*) Por Nicolás Lamacchia.
Luego de las elecciones de 2019, el desafío será salir del laberinto en el que se ha metido nuestra nación, totalmente desconcentrada en el camino y preocupada por peleas internas que accesorias a la realidad. Si Mauricio Macri es reelecto, tendrá la oportunidad de tomar las medidas de fondo para cambiar el rumbo y evitar un nuevo colapso que nos atrase respecto a las naciones desarrolladas del mundo.
Estamos ante un panorama desolador. Si no cambia la tendencia, existe un riesgo real de que la próxima generación de dirigentes se enfrente a un país con el 50% de la población bajo la línea de la pobreza y con una educación básica incompleta. El gasto público representa casi el 40% del PBI y está dirigido principalmente al gasto social, no a la inversión productiva. En 2018, el déficit fiscal fue del 2,7% y la inflación cerró cerca del 50%. Entre los tres niveles del Estado, hay 3,9 millones de empleados públicos, lo que representa el 18% del total de trabajadores del país.
Antes estos números, cualquier político de turno o economista formado bajo las escuelas liberales recomendaría bajar drásticamente el gasto, aumentar la capacidad de ahorro mediante la contracción del consumo e impulsar medidas restrictivas para bajar la inflación, en un marco de gradualismo para afectar lo menos posible la vida de los ciudadanos durante este sinceramiento.
Aquellos que creen que estabilizar ciertas variables económicas favorecen al productor están equivocados y sólo miran un costado de la crisis argentina. El mismo costado que se mira hace más de 70 años y que nos ha llevado a un círculo vicioso: la contracción provoca una caída en las ventas, luego los empresarios deben despedir empleados y bajar salarios, lo que impacta nuevamente en las ventas ya que la reducción el salario del obrero deprime el mercado donde el empresario vende los productos.
La verdad del asunto es que la economía argentina está enferma. Y equilibrar aspectos superficiales sin meter las botas en el barro, sin cambiar las estructuras antiguas e improductivas, solo provoca que el problema empeore. En este sentido, tanto populistas como liberales son la cara de una misma moneda. Y no importa de qué lado caiga: ambos analizan los problemas suponiendo que en el fondo la economía argentina está sana.
La política adoptada por el gobierno de ordenar y bajar la inflación sin pensar en un plan de desarrollo fue claramente un error. Ambas políticas deben ser simultáneas, ya que finalmente el incremento de la producción y la diversificación del mercado interno darán el golpe final a la fiebre que nos aqueja hace años: la combinación de inflación y pobreza en aumento.
Si se toman solo medidas de ajuste, lo único que se genera es un conflicto social que hace inviable mantener una política a largo plazo de estabilización, ya que dos de las principales perjudicadas son el salario y las jubilaciones. Si bien se espera que el déficit primario sea en 2019 de 0% y se alcance en 2020 un superavit del 1%, no se podrá sostener en el tiempo mientras haya fábricas con capacidad ociosa de hasta el 60%, como sucede con la industria automotriz, y el desempleo sea del 9%. Si la industria se expande, será posible la racionalización de la administración pública y la reducción del gasto fiscal mediante la transferencia de personal al sector productivo, único camino para erradicar la inflación.
El país está muy cerca de llegar al umbral de no retorno a pesar de tener todas las fuentes de energía en su territorio y la capacidad para extraer de nuestra tierra la mayoría de los recursos por los cuales suspiran las naciones del mundo. A la Argentina le falta producción. Y no cualquier tipo de producción, sino aquella que reproduzca y posibilite la construcción de una estructura sólida, integrada y encadenada para dar pleno empleo, desenvolver al máximo nuestras potencialidades e integrar el vasto territorio nacional.
Por qué 2019 no es un año más en la historia argentina
La reelección dotaría a Mauricio Macri de un capital político que debería aprovechar para comenzar el rumbo del desarrollo. Tiene el deber de hacerlo inmediatamente después de las elecciones.
Lo primero que debe hacer el gobierno es establecer prioridades. No se pueden seguir remodelando plazas o paseos con fondos nacionales sin reintegro de los municipios. Más allá de que esto pueda hacer que varios intendentes oficialistas ganen elecciones, no es lo mismo la inversión en plazas que la inversión en una represa hidroeléctrica o en una ruta a un polo industrial. No es el mismo tipo de obra ni su efecto corresponde a lo que realmente necesita la nación. La prioridad en obra pública se debe dirigir hacia las inversiones que generan un mayor valor agregado y ocupan más mano de obra en forma sostenida. Las inversiones en Vaca Muerta o en la mina de litio de Susques, por ejemplo, generan mano de obra genuina, reactivación económica, desarrollo de industrias asociadas y la generación de energía para sostener este proceso.
En segundo lugar, el gobierno debe continuar con el sinceramiento, pero teniendo en cuenta no caer sobre las espaldas de quienes producen. La implementación de políticas de acelerada formación de capital reproductivo debe ser el punto de partida. El crédito debe ser atractivo. Las empresas que se encuentran asfixiadas por compromisos adquiridos deben refinanciar los mismos con tasas bajas y a plazos de amortización más extensos. Es primordial que se establezcan nuevas líneas de crédito con tasa negativa para proyectos productivos, de vivienda o de desarrollo de las economías regionales.
El salario mínimo debe ser elevado al nivel adecuado. También el resto de los salarios, priorizando aquellos de los sectores industriales y productivos. Una política de aumento de productos agropecuarios con la contracción del salario no es compatible. Para disminuir el desempleo en lo inmediato se debe realizar un plan de vivienda intensivo en mano de obra.
La presión fiscal debe reducirse de manera drástica, comenzando por los productos de primera necesidad y luego a través de un proceso selectivo de degravación para la inversión.
Los subsidios en salud, educación y en asistencia social son los más difíciles de reducir, pero pueden transformarse en incentivos para producir y trabajar. La educación pública debe promover la formación de profesionales que satisfagan las necesidades de la nación y la asistencia social tienen que promover la rápida salida laboral.
Debemos recuperar la cultura del trabajo. En esta dirección es que todos los recursos que el Estado asigne como gasto social deben contar con una contraprestación obligatoria. Aquel que reciba un subsidio por desempleo o plan social debe realizar trabajos para la comunidad hasta que encuentre un empleo.
La superación de esta larga crisis necesita propuestas que solucionen los problemas de la coyuntura, pero fundamentalmente requiere de políticas que apunten a eliminar el subdesarrollo de raíz. Políticos, sindicalistas, militares, científicos, obreros, empresarios, profesionales, emprendedores y la ciudadanía en general tienen que pensar en la superación, el futuro y la construcción de esta nación. Debemos ser creativos y pioneros nuevamente en un mundo lleno de oportunidades, que están al alcance de la mano para el país con el octavo territorio más grande del mundo. Este sí es el camino para que cambiemos.