En la Argentina, la historia es circular: cada tantos años se repite. Son los mismos hechos, las mismas políticas y los mismos debates, con pequeñas variaciones en las circunstancias.
La economía argentina está atravesando un proceso de creciente sobrevaluación cambiaria e incipiente apertura comercial, mientras la producción local atraviesa una fuerte contracción. La sobrevaluación es producto del ajuste del tipo de cambio oficial por debajo de la tasa de inflación, lo que genera que “Argentina esté crecientemente cara en dólares”. Perdemos competitividad.
El manejo arbitrario de la tasa de cambio ha sido la característica común a una cantidad inmensa de planes de estabilización y estrategias antiinflacionarias de corto plazo: la tablita cambiaria, el Plan Austral, la Convertibilidad, el cepo cambiario de CFK y todo el gobierno de Fernández, el inflation targeting de Sturzenneger y, en la actualidad, la tablita cambiaria de Caputo.
El atraso cambiario actúa a modo de impuesto sobre las exportaciones y subsidio a las importaciones, agravado por el contexto de brecha cambiaria, lo que implica colocar en desventaja competitiva a los productores de bienes transables exportables y competidores con la importación respecto a los productores del resto del mundo.
Aún resuena en mi mente la voz de Adolfo Canitrot, a principios de los ´90s, en un seminario del Instituto Di Tella, diciendo “se te atrasa, Mingo, se te atrasa”. Tan circular es nuestra historia que quien alertaba entonces, Canitrot, era el mismo al que el alertado por él, Cavallo, había alertado del mismo atraso, cinco años antes, cuando aquel era Vice-Ministro de Sourrouille, durante el Plan Austral. 30 años después, Cavallo lo alerta a Caputo.
La buena economía indica que frente a procesos cambiarios de este tipo se debe colocar un sobrecargo sobre el tipo de cambio de importación, en forma de impuesto o arancel, y subsidiar las exportaciones para mejorar el tipo de cambio efectivo de exportación.
Es lo que, en 1992, al comienzo de la Convertibilidad, recomendó Calvo a las autoridades argentinas y el ministro Cavallo intentó con la política de devaluaciones fiscales y el incremento de la tasa de estadística a todas las importaciones, que, a pesar de ser insuficientes, fueron en esa dirección.
En la actualidad, frente a una situación similar, las autoridades económicas decidieron ir por el camino inverso. Por un lado, iniciaron un proceso de rebaja de aranceles a insumos y bienes finales, eliminación de restricciones cuantitativas y para-arancelarias que amortiguaban la competencia desleal.
Por otro, anunciaron la eliminación total del impuesto país, comenzando por la reducción implementada de 10 p.p. Ambas medidas implican una caída mayor del tipo de cambio para importar. En los ´90s las autoridades económicas sabían que tenían un problema a resolver e intentaban hacer algo, hoy pareciera que ni se lo identifica como tal y se lo agrava.
En la comparación actual del tipo de cambio real respecto al valor histórico, hay que considerar la enorme distorsión que implica el abrupto incremento del gasto público, que se verificó en estos años de populismo, y que se expresa en el costo impositivo en la formación de precios de nuestros productos. Al atraso del tipo de cambio real hay que sumarle el incremento de la presión impositiva que pesa sobre nuestro sector transable y agrava el fenómeno de pérdida de competitividad.
El argumento recurrente en la discusión de la mano de quienes niegan o minimizan el atraso cambiario es el inmenso salto de la productividad que generarán las reformas económicas. Así, el Vice-Ministro de Economía de Cavallo, Juan J. Llach, pronosticaba, a tres meses de lanzada la Convertibilidad, que “en el plazo de un año, un año y medio, hay margen para una mejora del 30% del tipo de cambio real efectivo para la producción argentina”.
Dicha mejora sería resultado del equilibrio fiscal, que posibilitaría la devolución y eliminación de impuestos a los productores transables, más la reducción del costo argentino por las reformas estructurales y el proceso de desregulación.
Cavallo fue más allá y pronosticó que el salto sería tan gigante que superaría a la de los EEUU y, al final, generaría una sobrevaluación real del peso respecto al dólar. El incremento de productividad se verificó, pero la expectativa fue, claramente, temeraria respecto a su dimensión.
Nadie discute que Argentina está muy poco integrada al mundo: el indicador de comercio exterior (exportaciones más importaciones) sobre el PIB nos muestra entre los menos abiertos del mundo: 27%, el 55% de la de América Latina y el Caribe (49%). Nos tenemos que abrir más a los flujos de comercio internacional, sin dudas. El tema no es el qué sino el cómo y el cuándo. Apertura con revaluación cambiaria en un contexto recesivo solo dio malos resultados: deuda externa insostenible, desempleo y pobreza y destrucción de capacidades productivas.
A principios de los ´90s, con los trabajos del Banco Mundial, se plantearon las bondades del modelo de apertura exportadora, que permitía la reducción de los costos industriales y con un tipo de cambio real alto daba por resultado la expansión productiva y un salto exportador.
Ese modelo contrastaba con otro, no recomendado, en el que la apertura se realizaba con el tipo de cambio sobrevaluado y daba como resultado solo un incremento de las importaciones y crisis de la balanza de pagos. Este último es el que tradicionalmente intentamos en Argentina.
A veces pareciera que, lamentablemente, el futuro de nuestro devenir económico se puede leer en nuestro desdibujado pasado, en los libros de historia. Esperemos que el importante esfuerzo fiscal en marcha sirva de base para cambiar a tiempo y emprender aquel camino señalado por los trabajos del Banco Mundial en los años ´90s.
Fuente: Clarín