Tandil, el Silicon Valley argentino. Así lo presenta un artículo publicado en La Nación esta semana. No es un título súper original: también se habla de la provincia de Córdoba como la Silicon Valley argentina, de Núñez como el Silicon Valley porteño. Todos disputan un título cada vez más asociado a un modelo de desarrollo exitoso: la economía del conocimiento. En el caso de Tandil, la clave está en la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN), donde se inició un círculo virtuoso entre empresas tecnológicas, el gobierno local y el sector educativo. Hay otros casos emblemáticos, como el INVAP junto con el Instituto Balseiro en Bariloche. El futuro tiene el rostro de las nuevas tecnologías, pero hay un límite que cada vez se hace más evidente: este desarrollo no llega a todos.
El desarrollo de las naciones es un proceso en el que ganan participación los sectores que está en la frontera tecnológica, según Jean Fourastié. El economista francés lo veía como un camino que llevaba hacia el incremento de la productividad y el empleo. Lo planteó a mediados del siglo XX, cuando todavía no se advertía el advenimiento de la tercera revolución industrial, que iba a requerir otro tipo de empleos y habilidades. Con esta nueva etapa llegó un cambio radical en la formación básica y continua, con especial importancia de las nuevas habilidades digitales y con alto esfuerzo en el entendimiento de conceptos lógico-matemáticos. No solo para utilizar dispositivos y adquirir información, sino para crear productos y servicios a partir de nuevas herramientas. Empezó a ganar importancia un concepto nuevo: la empleabilidad.
El término empleabilidad nació en los años ochenta, una década con baja creación de empleo en EEUU. Es el resultado de la fusión de dos palabras: employ (empleo) y hability (habilidad). Es la habilidad para obtener o conservar un empleo. Con el avance de la economía del conocimiento se empezó a hablar de la brecha digital, que es la distancia entre quienes tienen acceso a las habilidades para manejar las tecnologías de la información y las que no. Los que tienen empleabilidad digital y los que quedan afuera.
Menos educación, más desempleo
En el primer trimestre de 2021 había 1,3 millones de desocupados en Argentina, según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Un 10,2% de la Población Económicamente Activa (PEA). La distribución no es homogénea en función del nivel educativo. Menos educación significa más desempleo. El 88,9% de los desocupados no tienen estudios de nivel superior completos. Por el contrario, los graduados universitarios representan el 25,5% de la población ocupada y solo el 11,1% de la desocupada. El secundario completo ya no es suficiente para acceder a un empleo, como lo fue en el siglo XX.
La desigualdad en el acceso a la educación de calidad continua y a la tecnología amplía las brechas de empleabilidad en Argentina. Y consolida las bases de una desigualdad estructural en el futuro. Un potencial trabajador que no tiene habilidades para manejar herramientas tecnológicas, procesar información y generar conocimiento va a estar en desventaja, no solo con respecto a otros trabajadores de su mismo país, sino en la competencia de un mercado laboral globalizado. Cada vez más trabajos se pueden realizar desde un dispositivo móvil, como la venta de productos o servicios online, el desarrollo de plataformas o la consultoría.
Con el avance de este nuevo paradigma, no solo los jóvenes de los barrios vulnerables quedarían excluidos de los empleos mejor remunerados y con capacidad de movilidad social, sino también la clase media con niveles educativos por debajo de la media. Y en ese sentido, Argentina está retrasada a global y regional. En las pruebas PISA de 2018, Argentina se ubicó octava en matemática, solo por delante de Panamá y República Dominicana. Es un retroceso importante: en 2006 estaba en el cuarto puesto. Esta asignatura es fundamental para la empleabilidad en la economía del conocimiento. Sin capacidades básicas para la comprensión de estructuras lógicas, difícilmente un estudiante pueda entender conceptos de programación o incluso las tareas más sencillas de las herramientas digitales. Los resultados son mejores en comprensión de texto, aunque lejos de los ideales.
Sin un sistema educativo sólido, la empleabilidad depende de las habilidades innatas y los esfuerzos individuales de cada uno. Por lo tanto, una población significativa queda limitada a trabajos de baja productividad y con alto porcentaje de protección del Estado.
Qué se está haciendo y qué se puede hacer
La gran pregunta es si Argentina todavía está a tiempo de subirse al tren de la empleabilidad del siglo XXI sin dejar atrás a un porcentaje considerable de jóvenes —y no tan jóvenes— de nuestro país.
En primera instancia hay que rescatar que el país cuenta con un ecosistema empresarial pujante y competitivo en sectores de la economía del conocimiento como la biotecnología, la agroindustria, el software o la industria satelital. Un ejemplo son los emprendedores que llegaron a crear empresas a principios de este siglo y alcanzaron el status de unicornios. A esto se suman las Universidades Nacionales, que no solo están en Buenos Aires, donde atiende Dios, sino que tienen una amplia cobertura federal y un gran prestigio.
Un modelo potente para mejorar la empleabilidad es el sistema dual de educación, en el que se intercala el estudio con el trabajo. Ya existe en Argentina y funciona con éxito en las escuelas técnicas, industriales, los institutos técnico-profesionales y en iniciativas recientes como las «secundarias del futuro» implementadas en la Ciudad de Buenos Aires. Modelos de este tipo evitan la la deserción escolar con iniciativas que valorizan la prima educativa, es decir, que los padres y la comunidad educativa vean que la educación es redituable para alcanzar un empleo o generarlo, asegurando un futuro mejor
Otras iniciativas importantes que se deben potenciar son las ferias de ciencias y las competencias de robótica a nivel nacional. El último ganador de esta competencia fue el equipo de una escuela secundaria de La Rioja. Es destacable el apoyo del sector privado a estas iniciativas.
Durante el gobierno desarrollista de Arturo Frondizi se implementó una iniciativa novedosa para la época, explica la especialista María Antonia Gallart en La escuela técnica industrial en Argentina: ¿un modelo para armar?. Con el fin de potenciar el trabajo público-privado, cuenta Gallart, el gobierno creó un ente autónomo dentro de la estructura del Ministerio de Educación. Tenía autarquía y financiamiento propio que provenía de un impuesto a la nómina del empleo industrial. El órgano central era el Consejo Nacional de Educación Técnica y estaba compuesto por una representación tripartita de los empresarios, los sindicatos y el Estado. El presidente era nombrado por el gobierno y tenía jerarquía y autonomía propia. Solía ser un ingeniero de prestigio en el ambiente industrial. Se formó, a partir de ello, un funcionariado con dedicación específica a la educación técnica, con una visión industrializadora clara, con foco en la capacitación técnica y de integración.
La articulación con el sector privado
Para mejorar la articulación entre el sistema educativo y el mundo laboral, es importante que se releven datos y elaboren informes de demanda laboral con la participación de cámaras empresariales, sindicatos, centros de formación profesional y no formal e institutos de formación técnica superior y los ministerios de Educación jurisdiccionales. El objetivo es establecer fortalezas y debilidades para actualizar las carreras cortas con salida laboral y que estas sirvan como nexo entre la educación formal y las empresas que requieren mano de obra que no se encuentre en el mercado.
En este sentido, es destacable la creación de la Agencia de Aprendizaje a lo Largo de la Vida por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La agencia busca generar un entendimiento entre las diferentes instituciones para mejorar la articulación con el sector privado. Si bien es pronto para evaluar los resultados —se creó en 2020—, pero es de festejar que se estén llevando a cabo.
Otra política alentadora es la creación de los Sistemas Informáticos de Gestión, a nivel Nación, aprobados por el Consejo Federal de Educación. Son los casos del SIU o el Sinide, que crean estadísticas en la gestión de matrículas escolares y dar seguimiento a los trayectos educativos. Es un trabajo coordinado y sostenido a pesar de los cambios de gestiones y signos políticos en el que participan el Instituto Nacional de Educación Técnica (INET), la Dirección Nacional de gestión Universitaria y la Secretaría de gestión Universitaria.
El caso inverso es lo ocurrido con las pruebas Aprender, una evaluación de la calidad educativa que fue discontinuada por la administración actual. Un caso similar es el de las «escuelas faro», implementadas en gestión anterior para crear procesos de innovación educativa basados en nuevas herramientas para que llegue a buen curso la adquisición del conocimiento. También se dio marcha atrás con esta política.
Por último, aunque no menos importante, es necesario mejorar la accesibilidad a la conectividad, a una vivienda digna, a la infraestructura y a los servicios públicos como a condiciones para que los chicos puedan educarse sin padecer en el intento. Un dato sirve para ilustrar el déficit en este aspecto: el 80% de los hogares del Gran Buenos Aires carecía de equipamiento tecnológico o poseía dispositivos de baja calidad, según la EPH.
La dirigencia argentina debe encarar estos desafíos con decisión, sin esperar a que la crisis toque fondo. No hace falta quedar nocaut antes de tomar la iniciativa, sino tener la voluntad política y crear los consensos básicos para que la educación y la empleabilidad del siglo XXI estén en la agenda pública.
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