Hace dos meses que asumió el nuevo gobierno. Varios funcionarios, sin embargo, tienen la sensación que pasaron dos años de gestión. El mandato comenzó con un raid en el Congreso Nacional que aprobó la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva, que otorga plenos poderes al presidente por 180 días. El Gobierno implementó desde entonces medidas de emergencia orientadas a fomentar el consumo para reactivar la economía, al mismo tiempo que lleva a cabo un duro ajuste, que incluye aumento de impuestos —también la creación de nuevos impuestos— y recortes en los gastos públicos. Una de las decisiones más controvertidas fue la suspensión de la movilidad jubilatoria.
En el tablero político, comenzó la construcción del albertismo, una especie de avenida del medio entre el kirchnerismo y la oposición. El objetivo es correr la figura del presidente de la sombra de la vicepresidenta Cristina Fernández. Consolidar la imagen de Alberto con el control puro de la Presidencia.
El albertismo y la política interna
En estos agitados meses de gestión, el Gobierno firmó un pacto social con referentes del empresariado, los sindicatos y los movimientos sociales. La inclusión de los movimientos sociales en la mesa diálogo es uno de los gestos de heterodoxia política de lo que el albertismo se jacta.
Los servicios de inteligencia fueron otro sector donde el albertismo puso el foco. La intervención de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) lleva la impronta del secretario de Asuntos Estratégico, Gustavo Béliz, que sufrió en carne propia los manejos de los espías cuando era ministro de Justicia del gobierno de Néstor Kirchner. Es muy recordada la entrevista televisiva en la que Béliz mostró, en 2004, la foto del espía Jaime Stiuso y cuestionó la forma en el agente que se manejaba. Tras aquel gesto, Béliz renunció al cargo de ministro y se mudó durante largos años a Washington.
La relación entre la Iglesia Católica y el albertismo es fuerte y potencialmente conflictiva. Por un lado, el presidente hace gestos para subrayar la afinidad con el papa Francisco —citó la encíclica Laudato Sí en el discurso de asunción, donde aludió a conceptos de Francisco como «la cultura del descarte» y el «cuidado de la casa común»— y se reunión con él en el Vaticano. La Iglesia tiene, además, vínculos aceitados con los movimientos sociales que apoyan al Gobierno. Por el otro, la voluntad de Alberto de impulsar un proyecto de ley para la interrupción voluntaria del embarazo molestó a la Conferencia Episcopal y generó tensiones con el Vaticano.
El frente externo
En las relaciones internacionales, el albertismo intenta jugar a la «tercera posición», como denominó Juan Domingo Perón a la política exterior durante sus dos primeras administraciones. El resultado es un manejo ambiguo en el que, por un lado, Alberto critica al régimen de Nicolás Maduro por utilizar las fuerzas militares para impedir que Juan Guaidó renueve el cargo de presidente provisional en la Asamblea Nacional, pero, por el otro, Cancillería retira las credenciales a Elisa Trotta, la embajadora de Guaidó en Buenos Aires. Argentina, además, continúa formando parte del Grupo de Lima, que condena al régimen de Maduro y reconoce a Guaidó como presidente legítimo.
El factor determinante de la política exterior del albertismo es el manejo de la deuda externa. La negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) es clave para el futuro del Gobierno. El primer viaje al exterior de Alberto Fernández fue a Israel, un gesto claro hacia Donald Trump, quien ve a Benjamin Netanyahu como un aliado clave en Medio Oriente. Los encuentros de Alberto con los mandatarios europeos durante la gira por el viejo continente tuvieron como tema principal el pago de la deuda , casi sin excepción.
Deuda y reactivación económica
El ministro de economía Martín Guzmán tiene en sus manos el tema más crítico y con capacidad de desestabilizar al Gobierno: la renegociación de la deuda. Tiene buenas chances, de todos modos, de lograr un acuerdo beneficioso para el país —con o sin quita del capital—, con un retraso en los pagos de los intereses por algunos años que permitan aliviar el costo financiero y reactivar la economía.
La coyuntura se muestra complicada y todos los esfuerzos están concentrados en superarla. El plan económico para los primeros 180 días de gestión está macado por una mezcla de medidas de emergencia, heterodoxia y ajuste para mejorar la recaudación fiscal. El riesgo es que la crisis acapare toda la discusión política y, una vez más, quede postergado el debate sobre la necesidad de un programa de desarrollo.