Rogelio Frigerio, fue un hombre de una brillante inteligencia cuyo aporte al pensamiento nacional ha sido comparado con el de Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan Bautista Alberdi, Mariano Fragueiro o Carlos Pellegrini. Su personalidad intelectual fue riquísima y abarcó todos los aspectos del espíritu: la filosofía, la historia, el arte (fue un gran coleccionista de pintura, un antólogo de poesía y de canciones populares), y hasta las ciencias exactas que estudió en su juventud y que siempre unía a un saber tan riguroso como general.
Acusado muchas veces de «economicista» por su insistencia en proponer un vigoroso proceso de inversiones para sacar a Argentina del subdesarrollo en un lapso breve y de fuerte expansión de la estructura productiva, fue sin embargo —además de un estadista de la política, que supo enhebrar una gran amistad con Juan Domingo Perón— un economista sólido que abrevaba fuertemente en la economía clásica y que polemizó con brillo con los exponentes locales del neoliberalismo.
El autor de Economía Política y Política Económica Nacional, que se publicó en varias ediciones a partir de 1981, es más conocido por su candidatura a presidente de la Nación, con el regreso de la democracia en 1983, o en todo caso, por haber sido el más entrañable colaborador de Arturo Frondizi en su extraordinaria gestión de gobierno, que por sus notables aportes al pensamiento económico argentino.
El pensamiento de Frigerio
Sin embargo, los historiadores e investigadores imparciales de la economía argentina van a toparse, una y otra vez, con las obras de este hombre fuera de serie, dueño de una energía intelectual singular, que aún conociendo en detalle las diversas escuelas económicas y valorando en ellas sus particularidades más salientes, se animó a pensar una economía específica para sacar a la Argentina del atraso en que fue quedando relegada con el paso del tiempo, por razones que se detuvo en explicar y con propuestas que sólo muy parcialmente han sido llevadas a la práctica.
Frigerio, para decirlo en una sola frase, es un patrimonio intelectual de la Argentina.
Revisó cuidadosamente el proceso histórico y buscó en él un “hilo conductor”, que explicase tanto las fases expansivas de nuestra economía, como los frenos y retrocesos.
Escribió, entre libros y opúsculos, una treintena de obras, muchas de las cuales son materia de coleccionistas, la como lo es la revista Qué, la cual dirigió entre 1956 y 1958. cuando cedió la plaza a Raúl Scalabrini Ortiz, con quien mantenía una sólida amistad intelectual y mutua admiración.
Entre esos libros, se destaca la Síntesis de la Historia Crítica de la Economía Argentina, que también había publicado Hachette, en 1979. Allí sostiene una tesis que ya había expuesto en 1958, cuando contribuyó a formular la propuesta para el sector agrario, dentro de un plan global de desarrollo. Frigerio, que provenía en su juventud de la izquierda, respondió a esta corriente en el fundamento mismo de su tesis sobre la economía argentina al sostener que no se requería una reforma agraria, bandera que había impregnado hasta al radicalismo en su famoso Programa de Avellaneda, sino un proceso capitalista de inversión y tecnología en el campo argentino, particularmente en la pampa húmeda.
Frigerio será recordado como un industrialista, y en eso se estará en lo cierto, pero él fundamentó que había que dotar al campo de tractores, agroquímicos y capital de trabajo, es decir, potenciar su capacidad productiva e insertar a la Argentina en el mundo como productora no ya de meros commodities, sino de productos con cada vez mayor valor agregado. Muchos años después, escribió una columna en Ambito Financiero, diario que no comulgaba editorialmente con sus ideas pero que siempre la registró y las respetó, publicándolas con frecuencia, que tituló: “El campo es hoy una industria”.
Igualmente célebres fueron otros títulos de esa serie, como El salario es mercado, por ejemplo, donde sostuvo la tesis de que salarios en alza aseguraban una prosperidad sostenida de nuestra economía, en confrontación con las escuelas liberales que fundaban la suerte de nuestra economía en su “competitividad” basada en las bajas remuneraciones.
A Frigerio se lo considera el fundador del desarrollismo argentino, así como a Frondizi se lo ha consagrado ya como el presidente que gobernó con esas ideas con altura de estadista. Sin embargo, ninguno de ellos se reconocía al principio en esa denominación, que fue más bien un mote que le endilgaron sus adversarios. Frondizi se consideraba un radical aggiornado y Frigerio denominó a su grupo “integracionista”, donde llegaron socialistas, peronistas, nacionalistas y hasta expulsados del comunismo. Sin embargo, les quedó el nombre que les pusieron quienes no los apreciaban y ellos se conformaron con él, haciéndolo propio.
Los comienzos en la izquierda
Filosóficamente hablando, Frigerio tenía formación dialéctica, hegeliana y marxista, aún cuando disputó con los marxistas locales con gran firmeza teórica y política. Es que sus años de Insurrexit, en la década del treinta, lo foguearon para advertir sus debilidades y la no aplicabilidad de las tesis que sostenía la izquierda tradicional, devenida profundamente conservadora en las ideas. Frigerio propuso, al final de esa experiencia estudiantil, la «disolución» del partido comunista argentino, algo que la burocracia no estaba dispuesta a tolerar en modo alguno, y a la que no respondió con argumentos sino con el mote de “burgués capitalista” y cosas peores aún, dando muestras de su escasa imaginación y su nula percepción de los problemas reales de la sociedad y la economía argentinas.
Rogelio Frigerio vivió esa controversia con su filiación de origen con gran pasión durante toda su vida, pero no se olvidó de discutir con los liberales. En ese sentido, son célebres sus polémicas con Alsogaray, que hicieron historia. Sin embargo, en su rescate de un pensamiento nacional, valoraba los aportes de los socialistas independientes, como Pinedo. De Juan B. Justo, en cambio, rescataba su obra como intelectual traductor de El Capital o como médico, llevando a los hospitales públicos criterios de mayor eficiencia, pero le reprochaba su librecambismo, pues, decía, pensaba más en los obreros franceses o belgas que en los trabajadores argentinos en tanto creía que había que exportar el trigo en grano en vez de la harina ya procesada. Esas contradicciones tienen las corrientes ideológicas argentinas.
La mayoría de las obras de Frigerio son de carácter político, pero unas cuantas son más específicamente económicas y en todas está su propuesta de desarrollo: en ese sentido insistió una y otra vez en completar la estructura económica argentina de modo de crear condiciones nacionales de acumulación de capital. Ese gran objetivo permitiría, dada la gran potencialidad de nuestro país para producir diversas mercancías con alta demanda mundial, lanzar un proceso expansivo e integrador de la sociedad y las regiones geográficas, que se sustente en el tiempo. (Otras obras son: Crecimiento económico y democracia, editado por Losada en 1963 y reeditada por Paidós en 1983; Desarrollo y subdesarrollo económico, Paidós 1984; Diez Años de la Crisis Argentina, Planteta, 1985; De acusado a acusador, donde incluyó su defensa de la prioridad del petróleo en el gobierno de Frondizi, editado por Plus Ultra en 1979; y su obra póstuma: Ciencia, Tecnología y Futuro, SIELA, 1987, donde respondió a la pretendida modernización de Terragno y Alfonsín)
En la tesis frigerista, el capital extranjero juega un papel decisivo al incorporar tecnología y magnitudes de inversión que permitan lograr en un lapso muy breve de tiempo, en pocos años, una estructura integrada no aislada ni cerrada al mundo, pero sí menos vulnerable a las oscilaciones de precios o maniobras monopólicas, y mucho menos dependiente de las corrientes espontáneas del capital, de naturaleza especulativa.
El capital extranjero debía dirigirse, en la opinión de Frigerio, a resolver una asfixia crónica de capitalización que, justamente, caracteriza a las economías subdesarrolladas.
Y debía concentrarse, justamente, en los sectores donde existía insuficiencia crónica, que él detectaba en las áreas de las industrias básicas: acero, petroquímica, química pesada, etc.
La experiencia práctica del gobierno de Frondizi, con su exitosa batalla del petróleo, lograda con la activa participación de inversores privados, fue la prueba histórica de los aciertos de Frigerio. De hecho esa gestión ha superado la prueba del tiempo y es cada vez más analizada como una obra llevada a cabo por verdaderos estadistas que sacaron al país de una dependencia crónica a la que ahora estamos regresando.
Ahora despedimos al último de esta dupla inigualada. Lo sucede su obra, sus ideas y, sobre todo, su modo de encarar el análisis de la realidad nacional. Entre sus seguidores es muy frecuente recordar su pregunta metodológica básica ante cada desafío de la realidad: ¿Qué nos hace más Nación? Y obrar en función de su respuesta.