La tesis del libro que acabo de publicar, “Más allá del liberalismo y el populismo. Una síntesis desarrollista para la Argentina”, no es original, sino que retoma la tradición de economistas como Rogelio Frigerio, Aldo Ferrer y Marcelo Diamand. En la década de los 70, estos ya postulaban la existencia de un péndulo maldito: una alternancia sistemática entre las políticas económicas populistas y las liberales financieras (u ortodoxas). Frigerio lo sintetiza muy bien en su libro «El estatuto del desarrollo». Allí dice que lo que tienen en común la visión liberal y la populista es su anti-desarrollismo.
Nuestra incapacidad para generar acuerdos
Quiero enfatizar que detrás de este péndulo esta la incapacidad de Argentina para generar síntesis superadoras. Cuando uno mira la historia, lo que ve es que la Argentina avanzó cuando logró generar alternativas superadoras. Y que las mismas salen de la política, de los consensos y acuerdos. Entonces, si uno mira la disputa entre unitarios y federales ve que se aletarga el desarrollo de la Argentina hasta que aparece una síntesis. Se trata, ese salto hacia adelante, de los pactos preexistentes y sobre todo la Constitución del 1853, con Alberdi, con Urquiza y da lugar a la generación del 80 y a un proceso de crecimiento hasta 1920, treinta años de crecimiento, no de desarrollo, de inserción de Argentina en el mundo.
Podemos discutir mucho sobre ese modelo agroimportador y los problemas que tenía a largo plazo, y que no quisieron ver, pero Argentina a partir de la inmigración, a partir de capital extranjero, predominantemente inglés, los ferrocarriles y a partir de una clase de hacendados que logran aquella transformación, lanzan un crecimiento que la coloca dentro de los países en crecimiento. Otro caso raro de síntesis lo constituye el gobierno de Arturo Frondizi, lo que teoriza Rogelio Frigerio. Frondizi gobierna entre 1958 y 1962, después de la Revolución Libertadora y todo el clima anti peronista está entonces en su apogeo y proscripto el movimiento y sus expresiones políticas. Frondizi ganaba muy presumiblemente sin los votos de Perón pero a través de las negociaciones que encaró Frigerio con emisarios busca un acuerdo de políticas básicas con Perón, que estaba exiliado. Contrariamente a los acuerdos que vivimos en la democracia reciente, que son apenas para ganar elecciones, aquel fue un acuerdo programático: le dijo que iba a levantar todas las proscripciones y devolver los sindicatos a los trabajadores, que el peronismo iba a normalizarse en la vida política y también en materia económica. Incluso acordaron el impulso al capital extranjero para la extracción de petróleo. Es decir que hizo un acuerdo para gobernar que transformó la estructura productiva de la Argentina que permitió al país vivir de rentas por más de una década.
Pero para eso Frondizi, que había sido un férreo opositor de Perón en el Congreso, buscó sentar bases de unidad nacional con el peronismo para gobernar con un proyecto superador. La lección esta más vigente que nunca. Necesitamos dejar atrás los enfrentamientos y lograr una síntesis, y la transformación que tuvo argentina esos años fue espectacular.
El péndulo del subdesarrollo
¿Cuál es el gran efecto pernicioso de este péndulo pernicioso que es necesario dejar atrás? Primero, por que produce la destrucción de nuestras capacidades productivas. Por un lado, el modelo liberal financiero de apertura económica con tipo de cambio bajo, que significa un impuesto a nuestras exportaciones y un subsidio a las importaciones, con costos de logística muy por encima de los costos del resto del mundo, con infraestructuras muy deficientes; con una carga impositiva fuera de lo normal. Así se extermina a una industria que sin estar en condiciones de competir es obligada a hacerlo en condiciones absolutamente desventajosas. Y con ella, se perjudica el trabajo, la riqueza y las capacidades tecnológicas que genera.
Llega entonces la reacción estatista-populista: Se pasa a un modelo cerrado, intervencionista, que también convive con un tipo de cambio sobreevaluado, con los mismos costos excesivos de logística, excesiva carga impositiva, etc., es decir que por los mismos desastres con los que se había justificado la apertura, ahora se cierra la economía bajo la idea de que así se protege a la industria de la exportación subsidiada. Pero esto que supuestamente es pro-industria, impide que se exporte, porque el tipo de cambio bajo no genera competitividad, porque los costos logísticos lo impiden, con lo cual este modelo cerrado, que no genera dólares, termina con la imposibilidad de la industria de instalar plantas de dimensiones adecuadas para exportar y además termina en la imposibilidad de contar con insumos, bienes de capital, es lo que estamos viviendo ahora, sin reservas en el Banco Central. Entonces, el populismo –paradójicamente– que reclama ser pro-industria termina pegándole un tiro de gracia a la actividad productiva. La deja sobrevivir frente a la amenaza aperturista liberal, pero la vuelve cada vez más menos competitiva. Además, la desgasta fuertemente en el imaginario social donde ya está instalado, algunas veces con razón y complicidad, aquello de lo ineficiente, corrupto y prebendarío. Lejos de protegerla, le da una muerta lenta o la condena a la mediocridad.
Entonces lo que vemos es que nuestro país termina condenado por esta paradoja repetitiva en la que medidas populistas desalientan la inversión y medidas liberales que desalientan la producción. En 50 años la Argentina tenía el mismo ingreso per cápita que en (poner año o década de referencia….) mientras que la región creció (y aquí no estaría mal poner cuanto creció AL). Cuando uno mira qué pasó con el stock de riqueza, Alex Oxenford, creador del unicornio argentino OLX, twiteaba: «El valor destruido en la Argentina durante los últimos 25 años es escalofriante. En 1994 El valor de todas las empresas que cotizaban en el MERVAL representaba el 40% de las empresas que cotizaban en el BOVESPA de Brasil, en 2021 el 40% de la Argentina respecto a Brasil, en 2022 el valor del MERVAL 2%.
En la Argentina hoy el empresario no sabe cómo resguardar el ahorro, pierde sus energías en pensar cosas que no deberían ocuparle su tiempo productivo. Nuestra Argentina hoy no tiene sistema financiero que apuntale la economía real, los bancos tienen el 75% de sus depósitos prestados al sector público, eso no es un banco es una caja del sector público, significa que no hay crédito para la producción.
Todo esto repercute en la pérdida del trabajo y la producción como dinamizadores y ordenadores sociales y económicos. Sin ellos se pierden incentivos y motivaciones en torno a valores como la cultura del trabajo y el esfuerzo… Hoy se trata de sobrevivir más que de progresar. Se vuelve tangible el dato que más de un 50% de la población argentina recibe aportes o subsidios del Estado y a pesar de eso en el año 2022 el 43% de la población era pobre y el 19% vivía en la indigencia. En este panorama se hacen imprescindible también tener prioritariamente presentes otros valores fundamentales como la solidaridad, la empatía y la comprensión hacia y con los más necesitados. Esos valores aunque fundamentales para evitar la lucha fratricida, no alcanzan por sola invocación para transformar la realidad de millones de compatriotas, especialmente jóvenes, que no tienen un porvenir auspicioso por delante. Es obvio que hay que cambiar de raíz la forma de gobernar en la Argentina, ya que las tradicionales, populismos y “eficientismos” de distinta raíz ideológica, han fracasado. Una síntesis en la que converjan las partes virtuosas de ambos extremos del péndulo. Una elevación cultural donde el valor del esfuerzo converja con el de la solidaridad.
Una oportunidad de quiebre
Mi última reflexión tiene que ver con el momento de Argentina de cara a las próximas elecciones, es un momento de quiebre donde, a partir del cual, podemos tener la posibilidad de generar un salto, de iniciar una transformación importante que dé de nuevo bienestar a los argentinos. Señalo esto porque creo que estamos tan mal, porque –admitámoslo– se hizo todo tan mal en los últimos 50 años, y al mismo tiempo asumir que tenemos mucho para ganar administrando las cosas bien, yendo a una economía normal en materia macroeconomía y en materia micro haciendo políticas productivas que permitan desplegar las capacidades que tenemos en los distintos sectores. Esta normalidad es indispensable para lanzar poderosos procesos de inversión pública y privada que movilice toda la riqueza disponible a lo ancho y lo largo del país, que no van a ocurrir espontáneamente, es necesario planificarlos, programarlos, ponerlos en la agenda.
El mundo nos está dando una nueva oportunidad demandando de los productos que nosotros tenemos como alimentos, energía, minerales y eso nos tiene que servir para agregarles valor y venderlos al mundo. O aprovechar esas divisas para diversificar nuestra estructura productiva de manera de no seguir dependiendo de la lluvia como nos ocurre desde hace 200 años. Sin duda esta es la oportunidad que tenemos para hacer las cosas bien como por ejemplo: el próximo gobierno tiene que sacar una ley de inversiones que muestre al mundo que vamos a respetar la seguridad jurídica y que en la Argentina el que invierta va a poder girar los dividendos al exterior.
Esa medida liminar, que no es única, significa por ejemplo que el gobierno no pueda cerrar mercados externos de exportación con una resolución del poder ejecutivo, que no te puedan prohibir importar insumos o bienes de capital, condiciones de seguridad jurídica. Una ley fuerte votada por el Congreso que sirva como señal para los argentinos y para el mundo de que la Argentina quiere priorizar la inversión, y que los responsables a cargo no van hacer los disparates de los últimos años. Fue lo que en su momento aplicaron Frondizi y Frigerio. Eso implica ir personalmente a buscar las inversiones, mostrar las enormes posibilidades que tenemos y la seriedad con que serán tratados quienes asuman las inversiones de riesgo necesarias. También es importante cambiar las condiciones laborales, no para conculcar derechos sino para ampliar las oportunidades, porque todos conocemos empresarios que no toman empleados por miedo a posibles juicios que pueden llevarlos a la quiebra. La Argentina tiene que terminar con las regulaciones que impiden que frente a la expansión de una actividad productiva no se tomen más trabajadores sin riesgos ajenos al emprendimiento mismo. Para que emplear a alguien no sea un problema para el empleador sino un factor de avance y progreso.
Pero si no hacemos estas cosas estamos bajo el alto riesgo de que se consolide un modelo de economía fallida caracterizada por la expansión del gasto público vinculada a subsidios al desempleo encubiertos, empleo de baja productividad, niveles de ingresos bajos, falta de dinamismo en el sector privado y la salida del capital humano con jóvenes capacitados yéndose al exterior.
Hoy, incluso nuestros empresarios se empezaron a ir, es un dato serio porque significa que esa porción de la sociedad, que da trabajo y genera innovación se está cansando de la Argentina y sin ellos como protagonistas no es posible este cambio que proponemos y es perfectamente realista llevar a cabo. Tenemos que revertir pronto este proceso, se tiene que ordenar la política, se tiene que tener en claro que la Argentina tiene que ir hacia una nueva síntesis desarrollista, poniendo en el centro la decisión política de expansión e integración nacional, es decir el fin de la grieta para promover la inversión y el empleo en todas las direcciones posibles.