*) Por Ignacio Galmes.

Las elecciones generales del domingo 25 de octubre (2015) no sólo plantearon un escenario de cambio de gobierno sino también uno más imperceptible, y hasta revolucionario: el recambio generacional.

Esta renovación de la clase dirigente es hija de la Generación del 2001. Y está caracterizada por personalidades que vienen “desde afuera” de la política tradicional, entre los que se destacan periodistas, directores de ONG’s, historiadores, pero sobretodo jóvenes qué, con fuerza y decisión, batieron a dirigentes que se eternizaron en el poder durante décadas en los distritos más populosos del país.

La nueva clase dirigente es, sobre todo, una invitación al diálogo, a la unión, y esto hace a la gobernabilidad de la República. Pero también ofrece una alternativa de cambio y de subsanar viejas disputas partidarias e ideológicas. Los partidos políticos con bases ontológicas marxistas, liberales o peronistas deberán afrontar esta transformación. La Generación del 2001 llega al poder para cambiar las deficiencias de una sociedad fragmentada y enfrentada en términos que ya no atañen al siglo vigente. No es una negación de la política o de los partidos, es una evolución. Quienes comprendan que la sociedad cambia, se transforma y desarrolla conforme a los tiempos modernos, entenderán que las doctrinas también deben conciliarse y de esta forma representar y canalizar las necesidades de la gente y no la de la misma clase dirigente.

La profundización del diálogo y el consenso es menester obligatorio para crear políticas de desarrollo. En la historia reciente, nuestro país obtuvo distintos resultados, pocas veces satisfactorios, que deben ser rescatados del olvido. Un ejemplo es la necesidad del Dr. Arturo Frondizi, que más allá de su posición partidaria e ideológica, supo encontrar el camino para entablar diálogos con sectores proscriptos por la Revolución Libertadora, en primer lugar con el peronismo, pero también con el “Che” Guevara, lo que valió su salida del poder a manos del golpe militar de 1962. Frondizi entendió que la integración política debía ser total para conciliar la idea de país que tenía el desarrollismo. No debía negarse la realidad: gran parte de la sociedad de la época era peronista.

Es por ello que este acotado recuerdo de lo que dejó el gobierno de Arturo Frondizi es sin duda su mayor legado. En el discurso inaugural de su gobierno fue concebido como un llamando al “reencuentro de los argentinos”. El diálogo, la integración y el consenso entre los sectores sociales son la piedra angular que no debemos perder ni entregar bajo ningún punto de vista.

El recambio generacional es una evolución, de ninguna manera es un retroceso o una sepultura de las ideologías que conforman la vida política de los partidos. Es, ante todo, un desafío para pensar la Argentina que tenemos y la que queremos.