Cuando el país y el mundo se rindieron ante el éxito inmediato del Plan de Convertibilidad, Rogelio Frigerio apuntó sus críticas filosas contra el modelo impulsado por Domingo Cavallo. Y lo hizo desde el comienzo. «El modelo vigente privilegia la estabilidad sobre la producción. En virtud del atraso cambiario se está subvencionando una invasión importadora que avasalla la producción nacional por competencia desleal», cuestionó en septiembre de 1993 en un artículo publicado en Ámbito Financiero. La prensa dejó registro de las decenas de notas, entrevistas y artículos donde Frigerio expuso su dura oposición al neoliberalismo de los noventa. Un archivo muy valioso, que es casi un diario de la resistencia. Dos décadas después, la posición de Frigerio coincide con la interpretación más difundida sobre el menemismo: fue una década que destrozó el entramado industrial argentino y provocó un retroceso profundo en el desarrollo del país. En ese momento, sin embargo, el Tapir era una voz solitaria contra una visión política y económica hegemónica.
Los cuestionamientos de Frigerio nunca fueron ataques personales. De hecho, en los diarios de la época se encuentran frases del padre del desarrollismo de este tipo: «La idoneidad técnica de Cavallo no se discute» o «es un técnico monetarista reconocido no solo en la Argentina». Esto no impedía que Frigerio sostuviera que «el modelo Cavallo es esencialmente cruel, carente de solidaridad y está reñido con la ciencia económica», como lo hizo en el diario La Verdad, de Junín, en agosto de 1993. La mirada aguda del Tapir vaticinó los efectos sociales que iba a provocar el régimen de los noventa: «Una sociedad dual donde una porción pequeña funciona conectada con el exterior y una mayoría de personas y actividades está crecientemente condenada a la marginación».
Cavallo y Frigerio se conocían bien. Incluso habían debatido en más de una ocasión, como cuenta Cavallo en la entrevista con Visión Desarrollista. Sabían que no compartían una misma visión de la economía, pero se respetaban. La discrepancia entre ambos estaba basada en una interpretación antagónica sobre las problemáticas nacionales. Según Frigerio, el ministro estaba inspirado «en el difundido, aunque infundado, criterio de que es posible crecer espontáneamente con solo estabilizar la moneda y recaudar más impuestos, cuando esto puede significar la muerte de muchas actividades productiva». Frigerio pronosticó en 1992, en el Cronista Comercial, cual sería a su entender el resultado del plan Cavallo: «Le dejará al país, entre otras cosas, falta de inversión productiva, desempleo estructural y bajísimo salarios».
El superministro
El debate entre los dos economistas era en condiciones de absoluta disparidad. Frigerio todavía estaba políticamente golpeado por el 1,2% de votos que había obtenido en las presidenciales de 1983. A sus 77 años no era un político electoralmente competitivo, aunque mantenía su papel como referente en materia de desarrollo. Cavallo, en cambio, estaba en la cresta da la popularidad. Había dejado el cargo de Canciller y asumido como ministro de Economía el 1 de marzo de 1991. La economía había tenido su pico hiperinflacionario un año antes, con un aumento de precios de casi el 100% mensual en marzo de 1990. Y el riesgo de una nueva híper seguía latente. Cuando Cavallo ocupó el cargo, profundizó las políticas neoliberales que caracterizaron a la gestión menemista. Aunque hay que destacar que ya estaban en marcha para ese entonces las medidas alineadas con el Consenso de Washington: la apertura generalizada al comercio exterior y al movimiento de capitales, la desregulación económica, la privatización de empresas públicas, la reducción del Estado y la reorganización del sistema tributario. El rasgo distintivo del plan Cavallo fue la convertibilidad, con la que logró derrotar rápidamente la inflación y se convirtió en una figura tan relevante como el mismo presidente, Carlos Saúl Menem. «El ministro de Economía, Domingo Cavallo, firma autógrafos y es reclamado por los candidatos peronistas para que les acompañe en sus actos», describe una crónica de la época del diario español El País.
Frigerio era en aquella época el máximo referente del Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Un dato no menor: el MID había sido aliado del Partido Justicialista (PJ) en 1989, cuando el caudillo riojano llegó a la Casa Rosada. Incluso algunos de los cuadros más destacados del partido desarrollista ocuparon cargos importantes en el Gobierno Nacional: Antonio Salonia fue ministro de Educación, Oscar Camilión fue ministro de Defensa y Octavio Frigerio fue interventor de YPF. El acuerdo electoral, sin embargo, se sostuvo muy poco tiempo, con Frigerio y muchos otros de sus colaboradores posicionados como férreos críticos al modelo económico.,
Una vez en el poder, Menem hizo a un lado las banderas de la Revolución Productiva y abrazó el neoliberalismo. Implementó medidas que estaban en las antípodas de la doctrina y la praxis justicialista, con el apoyo del establishment, el gobierno de EEUU, su propio partido y los sindicatos. Aunque la lectura retrospectiva retrate a los noventas como una década de retrocesos —y, sin dudas, lo fue— las políticas menemistas contaron en el momento de aceptación popular. La crisis hiperinflacionaria y el rotundo fracaso económico que había tenido la política económica de Raúl Alfonsín prepararon el terreno para la reforma del Estado y las privatizaciones.
Una voz en el desierto
Había algo anticlimático en las advertencias de Frigerio. El país celebraba al genio que había puesto fin a décadas de inflación. La convertibilidad era la solución mágica para un problema que parecía imposible de resolver. Frigerio reconocía que la estabilización había sido efectiva, pero advertía que era necesario «restaurar el proceso de formación de capital para lo cual resultan insuficientes las medidas de ordenamiento exitosamente tomadas». La estabilidad, consideraba Frigerio, se había convertido en un fin en sí mismo y generaba un marco económico contrario al desarrollo. En septiembre de 1992, ya advertía: «El modelo económico de Cavallo ha entrado en una etapa de riesgo, en virtud de que empieza a resquebrajarse todo lo que había diseñado. (…) Este es un plan pensado a la manera de aquellos que se diseñan en materia financiera, monetaria y bursátil, que tienen mucha importancia, pero que es secundaria con respecto a la producción».
Para Frigerio, el modelo neoliberal que conducía Cavallo se resumía en «abrir la economía, establecer un dólar retrasado e incentivar la importación» y advertía de que «cada dólar que se importa significa, finalmente y en promedio, el reemplazo de tres horas de trabajo de un operario argentino, cuando se trata de productos que fabrican en el país». Estas declaraciones, publicadas en Ámbito Financiero, reflejan la preocupación de Frigerio por el impacto sobre el empleo que era consecuencia de la desindustrialización. «Lo malo es creer que una cosa que es transitoria y sirve para poner orden y comenzar a trabajar sobre los factores fundamental, que son los de la producción, se les tome como definitivos», planteó sobre la convertibilidad en El Diario.
La concepción del Tapir siempre fue nacional y sistémica. Excedía la economía. Su visión del desarrollo apuntaba a generar las condiciones para una mejor calidad de vida de todos los argentinos. Por eso, su preocupación central era que el modelo de país de entonces servía «solo para 13 millones de argentinos», como declaró a Crónica en agosto de 1992. Frigerio señalaba que la clave estaba en la forma en que Argentina se insertara al mundo. «Un crecimiento sano del sector externo solo es posible a partir de la expansión del aparato productivo, salvo que se piense no en una economía nacional, sino en un modelo encapsulado e integrado al circuito trasnacional», planteó en el diario Jornada. «No podemos ser un país de importadores. Tenemos que ser un país de productores y exportadores. Si no producimos, los que estén en condiciones de consumir serán cada vez menos y el mercado interno, plataforma material de los argentinos, se ira subsumiendo y creando condiciones para una economía de enclave», sostuvo en Ámbito Financiero.
Privatizaciones, desempleo y pobreza
Frigerio había sido un promotor de las privatizaciones durante el gobierno de Arturo Frondizi, pero se opuso a las mismas durante el menemismo. No era una contradicción y el Tapir la explicó en sus reiteradas intervenciones en la prensa. «Las privatizaciones privilegian la recaudación sin garantizar la racionalidad mínima de las tarifas y los servicios, conspira contra toda posibilidad de ofrecer bienes a precios internacionales”» explicó sobre la forma en que se vendieron las empresas estatales. Fue particularmente crítico con la privatización de YPF. Para Frigerio, YPF debía ser una empresa testigo y consideraba un error que no existiera ese instrumento en un sector estratégico como el petrolero.
El menemismo dejó como saldo una sociedad dual, como anticipaba Frigerio. La marginación y la pobreza estructural se elevaron a un nivel nunca antes visto en la historia del país. A principios de 1993, el mismo Cavallo anunció paliativos específicos para los sectores vulnerables. Frigerio replicó en ese momento que «el mejor plan social es el que abre nuevas fuentes de empleo, el que da trabajo a la gente». Sus convicción de que el desarrollo era el camino para lograr una justicia social sustentable le impedía pensar en soluciones asistencialistas, más allá de la urgencia o como medidas de excepción. «Se trata de paliativos que son mejor que nada, pero no brindan soluciones de fondo», planteó en La Prensa.
La lectura de Frigerio sobre los noventa fue correcta. La historia, lamentablemente, demostró que las consecuencias económicas y sociales del modelo Cavallo fueron las anticipadas por el padre del desarrollismo. Hoy es un diagnóstico compartido por la gran mayoría de la sociedad, incluso por quienes celebraron los logros de corto plazo de la estabilidad menemista. El mensaje de Tapir se mantiene vigente casi tres décadas después. Incluso se tornó un llamado de atención aún más urgente que cuando escribió en Clarín en 1993: «Para no seguir fabricando problemas sociales para los que luego no alcanzan los recursos porque estos se extraen de la misma sociedad que sea he empequeñecido, es necesario abandonar un modelo que privilegia el aspecto monetario por sobre el productivo y que hace prevalecer la inserción de una parte de la economía y de la sociedad a un circuito trasnacional, marginando al mercado interno de producción y consumo. La política de desarrollo es la única verdaderamente coherente con los propósitos de elevar las condiciones sociales».