Argentina es el octavo país más extenso del mundo, pero está en el puesto 47 del ranking de recursos naturales detectados, elaborado en 2018 por el Banco Mundial. Esto no significa que haya pocos recursos naturales, sino que conocemos poco el territorio. Y eso es especialmente cierto en materia minera. Entre el descubrimiento de un yacimiento y el comienzo de la producción pueden transcurrir desde 15 hasta 100 años. Por eso, el desarrollo del sector requiere un marco jurídico claro y estable, con incentivos para invertir a largo plazo. Argentina tiene que trabajar mucho para llegar a ese punto.
El origen del país está marcado por la minería; a un punto tal que le debe su nombre: Argentina deriva de argentum, que significa plata en latín. Los primeros trabajos mineros en el territorio de la actual Argentina datan del periodo previo a la llegada de los españoles. Durante. Durante la época colonial, los jesuitas realizaron exploraciones importantes en el noroeste argentino con la esperanza de encontrar yacimientos similares a los de plata del Cerro Potosí, en Bolivia, o al oro de Perú. Tras la independencia, sin embargo, el desarrollo minero fue pobre en comparación con la agricultura o la ganadería.
En Perú y Chile la minería fue un asunto de interés nacional desde sus fundaciones como países. Si no pasó lo mismo en Argentina fue en gran medida porque los depósitos de minerales estaban muy lejos del puerto de Buenos Aires. La pampa húmeda, en cambio, estaba muy cerca. Dos casos se destacan en el siglo XIX: la Mina Capillitas, en Catamarca, y la Mina La Mejicana, en La Rioja. La explotación de La Mejicana demandó la construcción de una obra de ingeniería de primer orden: el cablecarril más elevado del mundo, que transportaba cargas y obreros hasta la mina, en el cerro Famatina. También llevó a que se fundara la primera Casa de la Moneda del país en Chilecito, la ciudad más cercana.
Remontarse tan atrás en la historia es importante porque aquellos fueron los principales intentos por desarrollar estos pueblos cordilleranos. En la actualidad son comunidades que se perciben olvidadas; nunca fueron considerados a la hora de construir las obras de infraestructura necesarias para integrarlas al resto del país.
El despegue relativo de la minería en San Juan en los últimos años pone de relieve la capacidad transformadora de este sector. Otro caso destacado es el de Santa Cruz, que descubrió un potencial productivo antes desconocido.
En algunos momentos de la historia, el contexto internacional favoreció la minería argentina. Durante las guerras mundiales, por ejemplo, el país aprovechó para abastecer de wolframio a los contendientes. En la actualidad la oportunidad se repite con el litio, demandado para la fabricación de baterías. Argentina, sin embargo, no ha logrado consolidar un modelo minero que se traduzca en un desarrollo sostenible. Esto alimenta las críticas de quienes se oponen al sector y señalan la pobreza de las provincias mineras como una demostración de las consecuencias de las explotaciones extractivistas, en las que, dicen, la riqueza se va afuera del país.
Un destino poco atractivo para las inversiones
En la década de 1990 se modificó el marco jurídico para incentivar una minería más globalizada. Las reformas buscaban incentivar las inversiones extranjeras, consideradas indispensables para un sector con un riesgo alto y plazos extensos en las etapas. El Estado no podía llevar a cabo a costos eficientes las tareas de exploración de yacimientos y construcción de las minas. Si bien estas reformas reactivaron al sector, la apertura al mundo implicó una competencia con otras naciones para atraer inversiones. Esto evidenció que Argentina no contaba con una infraestructura sólida, una macroeconomía estable ni un marco jurídico y político previsible.
De los países con potencial minero, Argentina es uno de los menos atractivos, según la edición 2020 de la encuesta anual a compañías mineras realizada por el Instituto Fraser, un centro de estudios canadiense que mide la competitividad del sector en distintas partes del mundo. De hecho, de un listado de 77 destinos ordenados por atractivo para las inversiones, Chubut es el anteúltimo, solo delante de Venezuela; La Rioja está en la posición 73 y Mendoza, en la 71. La provincia argentina mejor posicionada en el ranking es Salta, en el puestos 23; es la única de mitad de la tabla para arriba. Santa Cruz está en la posición 40, Catamarca en la 44, Jujuy en la 47, San Juan en la 49 y Río Negro en la 68. El ranking incluye a algunos países como un un solo destino para las inversiones mientras que analiza los estados o provincias por separado en Argentina, Australia, Canadá y EEUU.
El índice de atractividad del Instituto Fraser se compone de dos elementos: el Índice Percepción Política y el Índice de Potencial Minero. Los malos resultados de las jurisdicciones argentinas se explican en gran medida por las falencias en el primer elemento, el de la percepción política, que incluye las regulaciones, los niveles impositivos, la calidad de la infraestructura y el ambiente político.
La política minera es contradictoria en Argentina. En algunas provincias está prohibida, en otras es incentivada. Esto genera confusión a la hora de decidir una inversión. La salida de esta situación es la creación de un plan nacional minero que se base en una legislación sensata, que impulse la producción y al mismo tiempo cuide el ambiente y la sociedad. Un plan de este tipo exige un debate profundo, sin velos ideológicos ni giros políticos oportunistas de corto plazo.Las actividades agrícolas, petroleras, energéticas, mineras e industriales son complementarias, no existe una competencia entre ellas. Y no es necesario optar por una en detrimento de las otras a la hora de definir un modelo económico, sobre todo en el contexto actual, con alta tasa de desempleo y niveles de pobreza preocupantes. La diversificación productiva tiene otro beneficio: genera una mayor resiliencia frente a las variaciones de la demanda internacional, lo que brinda una base para un desarrollo económico más autónomo y una mejor calidad de vida de sus habitantes.
Construir un modelo minero virtuoso que sirva al progreso del país exige un plan de largo plazo para la explotación de los recursos naturales. Solo con una mirada que trascienda la coyuntura podrá pensarse un modelo capaz de integrar a todas las regiones del país, una deuda pendiente desde la independencia. La minería tiene potencial para desarrollar las regiones que actualmente cuentan con menor infraestructura, menor densidad poblacional y peores indicadores educativos y de salud. También para impulsar el proceso de industrialización nacional, siempre y cuando existan estrategias para integrar la minería con el entramado productivo nacional.