Ganadería argentina: la productividad como desafío del cambio

Es indudable que en el ánimo del productor agropecuario y en particular del productor ganadero se perciben nuevas expectativas. Soplan vientos de cambio. A partir del 10 de diciembre tendremos nuevo presidente y sin dudas todos esperan del próximo gobierno políticas más amigables hacia un sector caprichosamente castigado. Las políticas aplicadas durante la última década han dejado en evidencia cuan nociva puede ser la intervención estatal cuando se desconoce el carácter objetivo de las leyes económicas. En otras palabras, la voluntad de un ministro de “defender la mesa de los argentinos” no podrá nunca torcer la causalidad de la leyes económicas. Las consecuencias del populismo imperante las conocemos todos. Drástica perdida del stock ganadero hasta tocar un mínimo inédito de 48 millones de cabezas; histórica caída de las exportaciones que nos llevaron del 3º lugar en el ranking de exportadores de carne a no figurar en el top ten; pérdida de importantes mercados internacionales que costará mucho esfuerzo recuperar; la ausencia de competitividad que devino en una mayor concentración de la ganadería en manos de unos pocos; más de 4500 pequeños y medianos productores ganaderos quedaron fuera de combate. Con los resultados a la vista quedó al descubierto el criterio parcial de quienes diseñaron con extremada tozudez políticas que pusieron en jaque a uno de los sectores más dinámicos de nuestra economía.

El interrogante se plantea a la hora de pensar la ganadería del futuro. ¿Cuál es el cambio de rumbo que reclamaron los votantes en las urnas? Difícil saberlo. Lo cierto es que ese giro debe empezar por abandonar la perspectiva sesgada y elaborar una política agropecuaria que responda a las necesidades del productor, que se nutra del momento coyuntural y explote al máximo las potencialidades de nuestra producción. En otras palabras, el verdadero cambio debe ser sin dudas el desarrollo.

Arturo Frondizi hace medio siglo enumeraba una serie de conceptos vinculados a lo que luego sería el programa agrario del desarrollismo, trabajo que hasta hoy en día goza de una extraordinaria vigencia. Allí enunciaba a la baja composición orgánica del capital como un signo común de nuestro agro, y en particular de nuestra ganadería.

La insuficiencia de capital, el bajo nivel tecnológico, la precariedad de caminos, la ausencia de un plan hidráulico maestro son elementos que nos siguen colocando en el casillero de los países subdesarrollados. Parece mentira, pero aun después de 50 años pocos se animarán a disentir con la afirmación de que nuestra ganadería está en niveles de productividad muy inferiores a su potencial. Solo a modo de ejemplo, si vemos la relación ternero/vaca de los últimos 60 años podemos observar que se mantuvo entre 0,60 y 0,65, con una tendencia a disminuir levemente a 0,53 en los últimos años. Se necesitan casi dos vacas para lograr un ternero. Desempeño reproductivo del rodeo nacional más que deficiente para un país que se dice productor de la mejor carne del mundo. Lo mismo sucede cuando vemos la producción neta de carne, que, en promedio, es de 51 kg equivalente res con hueso/cabeza en stock/año, la cual se mantiene constante desde 1953. Esto implica que para producir los 218 kg de res, promedio del peso de faena, se necesita mantener a casi 4,3 cabezas. En otras palabras, hay que invertir en más de cuatro animales para producir uno sólo para faena.

Argentina necesita formular urgente, de manera integral, una política agropecuaria que atienda las urgencias del sector pero colocando la productividad como eje rector. El concepto de desarrollo económico es un concepto total que abarcaba todas las ramas de la producción. Por eso decimos de manera integral, porque solo superando esa mirada parcial podremos elaborar un programa agropecuario que se corresponda con un programa de desarrollo nacional.

La Argentina necesita producir más y a mejores costos. Para ello es necesario transformar las explotaciones en verdaderas empresas eficientes, cuya diferencia con la empresa industrial o comercial no sea otra que el objeto al que se dedican. Claro está que esa transformación no puede darse sino está acompañada, guiada y facilitada por el sector oficial.

Es el Estado quien debe favorecer ese crecimiento mejorando servicios, dotando de herramientas técnicas y financieras al servicio de la tecnificación y poniendo las tan reclamadas obras de infraestructuras al servicio de la producción nacional. Debe atender de manera urgente los principales reclamos que identificamos y detallamos como los más urgentes:

  • Falta de planes hidráulicos para mejorar la situación de zonas con riesgo hídrico por factores climáticos.
  • Inversiones en infraestructura vial, tanto en caminos rurales como en rutas provinciales y nacionales.
  • Imposibilidad de retener vientres que se vuelcan a la faena.
  • Mayor previsibilidad para predisponer inversiones de largo plazo.
  • Escaso acceso al crédito.
  • Trabas burocráticas a la comercialización.
  • Pérdida de competitividad exportadora.

Además, es necesario encuadrar los desafíos de nuestro programa agropecuario dentro del marco nacional. Es decir, no podremos encontrar las soluciones correctas si lo separamos del conjunto de los problemas nacionales. Abandonar la anacrónica antinomia «campo o industria» implica una verdadera integración del agro y la producción industrial. Para ello vemos indispensables los siguientes desafíos:

  • Incrementar el presupuesto de los organismos estatales destinados a mejorar la productividad y competitividad del sector agropecuario y agroindustrial.
  • Incrementar la producción de carne. Elevar los límites de faena, reducir gradualmente la proporción de hembras en la faena total.
  • Mejorar los índices de destete y preñez mediante un plan nacional de mejora en el manejo de rodeos de cría.
  • Implementar un programa nacional de mejoramiento genético con el objetivo de incrementar la productividad de los rodeos
  • Establecer metas para incrementar la baja productividad neta de carne.
  • Apertura de las exportaciones. Eliminación de las trabas burocráticas a la comercialización. Eliminación de ROEs y retenciones. Modernización de los estándares sanitarios para exportar.
  • Planificación estratégica, conjuntamente con organismos públicos y privados, de acciones destinadas a reconquistar mercados perdidos y ganar nuevos a través de políticas comerciales que potencien las ventas argentinas de productos cárnicos, sus derivados y productos procesados en el exterior.
  • Promover la inversión en Vientres. Mediante el sistema de amortización acelerada de inversiones que permite reducir los impuestos en los primeros años aumentando el flujo de caja tan fundamental a la hora de iniciar un emprendimiento productivo.

Para finalizar, es necesario recalcar el énfasis fundamental que tienen que tener toda política agropecuaria en la producción. Es a partir de allí desde donde podremos llegar a la única solución posible a los problemas de nuestro agro y nuestra industria: el desarrollo económico. Este implica inversiones, capitales, tecnología y conocimiento. Es a partir del concepto de desarrollo que nuestra industria y nuestro campo podrán producir en forma competitiva y sustentable en el tiempo. Mayor producción implica más trabajo, mejores salarios, mejor nivel de vida para quienes habitamos las ciudades y el campo argentino.