Durante los 10 años que lleva en el poder, Xi ha reforzado el control del Partido Comunista sobre todos los aspectos de la vida en el país y ha afianzado la posición de China como potencia económica y militar mundial.
Durante los 10 años que lleva en el poder, Xi ha reforzado el control del Partido Comunista sobre todos los aspectos de la vida en el país y ha afianzado la posición de China como potencia económica y militar mundial.

Desde que Xi Jinping asumió su tercer mandato, China ha potenciado su control y firmeza tanto a nivel interno y como en sus relaciones exteriores. Controles severos a la población, purgas internas en el Partido Comunista (PCC), amenazas a sus vecinos y acoso y persecución a actores del sector empresarial. Sin dudas, Pekín experimenta cierta nostalgia de volver con recetas autoritarias del pasado en los tiempos de Mao Zedong, durante las décadas del 50 y 60. La intención actual es intensificar el control sobre la población ante el peligro de cualquier disidencia arrastrada por ciertos síntomas de retroceso que muestra la economía china. El régimen controla lo que se lee, escriben y dicen los ciudadanos chinos, pero, además, puso en foco en la vestimenta. Se prohibirá toda vestimenta contraria o que afecte a la tradición china. En caso de no cumplir los requisitos esenciales en la ropa, deberán pagar una multa de 700 dólares o 15 días de cárcel.

Nuevamente al mejor estilo de Mao, Xi rememora en cierto modo las épocas oscura de la Revolución Cultural, que el padre de Xi padeció en carne propia cuando cayó en desgracia. Dicha acción encarnada por Mao se encargó de eliminar y reeducar cualquier desviación ideológica hacia elementos capitalistas y terminar con los impuros. En realidad, fue una tapadera del fracaso económico rotundo que significó la política del Gran Salto Adelante.

Pero, en 1976, con la muerte de Mao, todo cambio gracias a las reformas impuesta por Deng Xiaoping a finales de la década del 70 que continuó en los 80. Una apertura hacia una economía de mercado con “características chinas”. La reforma consistió en la descolectivización de la agricultura y de una apertura del país a la inversión extranjera, acompañada por el permiso a emprendedores para crear empresas. Además, se implementaron programas que permitieron las privatizaciones, el levantamiento del control de precios y la eliminación de regulaciones y políticas proteccionistas.

China logró patear el tablero económico mundial con grandes logros que la convirtió en el mayor proveedor de todo tipo de productos en el mundo, y también penetró con inversiones de infraestructura y capital en Occidente, en África y en el resto de Asia. Pekín mostró las cartas al mundo: juega abiertamente a la globalización y al libre comercio y la posiciono como un actor relevante en el mundo compitiendo contra Estados Unidos por la primacía mundial.

Sin embargo, sólo la apertura fue económica y no política. Desde la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov, a mediados de los 80, vientos de cambios se respiraban en la Unión Soviética con la apertura (Glasnost) del régimen que generó un efecto contagioso en los países europeos del este. El cambio era inevitable. Y a fines de 1989, uno a uno como efecto domino cortaron las cadenas del comunismo lo que generó el colapso de la URSS en 1991.

También eso vientos de cambio llegaron a China. Allí los estudiantes pedían que los cambios en la economía sean acompañados por una mayor apertura política. El régimen hizo caso omiso. Dentro del partido se alzaron voces acompañando las demandas que pedían los estudiantes. Uno de ellos fue el dirigente reformista, Hu Yaobang, que abogaba por la libertad de expresión y prensa. Pero su muerte en una reunión del partido, el 15 de abril de 1989, desencadenó las primeras manifestaciones de los estudiantes que se intensificaron y se hicieron multitudinarias en alrededor de 340 ciudades del país, incluyendo Pekín, donde los estudiantes se concentraron en la Plaza de Tiananmen. Deng temeroso ante el avance optó por la mano dura y la represión fue cruel y total.

Fue una masacre. Se estima que bajo el fuego y los tanques del ejército chino asesinaron entre 300 y 3000 personas en todo el país. Ante el crudo accionar de Deng, se alzaron voces en disidencias que fueron calladas y purgados dentro del PCC, entre ellos, el reformador Zhao Ziyang.

Más de treinta años después, el régimen no se abre. Las restricciones políticas se mantienen blindadas para proteger el ideario comunista. Y, Xi aprendió de esa lección. Evitar cualquier infiltración que huela a Occidente debe ser neutralizado y eliminado. Por eso, hay que exaltar el sentimiento nacionalista para tapar con la alfombra los problemas domésticos. Las políticas estrictas de restricciones durante la pandemia, que fueron pésimas, repercutieron en la economía sumado a las crisis del sector inmobiliario. Además, Xi impuso controles sobre varias empresas del sector privado. Estos movimientos encendieron las alarmas de varias filiales, principalmente empresas de tecnología, que han decidido abandonar el país como Apple y NVIDIA, y optar por la India o Vietnam. Todas estas medidas desaceleraron a la economía, aunque en el primer trimestre creció un 5,3 por ciento, pero se especula que no crecerá al 5% anual como esperaban la autoridades chinas.

Frente a estos problemas, Xi aplica una política exterior dura contra su vecinos, conocida como la «Diplomacia del Lobo Guerrero» que  describe un estilo agresivo de diplomacia adoptado por los diplomáticos chinos en el siglo xxi. Es un contraste con la práctica diplomática china anterior, el llamado «ascenso pacífico de China», que había enfatizado el evitar la controversia y el uso de la retórica cooperativa. Este estilo de diplomacia es más combativa, dura y directa denunciando abiertamente las críticas a China en las redes sociales y en entrevistas de sus referentes.

En ese contexto al tan ansiado anhelo de recuperar la isla de Taiwán, a la que Pekín considera parte del territorio chino, se suman conflictos limítrofes y provocaciones con maniobras navales y económicas en el Indo-Pacífico hacia a Filipinas, Corea del Sur y Vietnam. A la lista, también, se suman Japón con provocaciones a sus empresas y Australia, que había acusado al gigante asiático de violar los derechos humanos. Semejante acusación fue contrarrestada por Pekín restringiendo el flujo comercial.

Sin embargo, al mismo tiempo Xi tuvo varias reuniones bilaterales con los mandatarios de estos países. Al primer ministro australiano, Anthony Albanese, el líder chino lo recibió en Pekín y comenzaron a reestablecer, nuevamente, el comercio entre ambas naciones. También, hizo lo mismo con el premier japonés, Fumio Kishida, en el marco de las charlas en la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, por sus siglas en inglés), en San Francisco. Xi muestra o pretende aparentar ser un líder confiable y creíble como lo fue al comienzo de su mandato en 2013. La duplicidad es una constante en la figura de Xi. Garante comercial amistoso en África y Asia siempre y cuando cumplan con lo pactado. Mantiene modos cordiales y amistosos con algunos líderes europeos como el francés Emmanuel Macron. Promueve excelente relaciones con líderes latinoamericanos como el brasileño Lula da Silva, y a la vez mantienen intacta su relación con Vladimir Putin y con el régimen de los ayatolas en Irán. Estrategias y posicionamientos geopolíticos en su lucha contra Estados Unidos por la hegemonía mundial. El tema puntual es cuál es la verdadera cara de Xi Jinping.