La vigencia de Diamand y la estructura productiva desequilibrada

La diferencia de productividad entre el campo y la industria impide el desarrollo de la economía, según la teoría de Marcelo Diamand. ¿Tiene sentido leerla hoy?

Diamand
Operarios en la planta de Fiat Someca, en la década del sesenta. / Archivo General de la Nación

Pablo Gerchunoff contó esta semana en el programa de Carlos Pagni que Cristina Fernández estaba leyendo a Marcelo Diamand. ¿Qué decía este pensador de la segunda mitad del siglo XX? ¿Tiene sentido leerlo hoy?

Diamand fue un ingeniero y empresario manufacturero que escribió en 1972 su texto más importante, La estructura productiva desequilibrada y el tipo de cambio. Allí propone una forma de pensar el desarrollo de la industria argentina. Diamand analiza la economía compuesta por dos sectores, la industria y el agro, donde cada uno trabajaba a distintos precios. Mientras que el segundo era competitivo a escala internacional, el primero no. Y se pregunta si esto se podía solucionar.

El sector agropecuario, explica Diamand, tenía varios años en Argentina y una productividad mayor a la del resto del mundo. Resultado, entre otras cosas, de su alta fertilidad. La industria, por el contrario, era naciente y tenía una productividad menor a otros países. Por este motivo, el agro podía exportar y la industria no: uno era competitivo y la otra no. ¿Qué hacer? Tres opciones: matar la industria y que solo se expresaran las ventajas comparativas estáticas, negar la situación o solucionar el problema. Él propone la tercera.

En el punto inicial, describe Diamand, ambos sectores competían con el resto del mundo. El agro exportaba y traía dólares; la industria, en un primer momento, estaba equilibrada. Los dólares del agro apreciaban el tipo de cambio y encarecían la producción manufacturera en relación con otros países. Entonces se generaba un problema: la industria no podía competir y era más barato importar que producir. Empezaba a haber presiones cambiarias, porque había más demanda de dólares que oferta, que terminaban en una devaluación.

La devaluación aceleraba la inflación, a la que denomina inflación cambiaria, algo atípico en su época en los países centrales donde toda inflación era por demanda. Esto licuaba los salarios reales y reestablecía el equilibrio. Pero, atención, no lo hacía por mayores exportaciones industriales, sino por menores importaciones porque la demanda se achicaba debido a la caída del salario real. Se volvía así al equilibrio en el mercado cambiario, pero por las malas. Diamand plantea tres alternativas: retenciones, reintegros o tipos de cambio múltiple.

¿Retenciones o tipo cambio múltiple?

En el esquema de retenciones, Diamand propone un tipo de cambio alto y cobrar algún impuestos a las exportaciones agropecuarias. Este mecanismo desacopla el precio internacional de los alimentos del local. En esa época, Argentina vendía trigo y maíz, no soja. La recomendación, igual, vale.

La segunda alternativa es un tipo de cambio barato combinado con un esquema de reintegros a las exportaciones industriales. De esta forma, el precio del dólar se fijaría al valor del agro y se relajarían algunos problemas de competitividad industriales. Algo así se hizo entre 2012 y 2015. Salió mal.

La última opción es fijar distintos tipos de cambio según la productividad relativa de cada sector. Puede ser un esquema simple de agro e industria u otro más complejo de más sectores. La esencia de la propuesta no cambia: las ramas eficientes subsidian a las ineficientes.

Ahora bien, ¿quién paga la protección? La respuesta de Diamand es que hay que generar consensos para que el agro acepte «ceder» en pos de estimular el desarrollo industrial. Algo así como tener políticas de Estado. Hoy en día estamos lejos de estos consensos para sostener políticas.

A grandes rasgos, creo que gran parte de lo que dice Diamand sigue vigente. No obstante, la falta de un plan industrial efectivo y duradero impidió que este sector se desarrollara, ampliando su brecha con el resto del mundo y complicando su inserción internacional.

El sector agropecuario, lamentablemente, no alcanza para generar empleo para 50 millones de personas, de modo que el desarrollo industrial, en sinergia con el agropecuario y el de servicios, sigue siendo necesario. A la vez, con los problemas de dólares que arrastramos en los últimos largos años, una industria que exporte y genere divisas genuinas es una de las principales necesidades de nuestra economía. No obstante, estamos más lejos de lograrlo que en 1970 debido al aumento de la brecha de productividad.

Hay un punto clave que vino después y Diamand no podía analizar: la financiarización de la economía, los movimientos de flujos financieros y la deuda cambiaron bastante este panorama. Su análisis sigue valiendo, pero corresponde actualizarlo.

El estudio de Diamand sigue vigente porque las condiciones que le dieron origen no cambiaron: la industria no exporta (mucho) y hay que resolver ese problema. No obstante, la multiplicación de los flujos financieros y la deuda obliga a repensar el esquema.