crisis
Estatua de la República en el Monumento de los Dos Congresos. Foto: Emilio Risoli

El mundo cambia constantemente. Los cambios a veces llevan años, incluso décadas. La crisis que provocó el coronavirus, sin embargo, aceleró el proceso radicalmente. La vida, tal como como la conocíamos, no va a ser igual. Todo cambió, desde lo socioeconómico hasta la política.

La pandemia del COVID-19 puso en discusión el valor de la democracia y dejó al descubierto la vulnerabilidad de las instituciones para afrontar una crisis de esta magnitud. Argentina implementó medidas extraordinarias por la emergencia sanitaria, acompañadas de decisiones institucionales que delegaron en el Ejecutivo un poder enorme.

Por la crisis, el presidente toma decisiones que en circunstancias normales deberían pasar por el Congreso. Lo hace a través de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). En los primeros cuatro meses de mandato, Alberto Fernández dictó casi tantos DNU como Eduardo Duhale en un periodo similar. Duhalde había asumido durante la mayor crisis de la historia Argentina. No debemos naturalizar esta situación excepcional, sobre todo teniendo en cuenta la fragilidad de nuestra joven democracia. Existen todavía tendencias autoritarias en algunos sectores de la sociedad, incluso dentro de la coalición que hoy gobierna.

Contrapesos institucionales

Es fundamental que se activen los todos los poderes del Estado. En especial, la oposición parlamentaria, que tiene un alto grado de responsabilidad y representa a un sector amplio de la sociedad. Otros países con situaciones sanitarias mucho más graves que las de Argentina tienen las instituciones en pleno funcionamiento. Es una obligación cuidar la República en momentos de crisis. Las decisiones que se toman, no solo impactan en la evolución de la pandemia en el presente, sino que condicionan el futuro del desarrollo de nuestra nación.

En el mundo sobran ejemplos de gobernantes que se aprovechan de las crisis para ejercer un poder absoluto. Es el caso de Viktor Orbán, en Hungría. Pero también de líderes que se apoyaron en las instituciones para enfrentar esta situación dramática. Es lo que hizo Angela Merkel en Alemania. También Keir Sarmer, el líder laborista en el parlamento británico, que exige explicaciones al gobierno de Boris Johnson.

Estos tiempos, críticos y tensos, realzan la importancia del debate y el rol de la oposición. Es peligrosa la idea de que no debe discutirse nada porque eso entorpece al Ejecutivo. El «sí a todo» debilita la democracia. La unanimidad daña. El consenso es bueno, pero también lo es el disenso. La democracia se basa en la pluralidad de voces y ese es un valor que no se debe ceder, ni siquiera en momentos como este.