Frigerio
Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en la Quinta de Olivos

Cuando Rogelio Frigerio conoció a Arturo Frondizi, a principios de 1956, el país estaba atravesado por una tensa y oscura división entre peronistas y antiperonistas. Luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón, la dictadura de la Revolución Libertadora fue radicalizando su revanchismo y alimentando esa grieta. Frondizi había sido el político más prestigioso de la oposición durante todo el gobierno peronista y se perfilaba como el candidato natural para la presidencia. Frigerio dirigía una revista de actualidad política, Qué sucedió en siete días, en cuyas páginas escribían filoperonistas como Raúl Scalabrini Ortíz y Arturo Jauretche, y planteaba —a contrapelo del clima imperante— una posición de conciliación, legalidad y apertura democrática.

Frigerio proponía incorporar al peronismo e incluso llegar a algún acuerdo con Perón. Frondizi podía haberlo rechazado. El líder de la Unión Cívica Radical debía hacer equilibrio con los sectores más antiperonistas de su partido, como también con el ala dura del gobierno de facto, que recelaba de la moderación Frondizi y resistía la salida democrática. Pero sobre todo, el antiperonismo era la posición cómoda y políticamente redituable: en él coincidían todos los partidos, prácticamente toda la dirigencia tradicional, era la posición mayoritaria del partido militar en el gobierno y de la inmensa mayoría de la intelligentsia argentina.

¿Por qué buscó Frondizi el acuerdo con Perón? ¿Qué fórmula le sugirió Frigerio? ¿En qué consistió la alianza que forjaron Frondizi y Frigerio a partir de entonces? ¿Y qué acordaron con Perón?

Hay dos maneras diferentes de caracterizar este hecho histórico, y de las dos hay abundante testimonio. Interesa revisarlas porque nos dan un parámetro sobre las distintas formas de gestionar la grieta.

¿Oportunista o frentista?

La primera interpretación podría caracterizarse como oportunista y en ella coincidieron los detractores de Frondizi. Frondizi necesitaba los votos peronistas para ser presidente. En las elecciones constituyentes de 1957 se dio un triple empate escalonado: los peronistas habían votado en blanco, siguiendo las órdenes de Perón, y lograron la primera minoría. Detrás se ubicó el radicalismo del Pueblo, antiperonista, liderado por Balbín. Tercero quedó el radicalismo Intransigente de Frondizi. Frigerio apostó al entendimiento con Perón y gestionó el pacto en virtud del cual Frondizi ganó «con los votos peronistas».

La segunda interpretación, que prefiero, debería denominarse frentista. Muchos peronistas tenían decidido evitar un gobierno gorila y no querían votar en blanco, por lo cual Frondizi habría ganado aún sin formalizar el acuerdo con Perón. Pero Frondizi procuró incluir al peronismo desde el principio para darle a su gobierno una base política amplia e inclusiva. No ganar contra el peronismo sino con el peronismo.

Entre ambas interpretaciones no hay una mera diferencia de matiz. Muy por el contrario, expresan dos posiciones políticas antitéticas respecto de qué significan las divisiones históricas de los argentinos, y qué actitud deben tomar los dirigentes frente a ellas.

Tanto Frigerio como Frondizi señalaron luego, en más de una oportunidad, que el programa de desarrollo que impulsaron desde el gobierno requería de una sólida base de sustentación política. La atracción de inversiones extranjeras, la capitalización de la economía, la política petrolera y energética en general, la siderurgia, la petroquímica y la química pesada, la infraestructura de transporte y en general la modernización de la industria argentina no eran los objetivos de un sector de la población, de un partido político. A los objetivos nacionales debían concurrir y confluir todos los sectores.

Podemos invertir el argumento y pensar que un programa de desarrollo sólo es posible, realizable, si surge, se alimenta y expresa el modo en que los diferentes sectores plantean los problemas. Es decir, si la propia formulación de los problemas involucra genuinamente al otro: sus intereses, reivindicaciones, propósitos, esperanzas, sueños, enojos, resentimientos. A esta idea, condición de posibilidad de una política pública de desarrollo, la llamaron integración.

El programa de desarrollo

El gobierno desarrollista fue realmente transformador y sesenta años después sigue mostrando las líneas directrices para sacar el país adelante. Se propuso alinear todas las señales, parámetros e incentivos de la política económica para motorizar la inversión pública y privada y llevarla a niveles récord. Barrió con todos los controles y regulaciones enmarañados heredados de décadas de intervencionismo, sinceró precios y tarifas, y sentó las bases para el funcionamiento de un mercado transparente y eficiente.

Frondizi explicitó un programa de desarrollo para el que convocó a todos los argentinos y todas las herramientas de política económica apuntaron concurrentemente a la inversión y la capitalización: modernizar la industria, tecnificar la producción agropecuaria, extender la infraestructura de rutas, aeropuertos y telecomunicaciones por todo el país, promover la educación técnica y la enseñanza libre universitaria, las ciencias duras y la tecnología aplicada a la producción.

Las inversiones extranjeras, que tuvieron como epicentro el petróleo y la industria automotriz, dinamizaron el proceso. Doscientos mil empleados públicos migraron hacia un pujante sector privado, en el esfuerzo de racionalización del Estado más grande que haya registrado nuestra historia. Y como consecuencia de todo ello, de la capitalización de la economía, de la radicación de inversiones, del aumento de la oferta de bienes y servicios, y de la racionalización estatal, la inflación se redujo hasta ser de menos de un dígito en 1961, sin ningún tipo de controles de precios.

Parece contradictorio y resulta realmente llamativo que mientras se desenvolvía este programa, las tensiones de fondo entre el peronismo y el antiperonismo seguían signando la política argentina. Cada paso que daba Frondizi era sospechoso para ambos bandos. Cada medida era objeto de escándalo o impugnación para el partido militar, para el peronismo e incluso para los propios radicales intransigentes dentro del gobierno. Se puede, por supuesto, decir más tarde, melancólicamente, que «Frondizi fue un incomprendido». Una forma correcta de decir que fue ingenuo. Pero hay algo más profundo.

Presiones militares y peronistas

Y es que la decisión inicial de incluir al peronismo condicionó al gobierno por partida doble. El peronismo se sintió siempre acreedor e incluso estafado por Frondizi. Todavía hoy ésta es la interpretación mayoritaria en la historiografía justicialista. Se opuso a la política petrolera —que el propio Perón había apoyado al principio—, denunció al gobierno por «entreguista», participó o impulsó muchas de las innumerables huelgas, e incluso inauguró la práctica de los atentados y el terrorismo, dando así la excusa perfecta a la reacción antiperonista y alimentando la escalada de tensiones políticas, provocación y represión.

El partido militar, por su parte, desconfió de Frondizi. Incluso sospechó una ridícula filiación marxista, amagó con frustrar su asunción el 1 de Mayo de 1958, le marcó la cancha con un sinfin de «planteos militares» y finalmente lo derrocó en 1962 por «permitir» que el peronismo participara de las elecciones gubernativas de 1962 y triunfara en la provincia de Buenos Aires.

A este juego de pinzas no era ajeno el propio Perón, que también desconfiaba de Frondizi y administró con ambigüedad las instrucciones desde el exilio a su heterogéneo y no siempre disciplinado movimiento. Y esto pese a los esfuerzos de Frigerio, que titularizaba la relación con Perón. No es casual, por eso, que el antiperonismo se haya ensañado con Frigerio y nunca le haya perdonado lo que interpretó como la rehabilitación de Perón en la política argentina. Ese antiperonismo no se reducía al partido militar, incluía a muchos correligionarios de Frondizi, algunos de sus amigos más cercanos, a toda la intelectualidad intransigente e incluso a muchos dirigentes justicialistas que creían que debía construirse un nuevo liderazgo.

¿Por qué insistieron Frondizi y Frigerio en esta difícil y cruel alianza? Porque sabían que no es posible poner al país en el camino del desarrollo sino es incluyendo a todos. Hoy que está de moda el término «inclusivo», en política sin embargo priva una versión paternalista de la «inclusión, como si se tratase de simplemente atender algunas necesidades básicas, construir cordón cuneta o cloacas en barrios vulnerables o promover la economía social, el cooperativismo o la reforma agraria.

Los acuerdos políticos y las grietas

Vale la pena releer hoy Correspondencia Perón-Frigerio, un libro compilado por Ramón Prieto que merece una reedición, para entender mejor aquel esfuerzo de integración política y las dificultades que suponía e iluminar los desafíos que nos plantea la política hoy. La tentación de la política sectaria está muy presente en nuestros días. A cada lado de la grieta las águilas encuentran todo el tiempo motivos para radicalizarse, y quienes defendemos la necesidad de acuerdos políticos sobre asuntos fundamentales somos tildados de ingenuos, idealistas o incluso oportunistas.

No hay nada más fácil que alimentar las diferencias. En el gesto de refugiarnos en la identidad de cada uno, cada cual se siente cómodo, seguro, fuerte, y alimenta la idea de buscar la oportunidad de imponerse al otro. Por el contrario, aceptar realmente que el otro existe, reconocer que representa de manera legítima y plena a gran parte de los argentinos, y procurar entendimientos y acuerdos, es muy difícil. La relación con el otro político requiere una actitud real de reconocimiento, de respeto y diálogo franco, y formas y protocolos de acuerdos y compromisos que parecen anticuados, trabajosos, frágiles, y muchas veces infructuosos.

Este lunes se cumplen 106 años del nacimiento de Rogelio Julio Frigerio, el culpable del Pacto, el hombre que peronizó, que «estropeó» a Frondizi, y también el más decidido ideólogo, divulgador e impulsor de las ideas del desarrollo nacional. Ojalá las lecciones que nos deja iluminen el camino del reencuentro de los argentinos en un programa de transformación que nos represente, incluya, entusiasme y comprometa a todos.