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Planta siderúrgica. /Ant Rozetsky (unsplash.com)

De las economías integradas y, particularmente de las industrias de base salieron los flujos de capital que estimularon los nuevos y deslumbrantes emprendimientos que tanto asombran, productos del trabajo humano acumulado hasta niveles sin precedentes y fieles expresiones del genio del hombre, sobre el que se fundan las mayores esperanzas.avance tecnológico

Pero ni la civilización actual, ni la del mañana, pueden concebirse sin la totalidad del fenómeno industrial. El eje de nuestro razonamiento es que, en lo que al desarrollo nacional de refiere, no se pueden saltar etapas necesarias.

Si ello fuese posible, los pueblos atrasados no deberían temer —como saludablemente lo hacen— que el gigantesco proceso de concentración y centralización económica termine por derribar sus defensas y les haga perder su identidad como culturas diferenciadas siendo arrastrados por procesos globales sobre los cuales no tienen la menor incidencia ni pueden gravitar sus decisiones nacionales. La suerte de esos pueblos —entre los que se encuentra el nuestro— está atada a la posibilidad de que logren asegurar su propio desarrollo sin depender de decisiones tomadas fuera de sus fronteras.

No es posible sólo con voluntarismo «engancharse» en la última tecnología soslayando la integración productiva a nivel nacional y. con ello, como por arte de magia, acceder a mejores niveles de vida y de cultura para todos los sectores que integran su cuerpo social.

Para comprenderlo, cabe señalar que tanto la biotecnología, como la cibernética, la electrónica y las telecomunicaciones son actividades industriales avanzadas que requieren para prosperar autónomamente un contexto de gran diversificación productiva, amén de la condición de acumulación de capital que haga posible esas inversiones, En consecuencia ,¿cómo podría un país como la Argentina, o cualquier otro subdesarrollado, desenvolver actividades en ese nivel de sofisticación si no tienen en torno suyo un marco adecuado? Habría, a nuestro juicio, una sola forma: que se localizara en sectores y zonas muy específicas y que —siendo tributaria del exterior— dirigiera su producción al mercado externo.

Es decir: que funcionara como un enclave que toma del país donde se instala sólo aquello que lo beneficia (mano de obra barata, energía barata, liberación impositiva) sin volcar ni propagar estímulos positivos al resto del sistema económico en el que está inserto. Pero así, solo formalmente podría decirse que el país se ha «modernizado», cuando en realidad ha profundizado las condiciones para su retroceso.

El grado mínimo

Para no dar ese «salto al vacío», consideramos imprescindible que los esfuerzos estén orientados a lograr el grado mínimo, pero suficiente, de integración interna de la estructura productiva. Eso es lo que hace insoslayable contar con las industrias básicas. ¿Significa esto que tanto nuestro país como todos aquellos subdesarrollados que emprendan su tránsito al desarrollo deben hacerlo necesariamente en los mismos tiempos que emplearon los que hoy están en la cima del mundo? Por supuesto que no. Se trataría de una carrera perdida de antemano, en la medida en que la velocidad del crecimiento de los países industriales avanzados es tal que jamás se podría alcanzarlos.

Es insoslayable por lo tanto, lograr la integración productiva a escala nacional, de modo de consolidar el mercado interno y tener la plataforma imprescindible para integrarse competitivamente al intercambio mundial. Pero para ello hay que aprovechar los gigantescos adelantos de la ciencia y la tecnología, productos del desarrollo ya alcanzado en otras partes. Nadie ignora que la automatización de los procesos productivos, como resultado de la aplicación de la informática y otras modernísimas tecnologías, resuelve en la actualidad en tiempos muy veloces y con gran eficiencia lo que antes se hacía por procedimientos hoy superados. Ya señalamos antes, a modo de ejemplo, que la petroquímica ha invadido con su producción sectores antes reservados a la siderurgia, lo cual no invalida en modo alguno a esta última como proveedora fundamental de industrias de máquinas, de la construcción, de parque rodante o de maquinaria agrícola, para dar sólo algunos casos. Pero hoy es posible concebir y poner en marcha acerías altamente automatizadas, que han aumentado notablemente la productividad de esta industria madre elevado-la calificación de sus trabajadores, diversificando notablemente- sus producciones intermedias y finales y atenuado y controlado su Impacto sobre el medio ambiente.

Dicho brevemente: no podemos renunciar a la siderurgia, pero tenemos que erigirla del modo más eficiente y moderno. En ello, la tecnología de punta juega un papel decisivo. Esta reflexión está íntimamente relacionada con el tema del ritmo que debe imprimirse al proceso de desarrollo. Para colmar la brecha en constante ensanchamiento que existe con el mundo industrializado no tenemos otra forma que desenvolver aceleradamente las condiciones materiales de la autodeterminación nacional. Esa velocidad supone contar en el breve lapso de pocos años con el mínimo necesario de integración productiva, lo que obliga a observar dos condiciones: hay que determinar correctamente las prioridades de la inversión, y hay que convocar el capital extranjero para alcanzar los objetivos que surgen de esas prioridades. Esa convocatoria conlleva el aporte de la tecnología, que aseguraría el acceso a las actividades industriales básicas sin graves rezagos en esta área.