sistema electoral, que premió la polarización, y el sistema legislativo, que ahora exige negociación. El mandato electoral del gobierno (un mandato para el cambio radical que rechazó al centro) está en conflicto directo con su realidad legislativa (la necesidad de negociar con ese mismo centro para gobernar). Por supuesto que los resultados electorales casi que condicionan el margen de negociación de los gobernadores perdedores.
La estrategia pragmática del gobernador Rogelio Frigerio en Entre Ríos, quien optó por aliarse con LLA y aseguró un triunfo arrollador con más del 52% de los votos, contrasta fuertemente con la derrota de sus pares de PU, lo posiciona como uno de los grandes ganadores de la jornada, y subraya el dilema estratégico que enfrentan los líderes regionales. Si bien el gobierno necesita sus votos ahora está empoderado y la gobernabilidad provincial (y disponibilidad de recursos) dependerá de la habilidad de estos de negociar acuerdos con el gobiernos luego de haber fracasado rotundamente en el desafío que fue Provincias Unidas, algo que Frigerio, Cornejo y Zdero tendrán mas facilitado.
La abstención protagonista nuevamente
El otro resultado significativo de las elecciones de 2025 no fue quién ganó, sino quién decidió no participar. La tasa de participación del 68% fue la más baja registrada en una elección nacional desde el retorno de la democracia en 1983.2 Esta apatía masiva de casi un tercio del electorado no puede interpretarse simplemente como desinterés. Es, con mayor probabilidad, un rechazo activo al menú de opciones presentado.1
El perfil de este votante ausente es el del ciudadano moderado, que no se siente representado ni por la «furia libertaria» ni por la «nostalgia kirchnerista». Es más, esta decepcionado de ambos. Este elector, al mismo tiempo, percibe a las opciones de centro sin fuerza electoral ni interés en su proyecto (cuando lo hay). Un análisis previo a la elección ya advertía de la existencia de un vasto sector de la población, estimado en un 40%, que se encuentra «huérfano de representación» y reclama un liderazgo consensual y dialoguista.
Los pocos decepcionados con los extremos que acuden a emitir el sufragio son aquellos que votan a fuerzas del medio por lo que potencialmente el caudal que tienen es grande, (siempre y cuando tengan un candidato y una propuesta convocante) y que incluso puede lograr que aquellos que votan por voto útil a algún extremo vean una opción útil en el centro. Aquí radica el potencial del centro.
La vía al desarrollo
Las elecciones legislativas de 2025 han dejado un veredicto inequívoco: la política argentina se encuentra atrapada en una lógica plebiscitaria que anula el centro y exacerba la confrontación. El fracaso de Provincias Unidas no fue circunstancial, incapaz de movilizar a ese electorado independiente que prefirió darle gobernabilidad al gobierno, por más que no lo apruebe en demasía, que arriesgarse a un triunfo que envalentonaría a Cristina Fernández de Kirchner, presidenta del PJ y artífice de las listas del Frente por la Patria).
Aún frente a este nuevo fracaso, el potencial de una tercera vía permanece latente y necesario. Los votantes que, decepcionados con los extremos, aun así acuden a emitir un sufragio por fuerzas del medio, sumados al vasto contingente que se abstiene, demuestran que el caudal de apoyo para una alternativa es potencialmente grande. Aquí radica la oportunidad del centro: si logra articular un candidato y una propuesta convocante, podría no solo atraer a los «huérfanos de representación», sino también convencer a quienes hoy recurren al «voto útil» hacia un extremo de que la opción más eficaz y constructiva reside, precisamente, en el centro.
La tarea pendiente, y el único camino viable para superar la parálisis que alimenta la polarización, no es insistir en ofertas electorales locales y oportunistas sin coordinación ni proyecto nacional o en llamados abstractos al diálogo. Es emprender la construcción de un Frente Nacional programático y popular, una coalición que no se defina por sus enemigos, sino por su proyecto. Un frente que trascienda las estructuras partidarias en torno a un programa de desarrollo que ponga a la producción en el centro de la escena y que este encabezado por un líder capaz de encausar dicho proyecto.
Una opción, difícil, es que el gobierno se modere y amplié su representación convocando a sectores más moderados y «centralizandose». Quizás era algo más factible frente a la necesidad de gobernabilidad de un panorama electoral adverso, pero ante el triunfo electoral la evidencia, y la lógica del poder y no del bien común, nos muestra que prevalece la tendencia a profundizar el propio poder que a compartirlo y ampliar la coalición. Gobernar imponiendo y sin acuerdos (como ya quiso haciendo el gobierno con los DNU sin quorum legislativo) implica el riesgo de autoritarismos y medidas extremas de alto coste social y económico (desde expropiaciones o privatizaciones hasta acuerdos internacionales sesgados de ideología o revanchismo más que de consensos ordenados la interés nacional). Poco tiene que ver eso con lo que realmente necesitamos: la construcción de un proyecto nacional integrador que convoque a todos los argentinos a la empresa común de edificar, finalmente, una Argentina desarrollada, más allá de las posiciones extremistas de uno u otro lado.
Una coalición de centro para sostener un programa de estabilización y desarrollo
