Milei y el fracaso de las élites argentinas

Parte del debate público tras las PASO giró en torno al hartazgo del electorado, pero menos sobre el papel de las élites en el proceso que llevó a que millones optaran por la ultraderecha

Milei
Con un 30% de los votos en las PASO, el libertario Javier Milei se perfila como favorito para las generales de octubre . / (La Libertad Avanza (Facebook)

Patricia Bullrich enfrenta un dilema: confrontar o congeniar con Javier Milei. Tras las elecciones del domingo, Juntos por el Cambio sostuvo un discurso errático entre las dos posiciones. Dio señales de apoyo a su rival y también lo criticó. Mauricio Macri destacó el triunfo de Milei como parte de un «cambio profundo» del país; Bullirch defendió al CONICET cuando el libertario propuso cerrarlo. Juntos por el Cambio parece un boxeador noqueado y salvado por la campana. Con la mirada borrosa, toma aire en una esquina. Necesita tiempo para recuperarse.

El oficialismo fue el otro gran derrotado en las PASO. Un consuelo es que las opciones de Sergio Massa son más claras: sólo puede confrontar con Milei. ¿O no?

Las redes sociales y los medios de comunicación reflejaron las primeras discusiones tras el batacazo de Milei. Algunos analistas, dirigentes y simpatizantes de Juntos por el Cambio y del oficialismo sostenían que el resultado se debía al hartazgo político, otros proponían voluntariosamente explicar a los votantes de Milei las consecuencias de sus decisiones y hubo quienes criticaron esa intención pedagógica por condescendiente, como si fuera la culpable del resultado de las PASO. 

La mayoría discutió la decisión de los votantes. Se habló menos, en cambio, del papel de las élites en el proceso que llevó a que un candidato de ultraderecha acariciara la banda presidencial.

Y, sin embargo, las PASO expusieron el fracaso de las élites argentinas.

Y no sólo fracasó la dirigencia política, sino también las élites intelectuales, empresariales y mediáticas.

Tras más de una década de polarización, estancamiento económico y retroceso social, la duda no era si iba a llegar un outsider con chances reales de ganar sino cuándo. Llegó antes y en una versión más estrafalaria de lo que muchos esperaban.

Milei irrumpió como un ángel vengador para castigar a una dirigencia política ensimismada, pendiente de sus propios beneficios mientras el pueblo sufría privaciones y frustraciones. Instaló un relato convincente. Lo tenía fácil: muchos argentinos ya compartían el diagnóstico. Y no solo lo ayudó el fracaso de los últimos gobiernos sino el enfrentamiento entre facciones de las élites durante más de una década.

El kirchnerismo desacreditó con su discurso a la oposición, el Poder Judicial, los medios de comunicación y algunos grupos empresarios. Fue más en lo discursivo que en lo concreto, porque quedaron truncos los intentos de reforma judicial y mediática. Pero hicieron mella en la credibilidad de estas instituciones. Juntos por el Cambio impugnó a sus adversarios sistemáticamente, lo que se vio en eslóganes sobre corrupción —»se robaron un PBI»—, descalificaciones personales — Sergio Massa caracterizado como «ventajita»—, y mensajes extremos como «eliminar el kirchnerismo». Las críticas al CONICET y al Papa Francisco comenzaron en grupos afines a Juntos por el Cambio, no fueron una novedad de Milei.

Durante más de una década, el principal debate entre los frentes políticos más importantes de Argentina giró en torno a quién arruinó más el país.

Ambos bandos tienen buenos argumentos. 

Y Milei los usa con inteligencia. 

La razón del pueblo

¿Conviene criticar a Milei? Muchos en Juntos por el Cambio —y el oficialismo— opinan que no. Unos porque eso le entregaría la centralidad en el debate público, otros porque creen que no debe cuestionarse el voto popular.

A los primeros: Milei ya ocupa el centro del debate público. Es inevitable tras su triunfo en las PASO.

El segundo argumento parte de una confusión. «El pueblo siempre tiene razón» es un lugar común al hablar de elecciones, pero es una frase ambigua con, al menos, dos significados. Uno democrático y el otro totalitario. El primero sostiene que el resultado de las elecciones debe aceptarse siempre, guste o no. Es un principio básico de la democracia: todos los actores respetan las reglas. El segundo plantea literalmente que el ganador tiene la razón porque fue el más votado. Es una concepción totalitaria de las elecciones. Porque a través del voto se llega al gobierno, no a la razón. Ni a la verdad. 

Un razonamiento en ese sentido expresó en X (antes Twitter) Carolina Píparo, candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires por La Libertad Avanza: «En caso de que la mayoría de los argentinos acompañen los proyectos de Javier Milei, ¿por qué el Congreso debería trabarlos?».

El problema de la interpretación literal de «el pueblo siempre tiene razón» es la concepción fatalista de las elecciones. El resultado es ese y no va a cambiar. No hay nada que hacer.

Todas las campañas políticas demuestran, sin embargo, que un partido puede modificar las preferencias electorales si acierta en la estrategia. Al menos hasta cierto punto. Lo hizo Macri entre las PASO y las generales de 2019, cuando pasó del 31% al 40%.

Anticuerpos contra el populismo de derecha

En otros países, ante desafíos semejantes para el sistema político, el establishment reaccionó con dureza contra los outsiders. A veces con éxito, a veces no.

En las horas dramáticas tras el batacazo de Milei, algunos dirigentes de Juntos por el Cambio recordaron el antecedente de Donald Trump como un ejemplo de que criticar a un candidato extremista es poco efectivo. Fue el caso de Miguel Braun, exsecretario de Política Económica y de Comercio, que dijo en X: «Vengo del pasado para avisarles que criticar las propuestas estrafalarias de Trump no funcionó. Al contrario, le hicieron campaña gratis».

Braun advierte sobre un asunto discutido en profundidad en EEUU. Un debate que todavía continúa. Por ejemplo, sobre el papel de los medios de comunicación en los años de Donald Trump. Aunque, pese a lo que Braun plantea, las conclusiones son las contrarias: los medios de comunicación fueron ineficaces para exponer las mentiras de Trump y los componentes de odio en su discurso porque estaban atrapados en una concepción anticuada de la «objetividad». Con una pretendida imparcialidad, a veces con exceso de pruritos profesionales, dieron espacio y legitimaron los planteamientos más radicales de Trump como si fueran opciones válidas en la mesa de discusión.

Aún así, el establishment de EEUU fue más efectivo que el de Argentina. No solo porque Trump perdió el voto popular a pesar de haber alcanzado la presidencia, sino porque a la larga el sistema se impuso. Trump solo fue un paréntesis en la historia del país. Al menos por ahora.

Argentina enfrenta a su propio populista de derecha con menos anticuerpos que EEUU. Las élites nacionales perdieron influencia y legitimidad en el debate público: ¿quién tiene credibilidad para alertar que Milei amenaza la convivencia democrática, que el país camina al borde de un abismo?

Entre las élites tampoco hay un consenso en contra de Milei. Ciertos medios de comunicación lo tratan favorablemente y hasta se hacen eco de sus declaraciones tendenciosas, sin contrastarlas con la realidad. El ejemplo más reciente es una entrevista en La Nación Más donde una periodista increpó al biólogo Diego Golombek para apoyar el intento de Milei de desprestigiar el CONICET. En lugar de preguntar para informar mejor, la periodista buscó ridiculizar al entrevistado, manipuló los datos para echar una luz desfavorable a Golombek y trató de que se contradijera en vivo. Los estadounidenses llaman a este método gotcha journalism. Es un término despectivo: nadie lo considera buen periodismo. Y eso que, hasta hace poco tiempo, La Nación se jactaba de sus estándares éticos y de calidad.

La advertencia del Papa

En forma inesperada, el Papa Francisco intervino en el debate público argentino. En las últimas horas, algunos usuarios de redes sociales compartieron un fragmento de una entrevista que dio Francisco a C5N en marzo. Aunque no habla explícitamente de Argentina ni de Milei, el Papa es un político hábil: no necesita mencionarlos para transmitir un mensaje claro. En la entrevista advierte sobre los «salvadores sin pasado» y cuenta cómo fueron los últimos años de la República de Weimar, donde el internismo había destruido la credibilidad del sistema político. En ese momento apareció un político nuevo, que pocos conocían y «hablaba lindo»: Adolf Hitler.

Nada de esto es una novedad. Pero el Papa se detiene especialmente en el rol de Franz Von Papen, entonces excanciller alemán. «Fue Von Papen el responsable de esto», subraya Francisco. Tras haber gobernado el país, Von Papen llegó a un acuerdo con los nazis y permitió que Hitler formara gobierno.

Milei anticipó este sábado que ofrecería a Macri un cargo en su gobierno si ganara las presidenciales. El mismo día, Elisa Carrió renunció a su candidatura al Parlasur con críticas a la sintonía política entre el expresidente y el libertario. La sombra de Weimar plantea sobre Macri.

¿Será escuchado el mensaje del Papa? Difícil saberlo. Hasta el prestigio del Papa fue víctima del enfrentamiento político en Argentina, donde el mismo Milei lo ha tildado de «imbécil» o «zurdo de mierda», entre otros adjetivos que reflejan el nivel del debate en el país.

Por lo pronto, Milei ya consiguió un milagro: demostró que es falsa la idea de que en Argentina no existen los consensos. El país construyó, en un largo y traumático camino, un modelo de sociedad que apoya la educación y la salud pública, los derechos humanos y la justicia social, la democracia y la convivencia. Milei propone dinamitar todos estos puntos de encuentro. Sí, también objeta la democracia. Milei ha dicho en reiteradas oportunidades que la decadencia argentina comenzó en 1916, con el triunfo de Hipólito Yrigoyen, el primer presidente elegido por el voto popular —aunque sólo masculino.

Las vacilaciones de Juntos por el Cambio terminarán pronto, cuando la campana vuelva a sonar. Porque Bullrich enfrenta un falso dilema. Al igual que Massa, tiene una única opción por delante: pelear. Congeniar con Milei sólo llevaría a la disolución de su capital electoral. Su desafío es plantear la campaña como una remontada heroica y no como la defensa del status quo. Debe repetir la hazaña de Macri en 2019, pero esta vez para triunfar.

¿Y si no alcanza? Al menos quedará la tranquilidad de haberlo dado todo. Y la precaución de no repetir los pasos de Von Papen. Porque el juicio de la historia tarda, pero llega.