El encanto de la política está en las inmensas dificultades y contradicciones que nos presenta. Y más aún la política internacional. Parece difícil de creer, por ejemplo, que en la disputa geopolítica más importante del mundo en los últimos 30 años, el crecimiento de uno de los contrincantes se deba casi totalmente a las decisiones de su rival. Esta es, sin embargo, la realidad del sistema internacional actual, con la competencia cada vez mayor entre EEUU y China.
El milagro económico chino nació de la esclarecida visión de los líderes que sucedieron a Mao Zedong tras su muerte: el socialismo realmente existente no servía para lograr el desarrollo económico. Por eso decidieron abrirse al mundo y atraer inversiones en un proceso fuertemente controlado por el Estado. Esto dio lugar a una verdadera competencia para producir bienes en China, competencia en la que hizo punta el que en el futuro se terminaría perfilando como su máximo competidor geoestratégico: EEUU.
Las ganancias económicas obtenidas por las corporaciones estadounidenses fueron ingentes, los costos de producción descendieron a un ritmo vertiginoso y aumentaron así los dividendos. Al mismo tiempo, Washington intentó llevar a China por el buen camino: buscó su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y se aferró a la idea de que el desarrollo económico llevaría a China a abrazar la democracia liberal a través del mejoramiento en las condiciones de vida de sus habitantes, que luego, se suponía, reclamarían por derechos políticos.
Todo esto resultó una ilusión. Tal como adelantó el profesor John Mearsheimer (muy poco escuchado en su momento), EEUU alimentaron en realidad al que sería su principal competidor. Un competidor que, por las dimensiones de su población y territorio, amenaza con superar a los EEUU en todas las variables importantes del poder nacional. Cuando el liderazgo de Washington reaccionó, ya se encontraba con un rival de su misma estatura: primero, Barack Obama cambió la gran estrategia de EEUU al identificar a China como el principal rival, lo que significaba abandonar el foco en la amenaza del terrorismo; luego, tanto Donald Trump como Joe Biden buscaron desacoplar a la economía estadounidense de la china.
Tensión en alza
¿Qué sucedió del lado chino? Por muchos años primó la paciencia. Paciencia que dio sus frutos en términos del gran desarrollo económico obtenido, al tiempo que se asordinaban sus conflictos territoriales. Esto cambió en los últimos años. China comenzó a volcar fuertemente los recursos que su floreciente economía le otorgaba hacia un proceso de rearme y modernización militar que hizo encender las alarmas tanto en Washington como en los (muchos) países vecinos.
Y así llegamos al nudo gordiano para China: desea competir geopolíticamente con EEUU —entiéndase por esto: recuperar Taiwán, controlar los mares de Asia del Este, tanto al norte como al sur— al tiempo que busca seguir con su impresionante desarrollo. Ahora bien, estas ambiciones, así como las acciones llevadas a cabo para conseguirlas, generaron las reacciones de EEUU y los vecinos de China en Asia, con la importante excepción de Rusia, con quien mantiene una alianza. He aquí la cuestión: los mismos países que permitieron su increíble desarrollo son sus rivales geopolíticos.
Si China continúa este camino, confirmaría que las ambiciones geopolíticas terminaron primando sobre las económicas. La pregunta, en este caso, pasa a ser si el timing de la decisión fue el óptimo o si convenía a los intereses chinos seguir desarrollándose hasta alcanzar tal estatura económica que le asegurase una superioridad sin parangón en la región (y eventualmente en el mundo entero). Para seguir con los contrafácticos, podemos preguntarnos: ¿hubiera EEUU permitido tal crecimiento en China sin buscar usar su superioridad militar para coartarla?
Mearsheimer considera que existe un aspecto trágico en las relaciones internacionales: las grandes potencias están infaustamente destinadas a competir entre ellas porque desconfían del poder militar de sus rivales. Y, además, todas intentan dominar, en primer término, las regiones en las que se encuentran localizadas. Esto convierte a Asia del Este en un punto crítico del tablero global, ya que ha sido área de influencia de EEUU desde la Segunda Guerra Mundial (cuando el poder militar de Japón fue destruido), y su posición se vio reforzada tras el fin de la Guerra Fría. China, por lo tanto, busca eliminar la influencia de EEUU en Asia del Este. Pareciera que Mearsheimer vuelve a tener razón.