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Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi durante el gobierno desarrollista

En abril de 1962, Rogelio Frigerio redactó un escrito lúcido donde hacía un racconto del periodo que había terminado solo unas semanas antes por un golpe de Estado: el gobierno del presidente Arturo Frondizi. Fueron años intensos durante los cuales Argentina logró estabilizar una economía en crisis y emprender el desarrollo. Era un país con 18 millones de habitantes, menor desocupación y pobreza.

Del gobierno desarrollista quedaron en marcha emprendimientos industriales, 10.000 kilómetros de nuevas rutas, una industria siderúrgica propia, el autoabastecimiento de combustibles y un proceso de desarrollo e integración nunca vistos en diversas industrias como el cemento o la automotriz, por señalar dos rubros relevantes. Las economías regionales despertaron. El sector agropecuario emprendió un proceso de tecnificación, que sacó del letargo a la producción agrícola, que había sido limitada por la inútil intervención del Estado a través del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio).

La ecuación carne + petróleo = acero mostraba la síntesis de un país en marcha, integrado al mundo. El presidente Frondizi, dialogaba con los principales actores internacionales, como los presidentes John F. Kennedy, Konrad Adenauer o Charles De Gaulle.  Argentina lanzó entonces líneas para comerciar con todo el mundo, anticipándose a la globalización posterior. A la vez impulsaba los acuerdos en América Latina y los enfoques regionales, con la premisa de primero integrar la Nación y aprovechar la buena vecindad en el hoy Mercosur para potenciar las actividades de la región.

En ese documento Frigerio habla también de los desafíos económicos que el gobierno desarrollista debió enfrentar con mayor o menor éxito, como el enorme déficit estatal  (en ese entonces de las importaciones de combustibles, los ferrocarriles y las empresas públicas), que alteraban las condiciones macroeconómicas, una inflación persistente que limitaban el crecimiento de la actividad privada y de las inversiones necesarias para dinamizar el desarrollo. Frondizi y su equipo no sólo tuvieron el valor de enfrentar los problemas de fondo con un severo plan de estabilización, sino que tuvieron la habilidad y la responsabilidad de hacerlo a la par de un fuerte programa de reactivación económica. En palabras de Frigerio: «Al mismo tiempo que nos apretábamos el cinto con el plan de austeridad, creábamos las condiciones para activar la economía, crear nuevas fuentes de trabajo, asegurar ocupación plena y elevar los ingresos de la población con el consiguiente incremento del consumo.»

En la actualidad hay amplios consensos de que el gobierno de 1958 a 1962 fue el último gran intento de resolver los problemas estructurales de Argentina y llevarla al desarrollo. En ese entonces, sin embargo, fue saboteado por dirigentes políticos, sindicales, y empresarios prebendarios, más el apoyo militar —ya que la moda era golpear la puerta de los cuarteles—. Fue un error fatal, que tuvo incidencia en todo lo que vino después en los desencuentros nacionales reiterados.

Los logros del gobierno desarrollista: «Nadie hizo más en menos tiempo»

Las lecciones de 1958

La experiencia desarrollista echa luz sobre la política de nuestros días. El gobierno de Alberto Fernández negoció un acuerdo con el FMI y ahora debe implementar políticas para cumplirlo. Pero la facción dominante del gobierno, el cristinismo, pretende hacerlo sin tocar el gasto públiico improductivo. Al contrario, considera que el Estado debe intervenir en mayor número de actividades. No comprende que este exceso de intervencionismo resta valor y fuerza a la actividad privada, ya que quitan recursos del ahorro y el crédito.

Por supuesto, estos gastos implican la disposición de caja para hacer política. Porque la conducción gubernamental ve estos recursos como una palanca que le da poder. De esta manera  alinea a las provincias, que van perdiendo autonomía, por la dirección financiera, en medio de una artera inflación, que destruye salarios y prestaciones jubilatorias.

Un déficit preocupante en 1958 era el de los ferrocarriles; hoy es el de Aerolíneas Argentinas. El gobierno de Frondizi implementó racionalizaciones en los ferrocarriles, una política muy diferente a la que después llevó al desmantelamiento errático del sistema durante la presidencia de Carlos Menem. En el caso de Aerolíneas, después de diferentes experimentos entre el Estado y las privatizaciones, tenemos una empresa monopólica que ha restringido rutas, con personal excedente y que necesita casi dos millones de dólares por día para solventar su desequilibrio entre ingresos y gastos.

Como la palabra “ajuste” es mal vista, es mejor emplear la mas adecuada, que es la que mandan las normas del Estado: administrar austeramente. Y con visión de futuro, dando prioridad a la inversión y evitando los gastos innecesarios.

Sobre las negociaciones con el FMI, el mismo Rogelio Frigerio (abuelo) decía que había que negociar bien, duramente, pero en una mano el pedido de fondos y en el otro el plan de desarrollo. Esa combinación es lo que hace falta. No hay un programa, una visión,  que nos genere esperanza e ilusión a los argentinos.

Negociemos entonces sin engañarnos a nosotros mismos. El déficit debemos hacerlo bajar, porque ello contribuirá a reducir la inflación. Si no enfrentamos la reducción de los gastos innecesarios del Estado, nunca seremos competitivos. Todo debe reacomodarse, porque una economía sin tipo de cambio —ya que hay muchos, que distorsionan la macroeconomía y la microeconomía— tiene precios relativos absurdos e inestables, que impiden producir, invertir y encarar proyectos de desarrollo. No es una cuestión de ideologías: necesitamos pragmatismo, claridad y simpleza. Para ello debemos reparar en situaciones anteriores y en todos los errores que cometimos como país, desde el gobierno de turno, con errores que se han acumulado y potenciado, mezclando en el déficit todo, porque la inflación permite eso: distraer, mezclar, tamizar, confundir, inducir a error.

Una crisis estructural

La racionalización del gasto y del Estado es un deber pendiente, que no logró hacer en cuotas el presidente Mauricio Macri y tampoco encara este gobierno por no asumir el costo político que implica. Los parches improvisados para postergarlo han llevado a Argentina a una crisis estructural. Un reflejo de esa situación es que en este momento, por falta de divisas, están prácticamente suspendidas las importaciones. La falta de insumos, especialmente intermedios y de capital, destruye las cadenas de valor en una economía cada vez más interdependiente.

Estamos a tiempo. La emergencia, la crisis, trae la oportunidad. Estamos saliendo de la pandemia y deberíamos empezar a encarar acciones rupturistas con las malas costumbres. La buena costumbre es entender que hay que gastar solo si se produce y que no podemos vivir (algunos) por encima de las posibilidades. Si queremos vivir mejor, hay que producir más y exportar mayor valor agregado para conseguir divisas genuinas.

Las inversiones que deben llegar tienen que ser las propias o las extranjeras, en condiciones competitivas, y no de excepción. Todo lo que accede en condiciones límite siempre obtiene beneficios que operan en contra. Las inversiones deben estar orientadas a la producción de los sectores más dinámicos de nuestra economía, capaces de traccionar al resto.

No importa la ideología o la grieta o quien es el culpable. Lo que importa es qué hacemos de ahora en adelante. Pensemos en un plan de desarrollo e integración para sacar de la pobreza a la mitad de los argentinos y para darle posibilidades a la otra mitad para superar este momento crítico.

Por eso es bueno reparar en ese documento autocrítico que escribió Frigerio en abril de 1962. Muestra que seis décadas después, nuestros males persisten. Tenemos la oportunidad de dejar la retórica destructiva e imponer una conversación proactica positiva, con soluciones para un país con el que la clase dirigente está en deuda por no haber sabido encarar los problemas con criterio, generosidad y diligencia. Esta clase dirigente debe asumir los costos políticos de la necesaria racionalización, ser parte del ajuste y conciliar un programa de desarrollo. La responsabilidad cívica y patriótica de los argentinos será la de apoyarlos, sostenerlo y potenciarlo con hechos y palabras. Algo con lo que no pudo contar el presidente Frondizi y que, de haber ocurrrido, no estaríamos hablando de estas cuestiones.