Estamos viviendo un cambio de época. Mientras que los grandes titulares de los medios muestran las posturas antagónicas entre bandos políticamente irreconciliables, existe un consenso cada vez más generalizado entre los analistas políticos y económicos de diversa proveniencia ideológica: Argentina impide la creación de valor. El sentido común todavía no llegó a la estratósfera de la clase política, particularmente la oficialista, que sigue presentando proyectos de ley de inspiración soviética e intenta frenar un tsunami con bolsas de arena. Pero la elocuencia de los datos hace que el ejercicio de negación de la realidad sea cada vez más grotesco.
Reconocer un problema es el primer paso para cambiarlo. Argentina no tiene las empresas suficientes para generar el desarrollo que necesita, ni el nivel de vida que su ciudadanía reclama. Hay pocas empresas y nacen, tristemente, cada vez menos. De acuerdo al GPS de Empresas del Ministerio de Producción, de 2018, en el país hay solo 14 empresas cada 1.000 habitantes. Para colmo, la mayoría no exporta y está en grandes centros urbanos: en la CABA hay 41, mientras en el NOA y el NEA, 7. De esas siete empresas cada 1.000 habitantes en el norte del país, casi todas son micro empresas, con tres o cuatro empleados, de baja productividad y bajo valor agregado. ¿De qué vive la gente en esas provincias? Buena pregunta. La única respuesta certera es que del sector privado, no.
La relación de 14 empresas cada 1.000 habitantes es tres veces más baja que la de nuestro vecino Uruguay y cuatro veces menor que la de Chile. Argentina tiene el índice de empresas registradas más bajo de la región. De acuerdo al Monitor de Emprendedurismo Global (GEM), la Tasa de Actividad Emprendedora (TEA) tocó los dos puntos más bajos de la muestra en los años 2017 y 2018, los dos últimos sobre los cuales hay datos: 5,97% y 9,11%. El promedio regional fue de 19,3% y 19,1% para los mismos años. Para tener mejores elementos de comparación, el promedio de la TEA para Argentina del 2001 al 2018 equivale a 14,2%. Sobre llovido, mojado. No sólo tenemos (muy) pocas empresas, sino que la tendencia es cada vez peor. Lo más lamentable es que no tenemos datos más actualizados que muestren el impacto de la pandemia en el sector privado: ojos que no ven…
Las causas del estancamiento
¿Por qué sucede esto? Porque crear valor en Argentina es más difícil que ganarse el Quini. En términos técnicos, hay condiciones de contexto que inhiben la posibilidad de crear valor. ¿Cuáles son esas condiciones? Una inflación descontrolada, la ausencia de financiamiento para el sector privado, la mochila fiscal, la pesada burocracia, la corrupción, el costo laboral (ncluyendo la litigiosidad) y un marco institucional con fragilidades.
No hace falta profundizar mucho en cada una de estas variables para entender cómo atentan contra la posibilidad de tener una empresa. Muy brevemente: la inflación Argentina fue top 3 mundial en 2019 y bajó al sexto puesto global en el primer año de la pandemia, a costa de un achicamiento de 10 puntos de la economía. Este año ya se nota una reaceleramiento por lo que es probable que sigamos peleando los primeros lugares del ranking de miseria. La inflación nacional es tan extraordinaria que es, acumulada, la más alta del mundo. El constante cambio de precios genera costos transaccionales, la necesidad de renegociar regularmente los costos con proveedores y trabajadores, la posibilidad de errar proyecciones presupuestarias por márgenes que equivalen a la quiebra y de tener que modificar los precios recurrentemente, con el potencial impacto comercial de esa decisión. Pregúntele a un empresario amigo cuál es el margen de su negocio. La respuesta es asombrosa: «depende». Somos el único país del mundo donde un empresario no conoce a ciencia cierta si es que gana plata.
La mochila fiscal también bate records y es de las más pesadas del globo. Según Doing Business (Banco Mundial, 2019), Argentina tiene una tasa de imposición total, una especie de suma de impuestos, equivalente al 106% de la rentabilidad para las empresas medianas. O sea, el país es un socio malo que se lleva toda la rentabilidad y 6% del capital, cada año. La única manera de salir de este régimen perverso es con condiciones ad hoc, como regímenes especiales dependientes de la buena voluntad (en el mejor de los casos) de un funcionario o de un sector político o evadiendo. Tristemente, el país pone a mucha gente buena en dilemas morales insostenibles. Los impuestos, además, son muchos: el Congreso de la Nación hizo un relevamiento durante el 2020 que concluyó que hay industrias que pagan más de 40 impuestos y tasas en algunas localidades del país. Al ser pocas, las empresas registradas sufren una creciente presión para sostener a todos los demás. Nos estamos comiendo la vaca lechera, después no nos quejemos si no hay leche.
Sobre el resto de los puntos, basta aclarar que el crédito bancario al sector privado como porcentaje del PBI apenas supera el 10% en Argentina, mientras que en Perú alcanza el 44%, en Brasil el 61,8% y en Chile el 83%. O sea que no hay plata para las empresas, lo que las obliga a financiarse solas, ralentizando el ritmo de crecimiento. Esto, claro, si es que quieren reinvertir en el país. ¿Reinvertiría usted en el país con el costo laboral más alto de la región? En el Pareto de las empresas grandes, Argentina representa el 20% de los ingresos y el 80% de los problemas.
Con estas reglas de juego no se puede jugar a nada porque la cancha está demasiado inclinada en contra de la creación de empresas. Mientras tanto, buena parte de la ciudadanía sigue reclamando servicios, derechos y prestaciones que corresponden a un país desarrollado, mientras Argentina es tan rica como Libia o Bulgaria y menos rica per cápita que sus vecinos del Cono Sur. El conflicto ya no es sólo distributivo, sino también productivo: no creamos la riqueza suficiente como para mantener las prestaciones que ofrecemos. En otras palabras, no hay país que aguante un gasto público como el que tiene Argentina hace 12 años. Como consecuencia, el nivel de pobreza es dramático. Sin riqueza, claro, hay poco para igualar oportunidades. El círculo vicioso es tan triste como lógico.
Y la pregunta más dramática es: ¿quién está dispuesto a desenmarañar esta galleta? No es una pregunta contingente para el lector de un espacio que se define como desarrollista. Argentina es un país sin empresas y salir de esta encerrona implica un acuerdo social y político amplio, porque modificar el contexto macro no depende de una o dos gestiones de gobierno, sino de un plan de desarrollo del país. El punto bueno: cada vez hay más conciencia entre los expertos sobre estos puntos. El punto malo: una parte de la política, y mucha gente del pueblo, en general, sigue ignorando el problema. En vez de escandalizarnos (y lamentarnos sinceramente) por los efectos de ser un país declinante, deberíamos poner la energía en definir el problema, fijar un propósito y generar los cambios de contexto que permitan que la actividad empresarial vuelva a florecer. No necesitamos las «100 flores de Mao» ni las «mil flores de Kirchner». Necesitamos generar las condiciones para que florezcan 250.000 pymes. Flor de desafío.