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Una patrulla argetnina se desplaza por un descampado en Puerto Argentino. / Román von Eckstein (Telam)

En la mañana del 30 de marzo de 1982 decenas de miles de trabajadores convocados por la CGT Brasil, comandada por Saúl Ubaldini, marcharon hacia la Plaza de Mayo. La consigna era de «Paz, pan y trabajo». Mientras las columnas avanzaban e intentaban llegar a una plaza totalmente vallada y rodeada de carros de combate, cantaban: «¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!». Era un desafío explicito contra el gobierno de facto. Hubo movilizaciones en todo el país: Rosario, Mendoza, Neuquén, Mar del Plata. A las largas horas de agitación le siguieron otras tantas de una feroz represión policial. El saldo fue un muerto en Mendoza, centenares de heridos y miles de detenidos. Para muchos ese día comenzaba el fin de la dictadura. Nadie pensaba que tres días después una multitud se acercaría a esa misma plaza para celebrar la recuperación de las islas Malvinas.

La Junta Militar había mantenido en un secreto hermético la decisión de invadir las islas el 2 de abril de 1982.

La recuperación del archipiélago era una obsesión para la marina. Y la oportunidad era ideal: la dictadura pasaba por un momento tormentoso. Los números de la economía era un desastre, la gente pedía la vuelta a la democracia y, para mantenerse, el presidente de facto, Leopoldo Fortunato Galtieri, vio en la causa Malvinas una salvación. 

Reivindicación histórica

El reclamo argentino por la soberanía de las islas Malvinas se mantuvo desde el primer día de la ocupación ilegal británica en 1833. En simultáneo, Gran Bretaña fue poblando de manera informal las islas. Sin embargo, Londres descuidó por mucho tiempo a los pobladores isleños y los trataban como ciudadanos de tercera categoría dentro del Imperio. En plena Primera Guerra Mundial, ante el intento de la flota alemana de tomar las islas, los británicos las defendieron con uñas y dientes. Todo intento de Argentina de discutir la soberanía fue en vano por la fuerte presión de los representantes isleños y su marcada autodeterminación británica.

Gran Bretaña estuvo dispuesta a ceder la soberanía de las islas en dos oportunidades. La primera, durante la tercera presidencia de Juan Domingo Perón, que había aceptado el plan presentado a su canciller, Alberto Vignes, de devolver la soberanía en 100 años. Muerto el líder justicialista, con Isabel Martínez en el poder, en 1975, Vignes insólitamente cambió de opinión, endureció su posición y amenazó al embajador británico en Buenos Aires, Derrick Ashes, con ocupar las islas.

La segunda oportunidad desperdiciada fue en 1980, a un año de iniciado el gobierno de Margaret Thatcher. Se establecieron conversaciones entre el secretario de Estado británico, Nicholas Ridley, el embajador argentino en Londres, Carlos Ortiz de Rozas, y el ministro de Economía, José Martínez de Hoz. Ridley y Martínez de Hoz tenían una relación de amistad. La idea era la misma que antes: la devolución de la soberanía a 100 años. El gobierno de Thatcher tambaleaba por las serias dificultades económicas y enfrentó una discusión férrea en el Parlamento sobre la necesidad de desmantelar la flota de superficie y reemplazarla por submarinos, con un acuerdo previo con la OTAN. En el medio de las tratativas, la Falkland Islands Company hizo un fuerte lobby para que no se lograse ningún acuerdo. No era la primera vez que la compañía presionaba: en 1968, ante un posible entendimiento, aplicó el mismo método. Y en 1982, al inició de las hostilidades, el conflicto armado salvó a la flota británica.

Cuando el desarrollismo se opuso a la guerra de Malvinas

La decisión de ocupar las islas

El jefe de la Armada, el almirante Jorge Isaac Anaya, ya tenía todo planificado desde 1978, cuando era el jefe de Operaciones Navales. En ese entonces la Armada comunicó al Ejército la intención de que se sumara a la preparación de una operación de desembarco y recuperación de las islas Malvinas. Ni bien Galtieri asumió la presidencia, Anaya lo puso en conocimiento del plan. La organización del desembarco comenzó a fines de diciembre de 1981.

Tras el aumento de las tensiones, se iniciaron en febrero de 1982 las conversaciones entre representantes británicos y argentinos en las Naciones Unidas. El canciller Nicanor Costa Mendez cuenta en su libro Malvinas, esta es la historia que el fracaso de las negociaciones convalidaba una vez más su tesis sobre la imposibilidad de recuperar el archipiélago por la vía puramente diplomática.

A nadie se le cruzaba en esos momentos ir a una guerra contra el Reino Unido. La intención consistía en invadir las islas y, desde esa posición, discutir la soberanía. El primer paso fue la ocupación, a través de un emprendimiento comercial a cargo del empresario Constantino Davidoff, y desmantelar una planta ballenera en las Islas Georgias. Los trabajadores izaron la bandera argentina, los británicos vieron esa actitud como una provocación y enviaron al HMS Endurance con la intención de arriar la bandera albiceleste y evacuar a los trabajadores argentinos.

El movimiento de Londres precipitó los planes de la Junta Militar. A las 19 horas del viernes 26 de marzo, el Comité Militar, reunido en el edificio Libertador, tomó la decisión de recuperar las islas Malvinas. El nombre del Operativo Azul se postergó para el domingo 28 de marzo, en el medio de intensas negociaciones diplomáticos con los británicos que en secreto solicitaron la mediación de EEUU.

El día previsto salió desde Puerto Belgrano la flota que transportaba las tropas que ocuparían las islas Malvinas. El operativo estaba a cargo del contralmirante Carlos Alberto Busser, jefe de la fuerza de desembarco, y del coronel Mohamed Alí Seineldíin, jefe de las fuerzas terrestres. Seineldín cambió el nombre del operativo: se llamaría Operativo Rosario, por la devoción del coronel por la virgen.

La derrota

La Operación Rosario preveía tomar las islas, hacerse del control administrativo al desplazar al gobernador Rex Hunt y reducir al destacamento de la Royal Marine sin provocar ninguna baja británica. Una vez completado el primer objetivo, las tropas debían retirarse y ser reemplazadas por una fuerza de seguridad al solo efecto de mantener el orden. A partir de allí comenzaría a discutirse la soberanía. Una de las claves era la posibilidad de colocar tres banderas con el auspicio de Naciones Unidas y la mediación de EEUU. El gobierno de facto consideraba que Washington estaba a favor de los intereses argentinos.

En la madrugada del 2 de abril de 1982, se llevó a cabo el operativo, que fue exitoso. No hubo bajas del lado británico, ni civiles ni militares. Pero sí del lado argentino: el capitán Pedro Giachino fue el primer caído en combate en Malvinas. El país amaneció con las tapas de los diarios con sus titulares que destacaban la epopeya de la recuperación de las islas. La Plaza de Mayo, con una multitud de personas desbordaba de euforia y emoción. Ante semejante escenario, Galtieri decidió salir al balcón. Previamente, el almirante Anaya le había pedido que fuera cuidadoso con lo que iba a decir porque se estaba negociando una salida diplomática. La historia es conocida: Galtieri, con una feroz verborragia retó a los ingleses a combatir. 

El presidente de EEUU, Ronald Reagan, en comunicación con Galtieri, intentó persuadirlo para que retirase las tropas. Con una inmensa ingenuidad, Galtieri creía que los estadounidenses iban a apoyar a Argentina por el solo hecho de haber demostrado ser los mejores alumnos en la lucha contra el comunismo en el continente. Reagan envió a su secretario de Estado, Alexander Haig, como mediador del conflicto. En su entrevista en Casa Rosada insistió, en vano, para convencer a Galtieri, que se sorprendió por la actitud de los estadounidenses, pero no cedió.

Haig, en Londres, intentó lo mismo con Thatcher, que lo acusó de proteger a un dictador del tercer mundo. Mientras continuaban las negociaciones, el almirantazgo británico le anunció a la primera ministra que las fuerzas británicas podían retomar las islas fácilmente. La dama de hierro no titubeó y decidió enviar toda la flota para recuperar el archipiélago. La guerra era inminente. Haig, en su última visita. comunicó a la Junta la decisión de EEUU de dejar la mediación que llevaba a cabo y expresó su apoyo a Gran Bretaña. Además, advirtió: «Ahora van a saber lo que es combatir en serio», en alusión a que los mandos militares argentinos ufanaban de tener experiencia en combate con la guerrilla interna. 

La guerra se prolongó por dos meses y 12 días. Las Fuerzas Armadas no estaba preparadas para la guerra, fue una aventura bélica que careció de un alto mando capacitado para las circunstancias. Sí hubo valor y heroísmo en los mandos oficiales medios, reconocidos por los altos oficiales británicos. Como manifestó el brigadier Julian Thompson, que dirigió la operación terrestre de las fuerzas británicas, en su libro No Picnic: la diferencia con las fuerzas armadas argentinas fue el entrenamiento y la preparación. Esa fue la clave de la victoria británica.

A 40 años del conflicto, la herida continúa abierta. El recuerdo de los héroes debe permanecer intacto en la memoria del pueblo argentino y rendirle su merecido homenaje. El desafío de las futuras generaciones es mantener vivo el recuerdo de los combatientes y continuar con el reclamo por la vía diplomática la soberanía de las islas.