En la base de toda la problemática del desarrollo, está la arraigada y poderosa tendencia de los pueblos a elevar sostenidamente las condiciones de vida y trabajo en que se desenvuelven su existencia. Esa tendencia es el poderoso motor que estimula y apuntala los cambios estructurales a los que hemos hecho abundante referencia.
Ella está profundamente vinculada a la aspiración de cada pueblo de preservar su identidad, accediendo a niveles más altos de vida y desenvolviendo sus potencialidades. Esto explica por qué, para nosotros, el desarrollo es un problema de la cultura, entendida ésta no sólo como sus expresiones superiores de orden espiritual sino también en referencia al dominio de la naturaleza, la organización social y política y las restantes manifestaciones por las que el hombre modifica permanentemente su entorno y en esa acción también se modifica a sí mismo.
De allí que, en forma inherente a toda política de desarrollo, esté el problema de identificar los obstáculos y plantear vías idóneas de superación para acceder a los niveles superiores de convivencia social a que se aspiran. Ello concierne tanto a qué hacer con las actividades productivas -cuáles privilegiar y cuáles modificar- como también a plantearse y resolver correctamente la demanda creciente de educación, salud, vivienda, recreación, etc. que son universales pero que requieren respuestas específicas en cada caso.
El error de la parcelación y fragmentación del desarrollo
El problema del desarrollo es ante todo una urgencia imperiosa para los pueblos atrasados: aquellos que en el esquema mundial sufren un rezago (que tiende a ampliarse) respecto de las comunidades que por su nivel de industrialización, por la solidez de sus instituciones y por la capacidad que han alcanzado de seguir potenciando su progreso, configuran el mundo desarrollado. Sólo un tercio de la humanidad está en posición de privilegio confrontándose con las aspiraciones del resto estimulando su emulación.
Esta tendencia ha generado innumerables reacciones y fenómenos secundarios que terminan influyendo sobre el tratamiento que de ella se hace en el plano conceptual. No en vano el desarrollo es el gran objetivo que ha promovido programas especiales –generales o específicos- de los organismos internacionales, empezando por las Naciones Unidas. No hay, sino referencias permanentes a la cuestión del desarrollo. Se han acuñado expresiones complementarias, como desarrollo social, desarrollo cultural, desarrollo político -por supuesto, desarrollo económico– y ¡hasta desarrollo integral! Todas estas fragmentaciones tienen que ver, por una parte, con la riqueza que ofrece el fenómeno del desarrollo. Pero también explicitan en diversas oportunidades determinados prejuicios. Por ejemplo, se suele enfatizar la necesidad de promover y auspiciar los aspectos sociales del desarrollo en la presunción de que la transformación de las estructuras económicas deja intactos o posterga a un segundo plano los problemas sociales. De allí a promover el «desarrollo social» olvidando lo único que puede darle sustento duradero no hay más que un paso. Muchas conciencias sensibles frente a las lacras de la pobreza han caído en esta trampa que es conceptual, pero que tiene directas consecuencias para la condición nacional. concepto de desarrollo concepto de desarrollo
Ese fue el núcleo de nuestro debate -durante el gobierno desarrollista- con la administración norteamericana presidida por el recordado John F. Kennedy, La Alianza para el Progreso perseguía, precisamente, establecer una contribución directa y muy importante para resolver problemas sanitarios, habitacionales, educacionales o, en general, de infraestructura social. Descontada la muy buena intención de tal ayuda -significativa en términos cuantitativos- quedaba en pie el debate de fondo sobre si esa contribución permitiríaefectivamente elevar las condiciones de vida y de trabajo de los pueblos sumergidos.
Más de dos décadas después podemos constatar que nuestra evaluación de entonces –anticipada a Kennedy por el presidente Frondizi con gran claridad y lealtad, se ajustaba a los hechos que ocurrirían necesariamente. La mejora promovida por tal ayuda fue lamentablemente efímera, habida cuenta de que las estructuras sociales y económicas sobre las que ella se volcó no se alteraban. La miseria absorbió muchas obras que se degradaron rápidamente, perdiendo su benéfica función. Otras, no significaron una elevación mensurable del nivel de vida o de cultura.
El desarrollo no es un estadio. que se pueda alcanzar por rodajas. De allí que su parcelación conceptual ayude a confundir sobre la necesidad de modificar sustancialmente la estructura productiva subdesarrollada, sustituyéndola por otra que permita al pueblo encaminarse en conjunto hacia sus objetivos nacionales.
Crecimiento no es desarrollo
Hecha esta referencia, cabe distinguir en primer lugar el desarrollo del crecimiento, Este último es sólo el incremento cuantitativo de la estructura existente. De allí que si bien el desarrollo entraña crecimiento -en tasas extraordinarias y sostenidas-o no todo crecimiento puede ser confundido con desarrollo. concepto de desarrollo concepto de desarrollo
El mero crecimiento de la estructura productiva argentina nos daría mayor cantidad de producción agropecuaria -y presumiblemente mayores problemas para colocarla- aumentando al mismo tiempo la insuficiencia del abastecimiento de insumos básicos. De allí que un cambio de proporciones sea lo que verdaderamente garantice una expansión sostenida de todos los rubros productivos.
La diferencia cualitativa entre crecimiento y desarrollo está dada por la integración productiva.
Aun en la hipótesis de que existiera crecimiento sin desarrollo -hipótesis .que en el caso argentino es insostenible, habida cuenta del que caracteriza a nuestra estructura subdesarrollada es su bajisima capacidad de inversión, al punto que la inversión neta es negativa desde hace varios años- no habría posibilidad de asegurar trabajo e ingresos dignos a la totalidad de la población activa, cuando la plataforma económica es demasiado estrecha. En nuestro país, los resultados del esfuerzo de varias generaciones de compatriotas no se han capitalizado dentro de la economía nacional.
Esa pérdida de riqueza -con su secuela de empobrecimiento crónico- es la que impide, a la postre, que un esporádico crecimiento en los países subdesarrollados pueda mantenerse un período bastante largo como para mejorar el nivel de vida general. Ello se debe a que se trata de economías desintegradas, donde un crecimiento, en los casos particulares en que pueda registrarse, es por definición esporádico e insuficiente.
De modo que el único crecimiento sostenido es el que está garantizado por el proceso de desarrollo, que lo convierte en un crecimiento múltiple y que se caracteriza por el ritmo acelerado con que se expanden las actividades básicas que son también -por lo menos durante un período prolongado- las más dinámicas.
Extracto de «Frigerio, Rogelio, Ciencia, Tecnología y Futuro. 2ed 1990 Sielp»