Cuando llegó a Argentina, el país ya no era el mismo que el de su infancia. Roberto Valent (1965, Údine, Italia) ve hoy una democracia con pesos y contrapesos, una sociedad más libre, vibrante y diversa. Sus recuerdos de la niñez, aunque en los años de plomo, no son sombríos. «No viví la dictadura cara a cara, estaba en una burbuja de cristal, muy edulcorada”, cuenta en entrevista con Visión Desarrollista. Valent vivió entre los seis y los catorce años en Córdoba y estudió en la escuela pública. «Tuve una buena educación», destaca. El 16 de septiembre de 2019 volvió a Argentina, esta vez como representante de las Naciones Unidas. Y con una vasta experiencia en la organización, que lo llevó a trabajar en Albania, Kosovo, Comoros, Sudán, el Congo, Palestina, El Salvador y Belice. «Sin una visión desarrollista no hay evolución», subraya en una larga conversación en la que se aferra a una idea central: la necesidad de que Argentina alcance acuerdos básicos como nación.
La entrevista es una semana antes del comienzo de la cuarentena. En ese momento hay un solo caso detectado en Argentina. El escenario económico y social va a cambiar dramáticamente en los meses siguientes. La ONU publicó el martes 23 de junio un diagnóstico duro sobre el impacto de la pandemia del COVID-19 en el país. El estudio prevé una caída del PBI de hasta el 10%, un aumento de la pobreza hasta el 40,2% y de la pobreza infantil hasta el 58,6%. «Para millones de argentinos las consecuencias de la pandemia son dramáticas. La crisis traerá mayor contracción de la actividad económica, pérdida de empleo y un incremento de la pobreza», señaló Valent en la conferencia de prensa donde fue presentado el estudio.
PARTE 1 | ACUERDOS PARA EL DESARROLLO
¿Cómo creés que debería plantearse un modelo de desarrollo para Argentina?
El desarrollo requiere un acuerdo de base sobre el modelo de país. Una visión común del país en términos de desarrollo social. ¿Cuál es la matriz de la argentinidad? ¿Qué es lo que quieren ser? El deseo de evolución, la idea del bienestar, la cultura, la expresión de la identidad. Seguro que va a haber sectores a los que no les va a gustar lo acordado, pero es mejor apostar por algo aunque no estén todos de acuerdo. Si una masa crítica lo apoya, hay que avanzar y ponerle inteligencia para crear un marco productivo, políticas monetarias acordes y un sistema de protección social. Desde mi punto de vista, eso es tener una visión desarrollista. Y sin ese acuerdo, hay varias Argentinas yendo en diferentes direcciones. Para generar las economías de escala que son requeridas se necesita una matriz planificada de desarrollo.
¿Qué debería definir esa matriz?
No se trata de decidir si la economía es liberal o comunista. Es en el marco de una economía liberal, eso está claro. No veo ningún eje político empujando hacia otro modelo. Pero dentro de ese marco, ¿cómo se articula la política económica, cuáles son los incentivos, cuáles los sectores clave? Ese es el acuerdo que se necesita. No todo puede ser planificado, existen límites. Pero hay lineamientos. Hay países que lo han hecho, como Australia o Canadá. Como funcionario de Naciones Unidas, nunca propondría que un país siguiera una dirección u otra. Pero creo que Argentina tiene que hacer una apuesta como país y sostenerla en el tiempo. Me encanta el concepto de visión desarrollista porque implica la idea de un rumbo que tiene que ser sostenido.
¿Creés que este desacuerdo es el principal obstáculo para el desarrollo de Argentina?
Voy a ser modesto, llegué hace solo cinco meses. Pero este corto tiempo coincidió con el cambio de Gobierno. Fue algo muy interesante porque me permitió ver la complejidad y la diversidad del contexto político. Argentina no es monocromática. Eso la hace interesante, pero compleja. Una sociedad puede ser víctima de su misma riqueza cultural, de la variedad de sus opiniones. Esta riqueza pesa en la construcción de consensos y demanda un liderazgo colectivo y político especial. No me refiero solo a los partidos políticos, sino a la clase dirigente. A los sindicatos, los empresarios, los sectores asociativos y comunitarios. Argentina está muy organizada. Incluso los desempleados están sindicalizados; no es algo común.
¿Qué tipo de liderazgo se necesita?
Cuando digo liderazgo me refiero a la voluntad política. No es solo la capacidad de liderar. No se necesita mucha capacidad para construir, se necesita sensatez en el razonamiento. Falta liderazgo cuando hay incapacidad para manejar los conflictos de manera constructiva. Siempre hay conflictos, porque hay tensiones e intereses. El conflicto no es malo, para nada. Solo es malo cuando es destructivo. El liderazgo es la voluntad de sentarse a construir, con el entendimiento de que hay diferencias de opiniones y posiciones, y respetando las reglas del Estado de derecho. Ese liderazgo hace falta, no el de los caudillos. América Latina no los necesita más. La suma de caudillos y caudillas no te lleva al desarrollo.
¿Ves algunos avances en ese sentido en Argentina?
El presidente Alberto Fernández dijo que quiere impulsar el Consejo Económico y Social. Ese Consejo tiene que ser una política de Estado, no de coyuntura. Para acordar ese tipo de medidas ya están el Congreso Nacional y parlamentos de las provincias. Me imagino que el Consejo Económico y Social trate temas más estructurales. Conozco experiencias de otros países y funcionan así.
¿Qué temas estructurales debería debatir?
El modelo de desarrollo socioeconómico. Los modelos productivo y redistributivo. Y lo digo en ese orden, porque la cosa peor es distribuir miseria. Nadie quiere distribuir miseria, necesitás generar valor agregado. Para eso se debe debatir cuál es la apuesta de desarrollo económica argentina. ¿Es proteccionista? ¿Es mirando hacia afuera? ¿Es algo intermedio?
¿Qué sectores ves con mayor potencial?
Argentina tiene un sector agroindustrial productivo y de calidad, con tecnología de punta. También tiene capital humano de primer nivel, incluso en el sector científico. Detrás de las patentes de Israel, Estados Unidos o Italia hay muchos argentinos. Lo que falta es un modelo que fomente eso para que genere mayor impacto en el país. Podés tener un modelo centrado en el agro y en las tecnología de punta, menos intensivo en empleo y más redistributivo vía impuestos. Que el sector privado tenga buenas ganancias pero también deba contribuir más para la redistribución. Y después tenés que discutir qué tipo de políticas distributivas vas a implementar.
¿Qué evaluación hacés de las políticas de desarrollo social de Argentina?
No he visto muchos ministros de Desarrollo Social que planteen una vinculación tan fuerte entre planes sociales y empleo como el argentino [Daniel Arroyo]. El tema es hacer una apuesta económica pujante y no dejar gente atrás. Después, hay que hacer un análisis detallado de las políticas y planes de protección social. Más en un país como este, que tiene una amplia diferencia por el contexto geográfico. La territorialidad es un criterio fundamental. No es lo mismo Córdoba que Formosa. El acuerdo interno entre el Gobierno central y los subnacionales es clave. Además, algunas provincias pueden poner más que otras. Ahí hacen falta acuerdos y articulación federal. Después hay problemas estructurales con las poblaciones indígenas del norte que han sido perjudicadas por el avance de la frontera agrícola, la híper utilización de insumos químicos y la contaminación de los acuíferos. Mueren poblaciones wichis y es un problema estructural que viene desde que nació Argentina. Lo bueno es que este no es un país que no esconde sus problemas. Inmediatamente declaró una emergencia socio humanitaria, que se suma a la emergencia alimentaria y al plan contra el hambre.
PARTE 2 | LA AGENDA PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE
Naciones Unidas adoptó la agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, ¿en qué consiste?
La agenda para el desarrollo sostenible no es una agenda de Naciones Unidas, sino de los Estados miembros que la firmaron. Naciones Unidas proveyó la casa para alojar ese debate. Los Estados participaron de la discusión de la Agenda 2030 y los 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS). Pero no abarca solo al sector público, participaron también del debate la sociedad civil y el sector privado. No es necesariamente una agenda nueva, sino una extrapolación de la Carta Universal de los Derechos Humanos de hace más de 70 años. La estamos recuperando y poniendo en el centro de la agenda del desarrollo. Salimos de un esquema desarrollista técnico y vamos hacia uno más anclado en valores, conceptos éticos, derechos humanos y una visión de la gobernanza global. Diría que el 90% de los ODS están anclados en los derechos humanos y el compromiso con los principios democráticos.
De alguna manera, los ODS marcan una agenda y unas prioridades para desarrollo. ¿En qué modelo se basa?
La agenda está enmarcada en tres ámbitos: social, económico y medioambiental. El modelo plantea que no puede haber desarrollo si no están integradas estas tres dimensiones. El vínculo entre el desarrollo económico y el social siempre ha sido más fácil de entender. En cambio, el tema medioambiental no estaba asociado antes a las demás dimensiones. Pero cada vez nos damos más cuenta los impactos que tiene la economía y la sociedad en el ambiente.
¿Qué cambia con la inclusión de esta dimensión en el debate sobre el desarrollo?
Plantea el desarrollo desde una perspectiva intergeneracional. El tema es entender qué tipo de producción, productividad y consumo empleamos porque el planeta no resiste los actuales patrones de producción, extracción y consumo. Es claro que esto no es sostenible. Ciertos insumos energéticos son nocivos y no creo que vayan a seguir en uso mucho tiempo más. No creo que continuemos extrayendo petróleo como ahora dentro de 50 u 80 años. Hay que ir hacia las energías renovables. Pero lo ODS van más allá. Abarca una agenda muy completa, que por eso también es muy compleja. En su momento hubo discusiones [se aprobaron en 2015]. Algunos planteaban que había que terminar de cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Había brechas que faltaban cerrar, es cierto. Otros defendían un enfoque más acotado y ampliar los ODM solo a los Derechos Humanos. Pero lo que los Estados finalmente acordaron es que no existen atajos y que se deben contemplar todas las dimensiones.
¿Los ODS pueden ayudar a consensuar un modelo de desarrollo en los países?
Los ODS son, ante todo, un marco de referencia. Pero no son un plan de desarrollo global. Los países se alinean a los ODS, pero ya tienen programas vinculados a casi todos los objetivos. Tienen programas de alimentos, producción, agua, saneamiento, educación, salud, subsuelo, industria, innovación, urbanismo, Estado de derecho, justicia, género. Argentina ha ratificado convenios y acuerdos y convenciones de derechos humanos que son suyas, son parte de su Constitución. Los ODS con un marco de articulación, no es algo filosófico que está en Nueva York o Ginebra. Es algo que tiene vinculación muy clara con las realidades nacionales, subnacionales y locales. Plantea objetivos y metas comunes, definen líneas de base e indicadores. Pero, finalmente, si no los quieren llamar ODS, no hace falta que los llamen así. Lo mejor es que los ODS se argentinicen y se instalen. El concepto no es odeizar los planes nacionales. Eso sería un error. La idea es asegurar que el contenido alrededor de los ODS sea manejado con un enfoque de derechos humanos y una dimensión de cuidado intergeneracional del mundo.
¿Cómo se puede acordar una agenda común cuando hay un nivel de confrontación política tan alto como en Argentina?
El ODS 16 dice que no puede haber desarrollo sin Estado de derecho. Ahí tenés algo que es un esquema desarrollista. Me encanta la idea de una visión desarrollista porque un esquema de construcción requiere una apuesta por los acuerdos básicos de nación. Eso es una visión de futuro. Y si no puede haber un análisis compartido, al menos compartamos el análisis. Acordemos sobre la base de que tenemos diferencias. Un ejemplo típico es el tema del desarrollo de las personas en el plano sexual y reproductivo. Ahí no hay un conflicto de intereses, sino de posiciones. Es mucho más fácil manejar intereses, porque se pueden conciliar. Cuando hay posiciones, en cambio, no existen posibilidades de negociación. ¿Cómo se maneja esto en el Estado de derecho? Algunos tienen que aceptar que a veces su posición no sea la ganadora y admitir otra por un bien común más alto, que es vivir en democracia.
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