populista
El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán. / Partido Popular Europeo (flickr.com)

El fin de la Guerra Fría inició una apertura democrática en naciones que habían vivido 40 años bajo regímenes autoritarios. El otoño de 1989 estuvo marcado por las oleadas de revoluciones pacíficas que sacudieron Europa central. Tan pacíficas que la de Checoslovaquia se conoce como la revolución de terciopelo. La excepción fue Rumania, donde ejecutaron al dictador Nicolae Ceaușescu. El proceso tuvo su primer epicentro en Polonia, se expandió como un virus que marcó el derrumbe del bloque comunista y alcanzó su mayor símbolo con la caída del muro de Berlín. Donde nacieron aquellos sueños de democracia y libertad hace 30 años hoy florecen distintas versiones del populismo.

El capitalismo liberal de tipo occidental fue abrazado con entusiasmo por los países de Europa del Este. El nuevo orden mundial estuvo caracterizado por la expansión de gobiernos liberales y socialdemócratas, pero el sistema tenía sus debilidades y no logró resolver los graves problemas económicos que arrastraban los nuevos países que salían del comunismo. Fue un escenario propicio para la aparición de partidos populistas de derecha y extrema derecha que apelaron a un discurso agresivo contra lo que denominaban «la política elitista» y que denunciaba el avance de la corrupción.

La seducción popular de su discurso permitió que los partidos populistas formaran gobierno en gran parte de Europa Oriental: Polonia, Hungría, Eslovenia y República Checa. En todos los casos, los populistas se presentan como los defensores de los derechos básicos de la sociedad e interpelan a la sociedad con conceptos nacionalistas que buscan enfervorizar el sentimiento de pertenencia, el apoyo a lo nacional y la denostación de la opinión del otro. El fogoneo de la rivalidad extrema es una característica central de estos movimientos: el otro es un enemigo. Esto se ve con claridad en los ataques xenófobos que señalan a los inmigrantes como la causa de todos los males de la economía.

El mapa del populismo europeo

El mayor exponente de esta ideología es el ultranacionalista Viktor Orbán, el primer ministro húngaro. Orbán gobierna desde 2010, pero deberá enfrentar en las elecciones generales del año próximo a una oposición inusualmente unida. Ante la perspectiva de perder el poder, Orbán buscó movilizar a su base política con la polémica ley que equipara la homosexualidad con la pedofilia y criminaliza a toda la comunidad LGBTI. También promueve nuevas restricciones para los migrantes.

Orbán es una inspiración para otros gobernantes de la región, como el primer ministro esloveno, el derechista Janez Jansa, del Partido Democrático Esloveno. A pesar de que el año pasado, el nuevo gobierno de coalición dirigido por Jansa tenía un índice de aprobación del 65%, en los últimos meses las encuestas mostraron una caída estrepitosa hasta el 26% de respaldo. La impopularidad de Jansa provocó que varios de sus aliados abandonasen el barco. Tras una serie de protestas callejeras masivas, el parlamento esloveno trató una moción de censura para destituir a Jansa, que finalmente salió airoso. El primer ministro, admirador también de Donald Trump, imitó a Orbán en la política de amordazar a los medios de comunicación. El único canal televisivo que lo apoya es Nova24TV, un aparato rimbombante financiado en parte por Hungría y que solo tiene un 1% de audiencia. Por su mala imagen, las chances de Jansa de renovar en 2022 son casi nulas.

En Polonia gobierna el partido de derecha Ley y Justicia. Quienes marcan la agenda son el presidente de gobierno, Andrzej Duda, y el presidente del partido y exprimer ministro, Jarosław Kaczyński. A raíz de ciertos desequilibrios económicos, el gobierno dio en los últimos meses un giro brusco a la izquierda para recuperar apoyos. Duda dejó de lado los discursos centrados en cuestiones culturales e históricas que exacerbaban las divisiones con la mira puesta en las próximas elecciones. Ley y Justicia adoptó en mayo medidas tradicionalmente asociadas a la izquierda, como el aumento de los impuestos a los ricos, la reducción de la carga fiscal para los pobres y el apoyo a los compradores de viviendas. Fue una reacción a la caída en los índices de popularidad desde el 55% en el verano pasado hasta poco más del 30% en mayo. La pérdida de apoyos se debe en parte a la pandemia, pero también al enojo por el endurecimiento de las ya estrictas leyes contra el aborto, especialmente en las grandes ciudades.

El primer ministro de República Checa es Andrej Babis, el segundo hombre más rico del país. Aunque su discurso tiene puntos en común con el de Orbán, en el caso checo se habla de un «populismo economicista» o empresarial, ya que se caracteriza por la promoción de los valores de la empresa privada y mantiene un mensaje de denuncia de la corrupción, pero solo contra la élite política y la estructura del Estado.  De hecho, sobre el mismo Babis pesa una dura acusación por corrupción por la sospecha de irregularidades en la obtención de fondos europeos por parte de sus empresas. El primer ministro sobrevivió el mes pasado a una moción de censura y logró sostener su alianza con los socialdemócratas. Solo faltan cuatro meses para las próximas elecciones parlamentarias, en las que la unión entre liberales y conservadores tiene chances de desalojar a Babis del poder.

El declive populista en el centro-oeste europeo

La cortina de hierro dividía a Alemania en dos y eso todavía se nota. El partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) tiene su mayor caudal de votos en los estados federales que conformaban la República Democrática Alemana. Esta región del país está marcada por la desigualdad social y los sueldos son considerablemente más bajos que en la Alemania del Oeste, incluso 30 años después de la reunificación. Hay analistas que advierten que la convergencia llevará mucho tiempo o, incluso, podría no alcanzarse nunca. AfD, sin embargo, enfrenta problemas internos tras la dura derrota en las elecciones legislativas del estado federado Sajonia-Anhalt en manos de los demócratas cristianos del CDU, el partido de la canciller Angela Merkel. Las encuestas anticipan un escenario poco favorable para los populistas en los comicios federales del próximo 26 de septiembre.

El partido de Marine Le Pen sufrió el domingo una derrota frustrante en las elecciones regionales francesas. Es una mala señal para Agrupación Nacional, como fue rebautizada la formación de extrema derecha Frente Nacional. El partido era el favorito en la región conocida como PACA (Alpes, la Provence y la Costa Azul), pero perdió ante Richard Muselier, el candidato del partido de centroderecha Los Republicanos. Esta caída imprevista y el alto nivel de abstención electoral, del 65%, encendieron las alarmas de Le Pen, que aspira a llegar a la presidencia en 2022.

En España la irrupción de los ultranacionalistas de Vox todavía no han logrado una victoria simbólica, aunque mantienen una buena convivencia con la centroderecha del Partido Popular en Murcia, Andalucía y Madrid. Actualmente gobierna en municipios pequeños como Vita, Barruelo del Valle, Navares de las Cuevas, Cardeñuela de Riopico y Hortencillas.

Italia se convirtió en las últimas décadas en el país de las crisis políticas constantes. El exponente máximo de la derecha populista es Matteo Salvini, el líder de La Liga. Salvini había formado un gobierno de coalición con el antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5S), a pesar de la aparente incompatibilidad ideológica. Salvini fue ministro del Interior y la figura estelar del primer gobierno de Giuseppe Conte y ganó notoriedad con sus políticas xenófobas antiinmigrantes. Para aprovechar su popularidad, presionó para que adelantara las elecciones con una moción de censura contra su propio gobierno. La jugada fue un fracaso rotundo que terminó con la unión entre el M5S y el Partido Demócrata para formar un nuevo gobierno, liderado por el tecnócrata Mario Draghi. El nuevo gobierno tiene un nivel de aprobación del 70%.

La Liga de Salvini pelea mano a mano el primer lugar de la oposición con otro partido extremista, Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), liderado por Gloria Meloni y que agrupa a muchos exmilitantes y dirigentes del neofascista Movimiento Social Italiano. Tanto Fratelli d’Italia como La Liga mantienen un nivel de apoyo en torno al 20%. Suficiente para mantener latente el temor a que golpee en Europa Occidental la ola populista. Una ola que nació en el Este cuando cayó el comunismo y parece que está perdiendo fuerza.